DiócesisHomilías Mons. Dorado

Bodas de oro matrimoniales de Leandra y Silverio

Publicado: 05/07/2008: 11330

En la Ermita del Santísimo Cristo de Urda


1.- Es este día 5 de julio, nos reunimos en la presencia del Santísimo Cristo de Urda, para celebrar los 50 años de matrimonio de Leandra y Silverio.

Esta celebración cobra un significado más elocuente cuando participan también los hijos y los nietos.

¿Qué celebran estas personas cristianas y qué sentido tiene esta celebración?  Muchos motivos se unen sin duda en esta acción de gracias:

- la fidelidad del amor,
- el don de los hijos y de los nietos,
- la satisfacción por haber superado los obstáculos y dificultades en el camino de la familia.

Al mismo tiempo que, mirando al pasado, dan gracias a Dios y se piden mutuamente perdón, renuevan las promesas matrimoniales de cara al futuro implorando la gracia de Dios y la protección de la Santísima Virgen. Es una fiesta muy bella y muy significativa.


2.- La situación social y política actual española, en que la misma definición del matrimonio ha sido cuestionada por la legislación, en que la estructura básica de la familia constituida por el matrimonio y los hijos es oscurecida con los llamados “modelos” de la familia y en que se puede difuminar hasta la antropología de la sexualidad, otorga mayor relieve a estas efemérides y celebraciones de las bodas de oro matrimoniales.

Sin levantar un dedo acusador contra otras parejas, sino pidiendo por ellas y por la familia cristiana, proclaman en esta celebración el gozo en el Señor Jesucristo de haber alcanzado estas “metas volantes” en el camino de los esposos que se unieron humana y cristianamente en el Sacramento del Matrimonio.


3.- En medio de la cultura ambiente, de los comportamientos repetidos que van convirtiéndose en hábitos sociales y de la legislación civil, debemos subrayar de nuevo los rasgos fundamentales que aparecen desde el origen del mundo, en la revelación de Dios, llevada a su plenitud por Jesucristo. Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, es decir, con la misma dignidad de hijos de Dios; por eso nadie, ni el hombre ni la mujer debe ser discriminado, ni humillado, ni violentado, ni sometido al dominio del consorte. La violencia doméstica, a veces llevada al extremo, es un grito que clama al cielo. Dios los creó hombre y mujer; es decir, sexualmente diferentes; esta diferencia pertenece a la buena creación de Dios y a la condición humana; está ordenada a la mutua complementación entre hombre y mujer; a la transmisión de la vida y a la educación de los hijos. La persona humana es engendrada en el amor de los esposos, no producida artificialmente en un laboratorio. Aquí tenemos los cristianos unos principios claros desde los que debemos levantar la voz y luchar en el debate socio-cultural y en la opinión pública.

Así como somos muy sensibles a la promoción social ejemplificada en Cáritas y en la Campaña contra el Hambre, debemos entrar más en la defensa de los derechos del matrimonio y de la familia.


4.- ¿No necesitamos todos en nuestra sociedad redescubrir y proclamar con nuevo vigor el verdadero amor matrimonial, la generosa transmisión y defensa de la vida, el respeto de la intimidad, el derecho de los padres a que sus hijos sean educados según sus convicciones morales y religiosas, el sacrificio del amor y la maduración de todos?

La sexualidad humana debe ser respetada y dignificada, no comercializada ni vanalizada; hay manifestaciones que sólo dentro del matrimonio, con la responsabilidad que le es inherente en la transmisión de la vida, tiene su lugar adecuado y su plena significación.


5.- Nos unimos a la acción de gracias de Leandra y Silverio que celebran sus bodas de oro matrimoniales. Cincuenta años en la fidelidad al amor que Dios santificó y bendijo el día de su matrimonio;  y que ellos están manteniendo “hasta que la muerte los separe”, como se prometieron el día de su boda.

La perseverancia en el amor matrimonial y paterno-filial depende mucho de la oración cristiana, de la vigilancia de los movimientos del corazón y de la capacidad para perdonarse. Los hijos aquí presentes son el don más precioso que Dios les ha confiado para que los cuiden, les ayuden a crecer, les eduquen humana y cristianamente. A los niños se les transmite la fe en Dios con la vida misma y enseñándolos a rezar y rezando con ellos. Los signos cristianos en la casa son una especie de catequesis permanente.

¡Que el Santísimo Cristo de Urda y su Santísima Madre os sigan bendiciendo muchos años más!

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo