NoticiaColaboración AURORA SUÁREZ-LLEDÓ. La elocuencia del silencio Publicado: 11/05/2020: 17917 El camino espiritual se inicia porque la sed de plenitud nos empuja a buscar. Y no es extraño que pasemos muchos años buscando en lugares equivocados. «El Silencio no es evadirse de la realidad, sino más bien al contrario, penetrar en lo más profundo de la realidad misma» Un día, como Abrám, damos el paso de salir de nuestra tierra, hoy diríamos nuestra zona de confort; soltamos apegos a determinadas costumbres, modos y maneras que ya no nos llenan, y con más incertidumbres que certezas iniciamos el camino de la búsqueda de lo esencial, nuestra más profunda identidad. En nuestra tradición, el desierto es lugar de encuentro y transformación. En el silencio del desierto escuchó Moisés la Presencia que le hizo descalzarse, es decir, apearse de su yo y cambió su identidad y su misión. También en el silencio del desierto, en el susurro de una brisa suave, percibió Elías la Presencia y ésta le hizo reencontrar su identidad y su camino. Oseas por su parte, relata cómo la amante infiel, en el silencio del desierto, abrirá ¡por fin!, su corazón al encuentro con la Presencia y tendrá lugar el desposorio, que será ya, para siempre, en misericordia, en ternura, en fidelidad y conocimiento de quien es origen de toda verdadera identidad. Jesús, al desvelarse su identidad, es llevado al desierto. Allí, inmerso en el silencio, profundiza en el conocimiento de el qué, el cómo y, sobre todo, el desde dónde. A partir de ahí, todo en Jesús es referencia al Padre. Era su costumbre retirarse a orar en el silencio para poder configurarse desde la raíz y desde ahí actuar. El silencio no es evadirse de la realidad, sino más bien al contrario, penetrar en lo más profundo de la realidad misma, permitir que aflore la Palabra y que la acción consecuente sea manifestación de la Presencia. La propuesta es aprender a vivir desde la profundidad habitada del silencio.