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Diario de una adicta (XXVI). La rutina

Drogas
Publicado: 16/09/2016: 2231

Sin darme cuenta, sin emoción, sin interés y con cierta indolencia, me acomodé a aceptar las propuestas de los clientes y empezó otra etapa de mi vida fea, sórdida, sin emociones ni ilusiones, animal e instintiva, en la que me movía sin alegría y sin miedo, e insensible a lo que pasaba a mi alrededor: mi mundo terminaba y abarcaba solamente mi interior, mi yo, lo demás casi no existía.

No me importaba mucho el dinero, que de todas maneras era escaso, pues pagaba los gastos del aborto que eran mayores de los que yo me imaginé, la ropa, la habitación, droga y la comida, así que el margen escaso que me quedaba se lo dejaba a Juan para que me lo guardara y poder ahorrar, aunque, ¿para qué ahorrar?

Época solitaria en la que no deseaba ver a nadie más de los que formaban ese reducido mundo y que a veces me hacía estar como al borde de algún tipo de locura. Trabajar, dormir y disfrutar de los estados que la droga me proporcionaba, y que me apartaban de una realidad agresiva, traumática, horrorosa y odiada por mí. Ella, la droga, se convirtió en el único objetivo de mi vida, pues me arreglaba por un tiempo todos mis problemas, aliviaba mis ansiedades y me alejaba de la soledad: era mi auténtico novio al que empecé a amar y por el que trabajaba sin hacer asco a nada, pensando que antes de acostarme me iba a ofrecer el remedio a mis males. No dudo que ella me arrancó de la muerte y evitó mi suicidio. Fueron ocho meses alucinantes y con un ritmo del que no tengo recuerdos nítidos de nada.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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