DiócesisHomilías Mons. Dorado

Día de los difuntos

Publicado: 02/11/2005: 1081

S.I. Catedral

La Fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos nos hacen pensar en la “otra vida”, en  nuestros difuntos, en su relación con nosotros y en nuestra propia situación después de la muerte. Para ser una persona madura y para ser un cristiano de verdad hay que tener el valor de pensar de vez en cuando en la muerte y en el más allá de la muerte.

En la conciencia cristiana la seguridad en nuestra pervivencia más allá de la muerte es una convicción básica. No somos sólo materia, no dependemos del todo de este mundo. Estas fiestas nos invitan a examinar nuestra vida a partir de la luz de la inmortalidad y del juicio de Dios. Hablamos tan poco de estas cosas que ya casi prescindimos de ellas en la vida ordinaria y hasta en el lenguaje oficial de la Iglesia.

En estos tiempos los cristianos debemos afirmar con claridad estas dos cosas:

1ª.- La esperanza de la vida eterna es esencial en la fe y en la vida cristiana. Sin afirmar la Resurrección de Jesucristo y esperar la propia resurrección, el cristianismo deja de serlo y se convierte en otra cosa. Esta fe explícita en la resurrección nos distingue de los que no son cristianos mucho más que otras cosas.

2ª.-  La fe en la vida eterna no nos aleja de este mundo, sino que nos ilumina por dentro y cambia el modo de estar y vivir en la realidad. La esperanza es una virtud activa y transformadora. Esperar la vida eterna es transformar poco a poco nuestra vida actual a semejanza de la vida que esperamos. Podemos hacerlo porque el Espíritu de Dios está en nosotros y nos ayuda poderosamente.

La esperanza de la vida eterna es fuente de la piedad, de la libertad y de la fraternidad. Si dejáramos de esperar y desear la vida eterna, terminaríamos como ateos prácticos, dominados por el egoísmo, incapaces de renunciar a nada material para conseguir los bienes espirituales del Reino de Dios.

Podemos aprovechar esta Fiesta de los fieles difuntos para hacer un examen serio de nuestro grado de esperanza real y efectiva.

¿Creemos de verdad en la vida eterna y en la resurrección de los muertos? ¿La deseamos? ¿Cómo influye en nuestra vida y cómo nos dejamos guiar por ella? ¿Somos capaces de renunciar a algo de este mundo para preparar con obras buenas el encuentro con Dios, nuestro Padre?

Puede ser que encontremos en este punto una de las zonas más débiles de nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Nuestra civilización se distingue, entre otras cosas, por un miedo a morir tal que intenta eludir el pensamiento mismo de la muerte. Para esta mentalidad la fiesta de los difuntos es una fecha triste y que se trata de ignorar.

Los fieles difuntos desde aquella orilla de la vida eterna nos estimulan, nos llaman y nos enseñan. Desde esta orilla nos sentimos confortados por su testimonio. Y oramos para que adquieran en plenitud la vida eterna.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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