NoticiaCuaresma Día 3. Charlas Cuaresmales. Jesús nos invita a decir a Dios ¡Padre! Publicado: 18/03/2020: 18210 CRISIS CORONAVIRUS Durante esta semana, y ante la imposibilidad de que los fieles de la diócesis participen en las conferencias de Cuaresma, ofreceremos los textos de las charlas cuaresmales que el sacerdote Alfonso Crespo Hidalgo iba a impartir en la parroquia Stella Maris, organizadas por el Movimiento de Apostolado Familiar San Juan de Ávila, bajo el lema «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Señor, enséñanos a orar». III. «MAESTRO, ENSÉÑANOS A ORAR» Jesús nos invita a decir a Dios ¡Padre! La oración primordial de los cristianos, enseñada por Jesús, sorprende sobre manera. ¡Qué atrevimiento dirigirnos a Dios, llamándole Padre! El trato hace que los amigos terminen pareciéndose, compartiendo ideas y sentimientos. El Espíritu Santo que Jesús resucitado comunica y otorga hace posible que nos acerquemos a la amistad e intimidad personal con Dios Padre, a través de Jesucristo. El Espíritu pone en nuestros labios la confesión, ¡Jesús es Señor! (1Cor. 12, 3); y la invocación, ¡Abba. Padre! (Rom 8, 16); inseparables ambas, confesión e invocación. 1. «Maestro: Enséñanos a orar» El papa emérito Benedicto XVI, en el capítulo V de su libro Jesús de Nazaret, reflexiona sobre el Padrenuestro. Contempla el relato desde dos evangelistas: Mateo y Lucas. Su reflexión se inicia al hilo del Evangelio de Mateo, previniendo sobre «dos formas erróneas de rezar»: «Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt 6,5-8). Primero advierte la oración no ha de ser una exhibición ante los hombres; requiere una discreción que es esencial en una relación de amor… Puntualiza el Papa: «El amor de Dios por cada uno de nosotros es totalmente personal y lleva en sí ese misterio de lo que es único y no se puede divulgar ante los hombres… Esta «discreción esencial» de la oración no excluye la dimensión comunitaria: el mismo Padrenuestro es una oración en primera persona del plural… Pero este nosotros reaviva lo más íntimo de mi persona; al rezar, siempre han de compenetrarse el aspecto exclusivamente personal y el comunitario…». Segundo (Cf. 6,7-8): otra forma equivocada de rezar ante la cual el Señor nos pone en guardia es la palabrería, la verborrea con la que se ahoga el espíritu… El Papa nos advierte: «Más allá de recitar formulas sabidas, o levantar la oración con palabras de petición o de agradecimiento, es necesario que la relación con Dios permanezca en el fondo de nuestra alma. Para que esto ocurra, hay que avivar continuamente dicha relación y referir siempre a ella los asuntos de la vida cotidiana. Rezaremos tanto mejor cuanto más profundamente esté enraizada en nuestra alma la orientación hacia Dios…» El evangelista Lucas ofrece la enseñanza del Padrenuestro en un contexto diverso al de Mateo. En pleno viaje catequético a Jerusalén. Ha enviado a los setenta y dos discípulos, un número que parece simbolizar el conjunto de los pueblos gentiles como el doce simbolizaba las tribus de Israel (Lc. 10, 1 16); ha exultado en oración de alabanza por la fe de los sencillos (Lc 10, 21 24); a continuación, la parábola del samaritano amplía la projimidad más allá de todo límite (Lc 10, 29 s.); finalmente, María de Betania elige «la mejor parte», es decir, estar con Jesús (Lc 10, 42). No es casual que continúe la enseñanza del Padrenuestro. Pero, quizá, lo más importante de esta perícopa (Lc 11, 1-11) es el pretexto elegido para la enseñanza: «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, enséñanos a orar...». La forma de orar de Jesús impresionaba a sus discípulos; al verlo orar, uno de ellos le pidió que les enseñase a rezar. No sabemos exactamente qué es lo que más les impresionaba en aquella oración, pero podemos presumir que era sobre todo el impulso que llevaba al Hijo hacia el Padre y que suponía un compromiso de toda su alma en el contacto filial. En aquellos momentos privilegiados, debía notarse una irradiación serena en el rostro de Cristo, que era como un reflejo del Padre invisible que contemplaba. El discípulo esperó a que terminase aquella oración antes de formular su petición: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (Lc 11,1). Había sido discípulo de Juan Bautista y había recibido sus enseñanzas sobre la manera de orar. Pero al seguir con sus ojos a Jesús en su oración, comprendía la diferencia y deseaba rezar como él. Cuando dijo: «Enséñanos a orar», intentaba decir: «orar a tu manera». El Maestro no dejó de responder a esta petición que él mismo había provocado: «Cuando oréis, decid: Padre.....» Y enunció en unas breves palabras el contenido de la oración que deseaba enseñarles. Jesús no ha dado a sus discípulos una regla oracional como hacían los grandes maestros. Él reza continuamente en medio de sus discípulos, reza ante ellos, transparenta la presencia del Padre. La oración del Padrenuestro es una participación en la oración personal del Señor. La oración cristiana, siguiendo a Santa Tersa de Jesús, es una hermosa historia de amistad, donde el Señor trasmite su alma orante a los amigos y estos van siéndolo cada vez más, conforme se introducen en esa oración del Amigo: «En el Padrenuestro rezamos con Jesús y el reza con nosotros al Padre». 2. La oración de Jesús: la oración nueva, la oración primordial Cristo no se limitó a revelar al Padre. Mostró con su oración personal cómo podía expresarse la confianza y el amor filial. Invitó a sus discípulos a invocar al Padre llamándolo por su nombre y les enseñó una oración, que ha sido preciosamente recogida por la piedad cristiana. La gran novedad de la oración enseñada por Jesús consiste en la familiaridad con que invitó a los discípulos a dirigirse a un Dios que era su Padre. En la tradición judía se había desarrollado un respeto tan grande por la majestad divina que se abstenía ordinariamente de pronunciar el nombre de Dios. A lo largo del año litúrgico no había más que un solo día en el que el santo nombre de Dios era pronunciado en voz alta por el sumo sacerdote: la fiesta de la Expiación terminaba con una proclamación de este nombre, que suscitaba en la gente un movimiento de postración y de adoración. Por consiguiente, se ponía el acento en la distancia que existía entre Dios y el mundo. En su oración personal Jesús demuestra que franquea esta distancia, ya que invoca al que reza con el nombre de «Abba», que podemos traducir por nuestro cariñoso «papá» (Mc 14,36). Es ésta una novedad absoluta. Se explica por el hecho de que Jesús es el Hijo que tiene un acceso total a la intimidad del Padre. Jesús invoca en otras ocasiones a Dios como Padre: en la soledad del Huerto de los Olivos, en Getsemaní (cf. 22,39-46), donde con una familiaridad asombrosa con su Padre, le permite con entera libertad, incluso pedirle que le ahorrase la prueba de la pasión: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz». Podía expansionarse filialmente ante el terrible sufrimiento que le amenazaba; el grito «Abba» adquiría todo su valor en el momento de la angustia: «Padre, ayúdame; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya…». Al abrir el camino de la intimidad filial con el Padre, Jesús ensancha el campo de la oración mediante la facultad de decirlo todo y mediante ciertas iniciativas atrevidas que pertenecen a la dignidad de hijo. Utilizar la palabra familiar «papá» es al mismo tiempo apelar al afecto cariñoso del padre para obtener de él cuanto se desea. Esta familiaridad, también se manifiesta en la espontaneidad de su impulso hacia el Padre, cargado de entusiasmo evangelizador, cuando «se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Si, Padre, porque así te ha parecido bien… Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!» (21-24). En Getsemaní, son los sentimientos de amargura y de pavor los que provocan el recurso al Padre, una búsqueda más anhelante de su intimidad. En el clima más sereno de la vida pública, sube hacia el Padre un grito de admiración por los favores concedidos a los más pequeños. Tanto en el gozo como en la tristeza, asciende hasta el Padre la oración. Sabemos que el corazón humano siente con frecuencia la necesidad de compartir sus sentimientos con los demás. El corazón humano de Cristo emprendió, por su intimidad con el Padre, el camino de la confianza más completa. Este camino se abre ahora a la humanidad. Cuando la oración es contacto con la persona del Padre, puede expresarse con la más amplia libertad y la más profunda confianza. La oración del discípulo, participación de la oración del Maestro El Padrenuestro, la oración del Señor, «la oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano). La primera palabra de la oración es la más nueva y la más característica: «Padre», probablemente en arameo: Abba. Con esta oración, Jesús respondía no solamente a la petición de aprender a orar, sino al deseo del discípulo que deseaba orar como él. La novedad sorprendente con la que decía Abba en su oración personal tiene que pasar a la oración de sus discípulos. Desea compartir con ellos su condición filial y su vida como hijo; por consiguiente, quiere también compartir con ellos su oración filial. Enseñarles a orar es enseñarles ante todo a decir: Abba. De esta forma quiere introducirlos en toda la profundidad de su intimidad con su Padre. Los discípulos nunca se habrían atrevido a apropiarse en su oración personal la invocación Abba, tan característica de la oración de Jesús, si éste no les hubiera invitado a emplear este vocablo. La intención de Cristo era acercar lo más posible a sus discípulos a Aquel que era su Padre. La ausencia frecuente de la invocación «Padre» indica una falta de conciencia filial en la vida cristiana. Al pronunciar el nombre Abba condesamos y reforzamos la relación paterno-filial. No nos sentimos huérfanos. Las tres primeras invocaciones del Padrenuestro El cristiano reza el Padrenuestro con los mismos sentimientos filiales de Cristo, que no vino a hacer su voluntad, sino a cumplir la voluntad del Padre que le había enviado. Las tres primeras peticiones del Padrenuestro miran a Dios: santificado sea «tu» nombre, venga «tu» reino, hágase «tu» voluntad. Lo primero eres «Tú». En el Padrenuestro Jesús pone palabra a lo que experimentó todos los días, el deseo de dar gloria al Padre devolviendo al hombre la imagen perdida. Al profesar a Dios como «Padre nuestro», al proclamar «santificado tu Nombre», «venga a nosotros tu Reino», «hágase tu Voluntad, en la tierra como el cielo», Jesús nos invita a aceptar la paternidad de Dios en nuestra vida, qué la paternidad divina sea aceptada, reconocida, agradecida: aceptar a Dios como Padre, es sentirme hijo, en el Hijo… El resto, las peticiones que siguen, están subordinadas a este sentimiento: pedimos «el pan de cada día», «el perdón de los pecados» «que nos libre del mal» en esta vida de impaciente espera, de agónica lucha y de frágil andadura. Y Dios, «se gana, merece» el nombre de Padre, dándonos diariamente sus entrañas de misericordia: en el Pan de la Eucaristía, en el Perdón que nos devuelve la amistad con él y construye la fraternidad, en la fortaleza para rechazar la tentación del Maligno. «El Padrenuestro (la oración dominical), es el modelo y la norma de la oración auténticamente cristiana porque, en palabras de san Agustín, si vas discurriendo por todas las plegarias de las santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad para decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas» (cf. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 24-27). La oración confiada del Padrenuestro no solo refuerza los lazos de filiación con Dios Padre, sino que refuerza nuestros lazos de amistad con Jesús, que nos enseñó esta oración y que la reza con nosotros. El Padrenuestro es una oración no sólo de hijos de Dios, sino de amigos y hermanos del Hijo único, en cuyos sentimientos se injertan los nuestros. 3. Cuando falta el trato... «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 68) La oración es trato de amistad, el Padrenuestro es rezar a Dios Padre, en compañía y con las palabras que Jesús nos enseño, y si falta el trato, se debilita la relación: el sentimiento de filiación se oscurece, la relación de amistad con Jesús se quiebra. Así ocurrió a muchos. Leamos un pasaje evangélico muy llamativo. «Dijo Jesús: Yo soy el pan que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo. Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún. Resultado del discurso fue el abandono de muchos. Y entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». (Jn 6, 48-69). Sin embargo al poco tiempo, Pedro estará negándolo por tres veces. ¿Por qué este abandono? Porque los discípulos estaban compartiendo una actividad intensa con el Maestro pero, al tiempo, existía un abismo de distancia y cierta incomprensión. Son numerosos los lugares del evangelio donde aparece esa distancia interior entre los apóstoles y Jesús. Así, en la confesión de Cesarea (cf. Mt 16,13-23), cuando Jesús pregunta quién es él, la respuesta de Pedro: «Tú eres el Mesías», es solo una respuesta «de memoria». Pedro no entiende lo que confiesa. Cuando el Maestro anticipa su Pasión, ellos ni comprenden ni se atreven a preguntar (cf. Mc 8,29-35). Tampoco aceptan íntimamente su vuelta a Jerusalén, tras el intento de lapidación, para visitar al amigo enfermo (Jn 11, 8.16); no entienden nada. Están con él pero están lejos de él. Le conocen y le desconocen profundamente; ni siquiera pueden acompañarle en la noche de Getsemaní, cuando se quedan dormidos: ¿conque no habéis podido velar una hora conmigo? (Mt 26, 40). Por eso, llegada la pasión, Jesús sabe y anuncia que su muerte traerá consigo la dispersión (Mt 26, 31 s.); así se lo profetiza a Pedro poco antes de las negaciones de este (Lc 22, 31 s.). ¿Qué ocurre? Están con él pero no están íntimamente con él. Están con él: siguen su proyecto, el Reino que anunció en el monte. Se han apuntado a su «causa, a su programa», pero no saben que el programa es él mismo, su persona en la historia. Esa será la causa de la incomprensión y del abandono. No han hecho todavía experiencia de amistad. La oración cristiana, nace de la amistad con Jesús y, al mismo tiempo, confirma esa amistad, la profundiza y la conduce a plenitud: don de la amistad, camino de amistad, ejercicio de amistad, amistad sin más. Por eso va más allá de la obligación, de la metodología, de la necesidad externa; es fiel como la amistad; no tiene «utilidad» porque vale por sí misma. Estamos invitados a suspender nuestra vida de esta hermosa oración enseñada por Jesús: al levantarnos, al acostarnos, en momentos de gozo, en situaciones de angustia, nuestra mirada se levanta al cielo y traemos de la memoria al corazón la invocación más hermosa: Padrenuestro. Conclusión La amistad exige el trato. La oración es tratar con Jesús que se ofrece como Amigo y reclama mi amistad. La oración es conversación con el Amigo, y ya, por sí misma, es don, premio, gozo, paz. Jesús nos enseña a orar como él: invocando a Dios como Padre, descansando en él, buscando nuevas soluciones a nuestras preocupaciones y programar nuestros planes de futuro a la luz de sus enseñanzas… Orar, tratar con el Maestro y Señor, da calidad a nuestra vida: fortalece nuestra fe, alienta nuestra esperanza y aviva la caridad.