DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo de Resurrección Publicado: 23/03/2008: 1024 1.- La celebración de la Pascua nos pone en contacto vivo con los orígenes y fundamentos de nuestra fe. La Palabra de Dios, que se proclama en la celebración de la Eucaristía, nos va narrando el proceso que vivieron los primeros cristianos: su huida cobarde cuando arrestaron al Nazareno y su profunda crisis de fe y de esperanza; sus dudas y sus miedos cuando les anuncian que ha resucitado; su incapacidad de descubrirle cuando se presenta lleno de vida en medio de ellos; y hasta su misma ansiedad, cuando ya están convencidos de que ha resucitado y no saben cómo desenvolverse en aquel mundo hostil y tan poco propicio al Evangelio. Ellos mismos nos dicen que se encerraron llenos de miedo y se pusieron a orar. La oración les fue abriendo a la Luz y al Aliento de Dios. Y fue entonces cuando sintieron en el seno de la comunidad y en cada uno de ellos, la fuerza del Espíritu. El Aliento de Dios despertó sus mejores energías y su esperanza y se lanzaron a dar testimonio para que otros muchos entonces, y nosotros hoy, vivamos esa experiencia gozosa y transformadora. 2.- Cuando se proclaman estas lecturas es difícil no verse retratado: en nuestros miedos, en la huida, en la desesperanza ante la misión, en el no saber descubrir a Jesús vivo y presente en medio de la comunidad. Es el Viernes Santo del evangelizador y de todo cristiano. Pero ahora se nos invita a dar un paso hacia la Pascua y hacia esa nueva forma de vivir que brota de la Resurrección. Y dudamos en lo más profundo de nuestro ser: dudamos de nuestra capacidad de esperanza, de que Jesucristo y el Evangelio tengan fuerza para interesar a nuestros hombres y mujeres, de que vayamos a convertirnos, de que el desamor y la injusticia puedan ser vencidos. En las experiencias de Resurrección que se nos narran, encontramos tres afirmaciones básicas: • Que Jesús ha resucitado verdaderamente y vive en ellos una vida gloriosa. • Que el encuentro con el Resucitado ha renovado su fe y les ha cambiado en los cimientos mismos de su ser. • Y que la fuerza del Espíritu les ha hecho testigos valientes y convencidos del Evangelio. 3.- Nosotros estamos también viviendo la Pascua de Jesús Resucitado que nos invita a abrir todas las puertas que nos tienen encerrados en nuestros miedos; que nos fuerza a abrirnos al Espíritu y a salir al encuentro de nuestro mundo del siglo XX. Vamos a vivir esta Pascua en circunstancias muy concretas: la sociedad española ha cambiado profundamente. Son cambios de todos los órdenes que nos han afectado a los católicos y han provocado reacciones de temor y de pesimismo en unos, el endurecimiento y la agresividad en otros, y en casi todos desconcierto. Una cosa parece muy clara: que la fe se ha hecho más cara y más exigente; y que para vivir como cristiano en esta sociedad más libre y más culta, más consumista y más pragmática, menos favorable, cuando no directamente contraria a la fe en Dios y a la vida cristiana, hace falta un grado mayor de convencimiento y de formación doctrinal, hace falta sobre todo una fe personal decidida y clara, una verdadera conversión. Los tiempos nuevos nos ponen a prueba a todos y están poniendo sobre el tapete una cuestión capital: para vivir en cristiano hay que convertirse a una nueva forma de vida. 4.- Esta nueva forma de vida se cifra en la fe en el Dios de Jesucristo y la conversión al amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El primer paso de la renovación cristiana y eclesial que la hora presente nos exige a los católicos, consiste en un avivamiento de las experiencias religiosas más profundas, conversión sincera a Jesucristo, más oración personal y comunitaria, esperanza de la vida eterna y desprendimiento de las codicias de este mundo, asimilación de un nuevo estilo de vida basado en el seguimiento e imitación de Cristo, abnegación y obediencia, entrega sincera al amor y al servicio del prójimo, con los ojos puestos en el juicio de Dios. Para descubrir y mantener esta vida nueva, los católicos necesitamos una conciencia muy aguda de nuestro ser comunitario y de nuestra pertenencia a la Iglesia, sin desconfianzas ni rechazos, que sólo sirven para empujarnos a la esterilidad y la disolución. 5.- Cuando Jesús Resucitado se hizo presente en medio de sus discípulos, la alegría de su presencia comenzó a disipar los miedos y las sombras: se vieron perdonados, acogidos, agraciados. Descubrieron que el amor es más fuerte que el odio y que hace brotar vida de la muerte. Vivieron una experiencia tan luminosa de paz, de alegría y de esperanza, que les hizo proclamar que este regalo del Resucitado es la auténtica salvación: lo que hace al hombre más humano y más capaz de construir la historia sobre bases nuevas. Era la gran noticia que el hombre necesitaba, el verdadero Evangelio: que Dios vive y actúa en medio de su pueblo, que podemos amarnos y que el amor engendra vida. Una Buena Noticia de perdón y de corazón nuevo, que manan de la fe en el Resucitado; porque nos ha dado su Espíritu para que podamos amar y construir nuestra convivencia sobre el amor y la comunión. Y se sintieron empujados para salir al mundo a contárselo a todos, se sintieron enviados a evangelizar. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo V de Cuaresma. Ciclo ADomingo IV del Tiempo Ordinario. 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