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Diario de una adicta (XXXI). Manipulada

Publicado: 21/10/2016: 2272

Me perturbaba la imagen de bondad que Juan tenía entre la gente, y ya no sabía si la perversa era yo, o es que mi mente estaba enferma. ¿Estaré loca?, ¿era demasiado susceptible?, ¿me creía muy importante?

La incertidumbre en mis relaciones con los que me rodeaban no dejaba de aumentar. No sabía cómo comportarme y sin referencias sobre la normalidad, mi cabeza parecía que me iba a estallar. En algunos momentos me sentía absolutamente culpable de lo que me ocurría y me entraban ganas de ir a Juan, abrazarlo y decirle que hiciera conmigo lo que quisiera, pero que por favor, no me martirizara más. Nunca lo pude hacer por el pavor a ser rechazada de plano. Ya no tenía ni la capacidad de odiarle, y así procuraba evitar cualquier contacto que no fuera absolutamente imprescindible: le huía. Al no poder hablar de esto, me lo guardaba todo; los dolores de cabeza, de estómago, la opresión en el pecho y la angustia que no me dejaba, me provocaban una especie de enfermedad, de sentirme permanentemente mal, sin ganas de nada, ¡qué mal lo pasaba!, y sin una amiga.

Había días en que me proponía borrar de mi mente estas obsesiones y me animaba para no aparentar nada, pero como los desprecios que “sólo yo veía”, no cesaban, los intentos de salir me hundían cada vez más. Y como la vida evoluciona con repeticiones, surgió de manera natural y sin buscarlo el pensamiento del suicidio, que halló las condiciones idóneas para que dejaran de ser un proyecto o un deseo. Fríamente calculaba la oportunidad de hacerlo, no como un acto de desesperación, sino como liberación de un estado anímico que no me dejaba vivir. Sencillamente quería descansar de verdad y era una actitud muy diferente de las otras tentativas en que subyacía una manera de llamar la atención. Ahora se trataba de morir para descansar. He leído que el suicidio es un homicidio que provoca el inconsciente ante la carencia afectiva; un remedio terapéutico; una alternativa a mi vida. ¿Por qué no lo hice? Ni idea. Creo que me faltó valor, pero no deseo. Juan me había asesinado psíquicamente. Mi cuerpo era un cuerpo sin vida interior, sin llama, sin ilusiones. Es verdad que vivimos mientras tenemos emociones, y yo carecía de ellas. Qué fácil es matar a una persona sin matarla. ¡Cuantos asesinatos psicológicos existen! Y sin poder demostrar nada.

Y claro, también se repetía las condiciones para aumentar la intimidad la droga, que se consolidaba como mi único refugio, mi amor, mi salvadora; me limpiaba la mente de problemas, me hacía vivir en otro mundo y me alejaba de una realidad maligna, destructiva y malvada. Descansaba de obsesiones, remordimiento, culpas, deseos de venganza, ira, odio y angustias, y con la secreta esperanza que al despertar encontrarme con una realidad diferente, porque todo lo que me pasaba era sencillamente una pesadilla, una elaboración de la imaginación.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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