DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo XV del Tiempo Ordinario. Ciclo A Publicado: 13/07/2008: 2926 1.- La Iglesia nos presenta en este Domingo XV del Tiempo Ordinario, la parábola tan conocida del “sembrador”, que nos enseña fundamentalmente dos cosas muy importantes: • la fuerza vital y transformadora de la Palabra de Dios, • y la necesidad de ser buena tierra. Es decir, tener buenas disposiciones para abrir las puertas de nuestro corazón para acoger esa buena semilla. San Pablo nos dice en la Carta a los Romanos, 1, 16, que “el Evangelio es una fuerza divina de salvación para todo el que cree”. Es posible que nosotros no estemos suficientemente convencidos de la presencia de esta fuerza vital en la Palabra de Dios. El Señor la compara a una buena semilla que, de port sí, no tiene una gran apariencia, no parece tener grandes capacidades; y sin embargo tiene una fuerza vital impresionante. La Palabra de Dios es una fuerza vital capaz de cambiar el mundo y transformar a las personas. La Primera Lectura, tomada del profeta Isaías, nos dice que la Palabra de Dios produce siempre su efecto. El profeta la compara con la lluvia. La lluvia y la nieve bajan del cielo y riegan la tierra, la fecundan, hacen germinar la semilla. Así es la Palabra de Dios: también ella, como la lluvia y la nieve, resulta muy benéfica y saludable. Jesús compara esta Palabra con la semilla, en el Evangelio. Él es el sembrador, ha venido a comunicarnos la Palabra de Dios; más aún, él mismo es esta Palabra, el Verbo de Dios. Pero nosotros debemos abrirle nuestras puertas. Éste es el punto decisivo. 2.- Jesús describe en la parábola cuatro casos diferentes de acogida o de cerrazón a la Palabra de Dios: • el 1º es aquel en que la semilla cae junto al camino, en un terreno duro. La semilla se queda, así, en la superficie, no penetra en el suelo, y vienen los pájaros y se la comen. Así también la Palabra de Dios que cae en un corazón endurecido, no puede penetrar en él. Este hombre no se abre a la Palabra; para él no es más que un sonido que escucha distraídamente con las orejas, pero no llega a su corazón. En este caso la Palabra no produce ningún fruto. • a continuación presenta dos casos opuestos entre sí: uno de dificultad y otro de excesiva facilidad. El primero es un caso de acogida superficial, que no tiene consecuencias profundas para la propia vida. Jesús compara a este hombre con la semilla que cae en terreno pedregoso, donde no hay bastante tierra. De manera semejante, las personas superficiales e inconstantes, en cuento llega una tribulación o una dificultad, no son capaces de resistir y quedan escandalizados: INDIFERENCIA. • el caso opuesto es el de la excesiva facilidad, es decir, el que se produce cuando la Palabra es sembrada en una situación en que todas las cosas son fáciles, con muchos atractivos y muchos planes seductores. Entonces queda ahogada la Palabra, como la semilla entre las espinas. La Palabra no puede producir fruto en aquellas personas que quieren acogerla sin renunciar a muchas cosas agradables y que parecen interesantes, pero que carecen de valor: SUPERFICIALIDAD. • por último tenemos el caso de la Palabra sembrada en tierra buena: la palabra se escucha con atención, es objeto de reflexión, de meditación, a fin de comprender y vivir sus exigencias y sus promesas. De este modo, el hombre comprende y se abre cada vez mejor a la Palabra. En este caso “dará fruto y producirá, como dice Jesús, ciento o sesenta o treinta por uno”: TIERRA BUENA. 3.- El Evangelio de hoy nos impulsa a realizar un examen de conciencia: • ¿Acogemos nosotros verdaderamente la Palabra de Dios? Cada Domingo escuchamos en la Misa la Palabra de Dios: ¿la homilía nos impulsa a reflexionar a fin de comprenderla y abrirnos mejor a ella? • ¿A cuál de las categorías de personas presentadas por Jesús en el Evangelio nos asemejamos? • ¿Es posible que durante la Misa estemos distraídos de suerte que la Palabra caiga en un terreno que no la acoge porque es demasiado duro? O bien, ¿somos de aquellas personas que aprecian la Palabra, están contentos de escuchar una hermosa homilía, pero después no dan fruto, porque su alegría es superficial? La Palabra produce muchas gracias de iluminación, de fuerza, de paz y de alegría, sólo en aquellas personas que conservan la palabra de Dios en su corazón y, así, cuando llegan las dificultades o deben cargar con su Cruz, lo hacen con amor. Da la impresión de que el caso más frecuente en nuestro tiempo es el tercero, a saber: el de la Palabra sembrada entre espinas, que representan en la parábola, no cosas punzantes, sino atractivas. Jesús las interpreta como la preocupación por las cosas del mundo y el engaño de las riquezas. Hoy se nos presentan muchas posibilidades de distracción y de diversión, también muchas ocasiones de obtener beneficios, de búsqueda de la comodidad y la riqueza. El que se deja atrapar por estas ofertas, tan generalizadas, no está en condiciones de acoger la Palabra de Dios como es debido. Ésta queda ahogada por los impulsos naturales de búsqueda de la riqueza, del placer y del poder. Si, por el contrario, deseamos que nuestra vida sea verdaderamente cristiana, debemos prestar una atención muy honda y más constante a la Palabra. Como la Santísima Virgen. Si leemos la Palabra con atención y después la meditamos, contemplando el plan de Dios contenido en ella, la Palabra echará verdaderamente raíces en nosotros, arraigará en nuestro corazón y producirá frutos abundantes. Este fruto es una vida generosa, una vida hermosa, una vida en la que podemos estar contentos y en la que sentiremos la Alegría y la Paz de Dios. La Virgen es dichosa y bienaventurada porque escuchaba la Palabra de Dios y la cumplía. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo XVII del Tiempo Ordinario. Ciclo CDomingo XV del Tiempo Ordinario. Ciclo C Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir