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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Publicado: 30/07/2006: 1736

S.I. Catedral. Domingo XVII del Tiempo Ordinario. Ciclo B


El Evangelio de hoy narra un milagro de Jesús. Con sólo cinco panes de cebada y dos
peces logró que comieran y se hartaran más de cinco mil personas. Los presentes quisieron
hacerle rey, para vivir sin dar golpe, pero Jesús se quitó de en medio y se fue a rezar a la
montaña.

Porque la fe no pretende eximirnos del trabajo y arreglarnos los problemas. Dios nos
ha creado inteligentes y libres y ha puesto en nuestras manos la historia de cada día. Todos
tenemos que sentirnos responsables de su marcha, de su grandeza y de sus fracasos.

Es verdad que la fe mueve montañas y puede realizar grandes milagros, pero siempre
a través de la colaboración de todos y cada uno. Porque el problema que hoy tenemos en el
mundo no es la falta de alimentos, sino la escasez de amor y de justicia para compartir los
bienes de la tierra. Y esa pobreza que se cobra miles de vidas inocentes cada día la hemos
creado y la mantenemos entre todos.

Muchos de nuestros hermanos, como ese joven que, según el Evangelio de hoy, ofreció
cuanto tenía, saben compartir sus bienes con los pobres. Así nos lo enseñan Cáritas, Manos
Unidas y los misioneros que, unidos, consiguen crear fuentes de riqueza y levantar escuelas
y hospitales en los sitios más pobres del planeta. Lo que hacen son auténticos milagros que
brotan de la fe en Jesucristo. Por eso, lejos de culpar a Dios por el reparto injusto de los bienes
y los sufrimientos de las guerras que nos hacemos los hombres, saben ponerse manos a la
obra y vivir una existencia solidaria. Cada uno aporta lo que tiene y se realiza el milagro.

El verdadero creyente no utiliza a Dios para sus fines. Sabe que la fe es fuente
inagotable de amor y de energía que nos lleva a vivir como hijos de Dios, a respetar los
derechos de los otros, nuestros hermanos, y a compartir todo lo que somos y tenemos. Pues
Dios nos ha puesto en este mundo para que pongamos orden en el caos, cultivemos la tierra
con respeto y multipliquemos los frutos del mundo. Peo no basta con hacer un mundo más rico
si luego no es el mundo de todos y para todos. Cuando los resultados de la ciencia y del
trabajo humano están al servicio de unos pocos, hemos errado el camino y no se puede afirmar
que haya progreso.

Mediante sus mandamientos, Jesucristo nos enseña a vivir fraternalmente y en la Misa
del Domingo reaviva nuestra esperanza y alimenta nuestro amor. Para que, igual que
repartimos el pan de la Eucaristía, compartamos los bienes de la tierra y dejemos que Dios lo
trascienda todo, lo penetre todo y lo invada todo, como dice San Pablo en la Segunda Lectura
de la Misa (Efesios 4, 6).

La vida no se nos ha dado para hacer dinero, sino para hacernos hermanos.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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