DiócesisHomilías Mons. Dorado

Centenario de la Coronación Canónica de María Auxiliadora

Publicado: 30/06/2007: 1998

1.- Como nos han recordado en la Monición de entrada, celebramos hoy el centenario de la coronación canónica de la imagen de María Auxiliadora. Y nos reunimos para dar gracias a Dios, en la Eucaristía, por el amor maternal de la Madre Auxiliadora, que sigue acercándonos a Jesucristo, su Hijo, y fortaleciendo la fe y la identidad de los cristianos de Málaga.

Desde muy antiguo el pueblo cristiano invoca a María y venera sus imágenes y la corona con coronas de gloria, añadidas como complemento necesario de especial significación.

¿Cuál es su significado?


2.- La Iglesia saluda a la Virgen María como Señora y Reina, la persona humana en que se revistió de carne humana el Rey de los siglos. Para honrar tanta dignidad y grandeza, los fieles han ido poniendo espontáneamente coronas a las imágenes de María, y la Iglesia no sólo ha aprobado este proceder, sino que ella misma ha instituido un Rito solemne de Coronación.

La corona no es un adorno caprichoso. La corona es traducción iconográfica del mensaje evangélico, es un signo santo que tiene a Cristo como último referente y un estímulo para nuestra vida cristiana.

La Iglesia siempre ha mirado a la Virgen María como Virgen coronada por Dios. “La coronaste de gloria y dignidad”, como dice el Salmo. Y así hemos de mirarla también nosotros.

El arte sacro se ha recreado en la corona de la Virgen María; la destaca y la resalta intencionadamente para llamar nuestra atención. La corona, con las aureolas y diademas que la enriquecen y complementa, es símbolo de todas las grandezas y glorias de María.

La corona es signo de realeza: en María significa que es “Reina y Madre de misericordia”. La corona en María significa que es “la Omnipotencia suplicante”. Ella es Reina porque posee la riqueza de todas las virtudes y la plenitud de la Gracia.

Nosotros, llenos de admiración y entusiasmo, le decimos: “Dios te salve, Reina y Madre”.


3.- “Apareció una figura portentosa en el Cielo. Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas”, nos dice el Apocalipsis. Esta portentosa mujer es figura de la Iglesia. La Iglesia ha llegado en la Virgen María a su perfección. Y lo que se dice de la Iglesia se aplica también a María, que es el miembro supereminente de la Iglesia. María es la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más selecta de la Iglesia.

María no es un estorbo para ir a Dios. Todo en María conduce a Dios, lleva a Dios. “María en su vida realizó la figura perfecta del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes; y encarnó las Bienaventuranzas evangélicas predicadas por Cristo. Por lo cual toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y obras, encuentra en ella la más auténtica forma de perfecta imitación de Cristo”.


4.- “El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado”. La Liturgia pone en labios de la Virgen María esta aclamación de clara resonancia bíblica. “Me ha coronado”. Ninguno más digno de ser coronado que la Virgen María, Madre de Dios. La llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres, la que llaman bienaventurada todas las generaciones, la Hija predilecta del Padre, la que es Madre del Hijo de Dios, Rey del universo, la más espléndida gloria del Espíritu Santo, bien merece una corona.

La corona en las sienes de la Virgen es la traducción plástica del Magnificat: constantemente está proclamada la grandeza del Señor, como Ella cantó: “El Señor ha hecho en mí cosas grandes”, “hace proezas con su brazo”. María es la mayor proeza hecha por Dios en las criaturas. Bien merece una corona.

Al verla así coronada y exaltada, nosotros no podemos menos de gritar con entusiasmo: “Más que Tú sólo Dios, sólo Dios”. Al hacer esta exclamación estamos glorificando a Dios, que se ha “lucido” en María, la obra más grande de la Gracia.

Alabando la obra estamos ensalzando al Autor. Bien merece una corona.

Y esta corona encierra para nosotros un rico contenido:

• La corona es premio, galardón, recompensa.
• La corona es signo de victoria: “He combatido bien el combate; me espera una corona merecida”.
• La corona es signo de esperanza: “Confiad, Yo he vencido al mundo”. La Virgen coronada es una llamada a la fidelidad, a la esperanza que no defrauda.
• La corona es insignia de honor, símbolo de dignidad. En la frente de María significa su excelsa dignidad de Madre de Dios, una dignidad única e irrepetible.
• La corona es signo de martirio.
• La corona es signo de “santidad de vida”, testimonio de fe y de amor.

Toda la gloria y la grandeza le viene a María por ser la Madre de Jesús. Jesús es su corona de gloria. Nosotros seremos su corona en la medida en que nos parezcamos a Jesús, si llevamos una vida auténticamente cristiana, si somos uno en la fe y en el amor.
Santa María, Auxilio de los Cristianos, Virgen Coronada por Dios, ruega por nosotros.


5.- Entre todos los títulos en que se expresa la gloria y la grandeza de la Virgen María, sobresalen dos por su antigüedad y por su difusión:

a). María, Madre de Dios: así fue definida como dogma en el Concilio de Éfeso, en el siglo V (La Teotokos), y

b). María, Auxilio de los Cristianos, “María Auxiliadora”. Ya desde el siglo III se le llama en la Iglesia Oriental con el título de “Boetia”, en griego, que significa “La que trae auxilios venidos del Cielo”.

Para la familia salesiana tiene una especial importancia el título de María Auxiliadora.

El 9 de junio de 1868 se consagra en Turín la Basílica de María auxiliadora, que construyó San Juan Bosco.

“Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”.

Él nos recomendaba repetir muchas veces esta pequeña jaculatoria: “María, Auxiliadora, rogad por nosotros”.

“La Virgen quiere –decía Don Bosco- que la honremos con el título de María Auxiliadora. Corren tiempos tan tristes que tenemos necesidad de que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe”.

¿No es ésta también la situación de nuestra Iglesia de nuestro tiempo?

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo