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El Concilio de Constantinopla: segundo ecuménico (381)

Publicado: 27/05/2013: 43680

Este Concilio se inició en mayo del 381 y duró hasta julio del mismo año. A él hay que agradecerle el símbolo de la fe que hoy profesamos, y a su pueblo el interés por la teología que la vivió como algo esencial en sus vidas.

Nicea no fue suficiente para resolver el conflicto arriano; más aún, los enfrentamientos entre nicenos y arrianos fue en aumento. Los emperadores Constancio (337-361) y Valent (364-378) favorecieron el arrianismo, por lo que el problema lejos de resolverse se agravó, añadiéndosele uno más: el macedonianismo. El macedonianismo es una herejía derivada del pensamiento arriano. El obispo de Constantinopla Macedonio negó la divinidad del Espíritu Santo, lo consideraba inferior al Hijo y éste inferior al Padre. San Atanasio llamó a los seguidores de este obispo "pneumatómacos" es decir, luchadores contra el Espíritu Santo. Muchos obispos orientales pedían la celebración de un concilio, para resolver las controversias teológicas habidas desde Nicea. El emperador Teodosio (378-395) convocó un nuevo concilio al que asistieron unos 150 obispos, todos ellos orientales. No fueron invitados los obispos occidentales, por lo que en un principio, este concilio no fue considerado como ecuménico. Años después, el Concilio de Calcedonia (451) cuarto ecuménico, lo consideró como tal. 

El documento más importante de Constantinopla I es el "símbolo niceno-constantinopolitano" en el que se define la divinidad del Espíritu Santo: Señor y Dador de Vida, que procede del Padre y del Hijo y que es alabado y glorificado junto con el Padre y el Hijo. A continuación se describe la actividad salvífica del Espíritu Santo: habló por los profetas, el perdón de los pecados, la Resurrección, la vida eterna. 

Este Concilio se inició en mayo del 381 y duró hasta julio del mismo año. No han llegado hasta nosotros las actas conciliares, pero sí conocemos el testimonio muy autorizado de un Gregorio de Nacianzo, obispo de Constantinopla y presente en el Concilio que en sus "Discursos teológicos" proclama abiertamente la divinidad del Espíritu Santo, negada por los macedonianos. El acaloramiento en los diálogos fue algo significativo en la historia de este Concilio. San Gregorio Nacianceno intentó poner paz entre los obispos a quienes describe como «una pandilla de devotas reunidas, como una disputa de niños» los compara a "avispas" que discuten sin orden y que van "directos al rostro" (Poema de Vita sua, v. 1680 s.).

De Constantinopla I se conservan cuatro cánones. El c.1 condena a arrianos y macedonianos; el c.2 limita la jurisdicción de los obispos, prohibiéndose la intromisión en cuestiones de otras diócesis; el c.3 afirma el primado de honor del obispo de Constantinopla, después del obispo de Roma; el c.4 declara nula la ordenación episcopal de Máximo por sus intrigas. El papa san Dámaso no aceptó el canon 3 por su contenido político, pero sí el resto de las decisiones de este Concilio. El público en general se mostró siempre muy interesado en el desarrollo conciliar. Se puede afirmar que hubo una inquietud teológica entre las gentes sencillas, según relata san Gregorio de Niza: «todos los rincones de la ciudad están llenos de estas conversaciones, en las calles, en las plazas, en los cruces, en las avenidas... si le preguntas a un cambista el curso de una moneda, te responde con una disertación entre el engendrado y el inenegendrado... si preguntas en las termas si el baño está dispuesto, el conserje te dice que el Hijo ha salido de la nada».

A Constantinopla I hay que agradecerle el símbolo de la fe que hoy profesamos, y a su pueblo el interés por la teología que la vivió como algo esencial en sus vidas.

CREDO DE NICEA-CONSTANTINOPLA

Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

Amén.

Autor: Santiago Correa, sacerdote

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