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La oración nos sostiene y nos descubre a Dios

Publicado: 11/10/2011: 5255

Los evangelistas presentan a Jesús de Nazaret como un gran orante, que pasaba noches enteras en oración. Especialmente, cuando tenía que tomar una decisión grave. Además de los cuarenta días de preparación en el desierto, le vemos retirarse a orar en vísperas de elegir a Los Doce; cuando la multitud pretendía convertirle en rey, después de la multiplicación de los panes y los peces; antes de anunciar a los discípulos el drama de su detención y de su muerte, que vislumbraba próximo; y ante el miedo a la cruz, que le hizo sudar sangre.

Esta práctica llamó poderosamente la atención de los discípulos, y le rogaron que los enseñara a orar. No porque no supieran rezar, sino porque veían que Jesús oraba de otra manera y salía transfigurado de sus encuentros con Dios. Cada gesto que realizaba y cada paso que daba, lo hacía sabiéndose en las manos del Padre, en su nombre y con su ayuda.

Además, emociona y desconcierta su forma de entender y de presentar a Dios en la oración. Por una parte, le trataba con la familiaridad, la confianza y la ternura de un niño. El vocablo Abba, que solía utilizar, se les quedó grabado a los suyos. Por otra, enseñó que es el Dios de buenos y malos, porque busca al pecador y organiza una fiesta cuando éste regresa a sus brazos. Para él, la imagen de Dios Padre no es la figura impresionante que intuyó Moisés en el Sinaí, entre relámpagos y truenos, sino el Dios de la Misericordia entrañable y liberadora del capítulo undécimo de Oseas. El Dios ante quien los pobres, los insignificantes, los marginados y los pecadores, como el publicano que fue al templo a orar, la Magdalena y Zaqueo no se sienten intimidados, sino invitados a convertirse para recuperar su dignidad y su puesto en la vida.

Artículo "Desde las azoteas", de Juan Antonio Paredes, publicado en "Diócesis"

Autor: diocesismalaga.es

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