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Diario de una adicta (XXVIII). La paliza

Publicado: 30/09/2016: 2303

No dormí porque una inesperada puerta de esperanza se me había abierto unos milímetros.

Los recuerdo de mi niñez e infancia se me amontonaban en la memoria y me recreaba en los momentos de felicidad, despreocupación y de paz en que se desarrollaron todos esos años. Los deseos de cariño me imponían una penitencia que no sabía como controlar. Es verdad que durante toda la vida estamos sujetos por algunos hilos, delgados pero irrompibles, a la etapa de nuestra niñez, y a ella acudimos en busca de consuelos.

El consumo de esa noche lo hice con rabia, asco y odio hacia mi misma, y suspirando, con la esperanza de que estuviera en un sueño, me quedé dormida. Pero me desperté en el mismo lugar. Cierta nostalgia me invadió durante ese día, que se fue disipando porque salí a comprar algunos perfumes y cosas de lencería. Sin embargo, cuando me vi de nuevo en el trabajo, la resignación se apoderó de mí.

Ese día, en un gesto de dignidad y de coraje, me negué a satisfacer a un cliente que además estaba un poco bebido y ya había tenido un pequeño roce con una compañera. Se enfadó y como conocía a Juan, a él se dirigió para protestar de manera más o menos colérica. Éste enfurecido me echó en cara lo que había hecho por mí y de manera que no entendía, pues nunca lo había visto así, a voces me dijo:

-Estás aquí para atender a los clientes y no para hacer lo que te dé la gana. Sal ahora mismo y pídele perdón. Tú estás viva porque yo te he salvado y sin mí no eres nada. Venga, fuera

Al contestarle que no pensaba hacerlo, pasó a los insultos y llamándome "puta de mierda que no te quiere ni tu madre" me empujó hacia la puerta. No lo pude aguantar, ni me pude controlar y le arreé un bofetón con todas mis fuerzas.

La paliza que me dio fue brutal. Las patadas a mi cuerpo se acompañaban de insultos y fuera de sí, me cogió la cabeza y me la golpeó contra la pared. Me dejó casi inconsciente en el suelo. Magullada y sin fuerzas llegué a la cama y me eché sobre ella. Pasabas unas horas me levanté e intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. La golpeé pero nadie me abrió. Ante mi insistencia alguien la abrió y apareció Juan y me dijo si quería más. No me despedía porque le tenía que pagar el dinero que le debía, pero una vez sin deuda, podía irme cuando quisiera, pues no deseaba verme más.

-Ahora no vuelvas a tocar la puerta ni la fuerces, porque entonces sabrás lo que vale un peine-

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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