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Diario de una adicta (LVII). Mis emociones

Publicado: 05/05/2017: 8288

Una de estas disfunciones se concreta en mi labilidad emocional; por nada lloro y me entristezco y otras, casi en las mismas circunstancias, exulto de alegría por un mínimo detalle.

De la sonrisa paso al llanto sin solución de continuidad. Sé que mis padres contemplan, con pena y con dolor, la dificultad que tengo para adaptarme a cualquier contrariedad, aunque sea nimia y tonta. Yo les he rogado que tengan paciencia porque pienso recuperarme completamente, pero cuando me ven en esa tristeza y con la mirada un poco ausente, se les encienden todas las alertas posibles. Saben perfectamente que no consumo. Que no salgo de la casa y que las únicas visitas que recibo, son de los profesionales que me están ayudando. A pesar de todo siguen con la mosca detrás de las orejas, ¡pobrecillos!

Algunas tardes nos reunimos y aprovecho para darles tranquilidad y explicarles mis cosas para que no se sientan culpables de nada. Ya no es hora de buscar culpas o errores, sino de encontrar remedios. Les digo que ahora estoy en un periodo en el que tengo que trabajar a destajo, y es un trabajo personal, íntimo, no transferible, pues tengo que construir lo destruido y conseguir anular las ideas que conformaban mi cerebro según el estilo de vida de la droga, por otro diferente, en el que los objetivos y las ideas directrices son completamente contrarios, e incluso, en algunos aspectos y matices, divergentes de la sociedad en la que tengo de incorporarme. Esto es fácil que me produzca un choque con lo que actualmente veo, pues me recuerda mis principios en el consumo; no han cambiado mucho las estructuras.

Sigo en una sociedad que consume de todo para estar bien y que por lo tanto, dependiente y esclava de muchas cosas y me planteo las dependencias de sustancias llamadas ilegales, mejores que las que sufren muchas personas que se esclavizan de por vida para conseguir un coche, un piso, posesiones, poder, etcétera, y que derrochan su vida en estos objetivos, en una verdadera obsesión esclavizante de la que ni siquiera ellos son conscientes: su vida transcurre en una carrera en que, al no poner límites a la ambición, no existe el descanso de una meta.

Estas dependencias si son especialmente perversas y graves, ya que fácilmente generan injusticia sociales y sus consecuencias, y entre éstas se encuentra las guerras que determinan siempre y  como mínimo, una disminución de la calidad de vida en pueblos y naciones. ¿No es mejor y menos dañino drogarse con sustancias químicas que con el ansia de poder y la ambición de tener? Desde luego, en nosotros, las consecuencias negativas son más localizadas y poseen menos transcendencia; de cualquier forma no provocamos guerras ni desencadenamos revoluciones, simplemente nos conformamos con pasar unos ratos con nosotras mismas, en nuestra intimidad y, normalmente, sin querer molestar a nadie, sólo que nos dejen en paz. Bueno, no quiero hacer una apología de una esclavitud, para resaltar las malignidades de las otras, pero a mí me ha dolido mucho la manera de reaccionar cuando nos  señalan, de manera peyorativa, como “drogatas”, y el cerco que padecemos todos los enfermos de las drogas.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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