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Diario de una adicta (XXXVI). Enfrentándome a las drogas

Publicado: 25/11/2016: 2719

A los pocos días de estar en casa y cuando, entre comillas, ya se estaba normalizando mi vida emocional, tuve una conversación con mi madre sobre el asunto de las drogas.

Yo apenas necesitaba casi nada, pero me encontraba aún muy vacía, y, a veces, la idea de consumo se apoderaba de mí y secuencias agradables ocupaban mi mente. ¡Con qué fuerza se resiste la droga a dejar el territorio que ha ocupado!

Yo no quería, ni deseaba, salir a la calle. El pensar en esta posibilidad me producía una sensación de auténtico terror y miedo. No podía ni tenía fuerzas para abandonar la protección de mi casa y era una posibilidad que ni siquiera consideraba. Estaba convencida que la droga no me haría gran cosa, pero solamente el protocolo de su consumo me dejaría la mente en paz, y yo necesitaba esa tranquilidad para seguir ordenando mi cabeza. No sufría ningún síntoma de abstinencia fuerte, ni ninguna alteración física importante, pero la parte psicológica sí que se mantenía presente recuperando un protagonismo que sólo era superado por la presencia de mi madre. Ella me escuchó en silencio, con mirada bondadosa y como comprendiendo, sin entender, lo que yo le proponía. Esta actitud me desarmó. De manera suave, pero firme, le prometí que en unas semanas yo dejaría totalmente el consumo.

- Te lo juro mamá, tú me puedes controlar la dosis para que veas que es mínima y que sólo será una o dos veces por semana hasta que mis nervios se vayan acostumbrando. Tú sabes que el desenganche se hace poco a poco. Igual que se empieza, así debe una quitarse. Mamá, sólo necesito tiempo-.

Mis argumentos fueron aceptados también en silencio y con gestos de resignación. Ella se encargó de hablar con mi padre y hermano, y fue éste el que vino a verme para enterarse con más detalles del asunto. Le expliqué que iba a salir del consumo en pocas semanas y que la dosis que necesitaba era casi testimonial, él lo podía comprobar por el dinero que costaba.

- Creo en ti, hermana pero por favor, esta vez no nos falles; dime lo que tengo que hacer -.
¡Pobre hermano! Yo le expliqué y le razoné, que no podía salir a la calle. No quería ver a nadie nada más que a ellos y, desde luego, nunca a persona relacionadas con la droga.

Me acordé de una amiga de los primeros tiempos del trabajo en el club, con la que congenié mucho. Conoció a un chico con el que tuvo un buen rollo y se despidió del trabajo. Después supe que la pareja se dedicaba a trapichear. Como sabía donde vivía, le dije a Daniel que se pusiera en contacto con ella para que me suministrara dos dosis semanales. Agachó la cabeza y con un gesto afirmativo y -lo que tú quieras, Paula- salió apesadumbrado de la habitación.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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