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Revolución francesa e Iglesia (I)

Historia de la Iglesia
Publicado: 24/04/2017: 8802

Los comienzos de la Edad Contemporánea están marcados por la Revolución, y esta es consecuencia del pensamiento ilustrado del siglo XVIII. El gran ciclo revolucionario del último tercio del XVIII tiene dos grandes manifestaciones, una en América del Norte y otra en Europa, muy diferentes entre sí. En los Estados Unidos americanos no se dan los radicalismos extremistas que aparecen en Europa. Allí,
las revoluciones son auténticos enfrentamientos contra la monarquía, contra la Iglesia, contra las clases altas, es decir, contra el llamado “Antiguo Régimen”. Brotes revolucionaros aparecen en Ginebra, en Suecia, en Irlanda, en los Países Bajos del Norte, pero fue en Francia, la patria de la ideología ilustrada, donde la revolución cobró sus tintes más dramáticos.

Las causas de la Revolución en Francia son variadas y complejas: el gobierno defectuoso de Luis XVI, una hacienda pública muy desorganizada, una justicia muy deficitaria, un gran desequilibrio entre las clases sociales, un campesinado empobrecido y, sobre todo, una conciencia crítica que pone en tela de juicio la estructura social, la vida religiosa, la economía y que, vivamente, desea una Constitución que garantice los derechos ciudadanos según el modelo norteamericano y de acuerdo con los principios del pensamiento ilustrado.

La Iglesia, en principio no se oponía a esta revolución. En gran parte, el clero la hizo posible al sumarse al Estado Llano (Tercer Estado) en la Asamblea Nacional. La Iglesia no tenía por qué estar al lado del Antiguo Régimen, creación humana.

Esta buena disposición inicial de la Iglesia se perturbó por el giro de los acontecimientos hasta desembocar en una hostilidad total, desde que la Revolución se propuso como meta la descristianización de Francia.

Santiago Correa

Sacerdote Diocesano

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