DiócesisHomilías Mons. Buxarrais

«Queja y esperanza de un Pastor»

Publicado: 08/09/1985: 857

Ante la campaña de calumnias por el artículo anterior sobre la provocación (1985)

Queridos presbíteros, religiosos, religiosas, miembros de la Herman­dad de nuestra Patrona, Santa María de la Victoria, diocesanos malague­ños y devotos de la Santísima Virgen:

La Iglesia destaca en la lista de las conmemoraciones marianas la festividad del nacimiento de la Virgen, que hoy celebramos.

En realidad, como se da en todas las conmemoraciones de la Madre de Dios, no se trata de otra cosa más que de una celebración cristológica. Porque celebrar el nacimiento de la Virgen es anticipar, como la aurora anticipa al día, el nacimiento de Jesús, Sol de salvación para toda la hu­manidad. Al repetir año tras año esta celebración no pedimos a Dios otra cosa más que mantener y avivar nuestra gratitud por el gran don que nos ha hecho, dándonos a su Hijo.

Nuestra Patrona

Además, la diócesis de Málaga une a la conmemoración del naci­miento de María otro aspecto entrañable y concreto que nos hace más cercana a la Virgen, como cercana quieren los hijos a su madre.

Celebramos la fiesta de nuestra Patrona, Santa María de la Victoria, cuya bellísima imagen nos recuerda el renacer de la fe cristiana en nues­tra tierra. Ella, nuestra Madre y Señora, nos hace recordar también el sin número de triunfos alcanzados sobre males sociales y espirituales, comu­nes y personales, que Dios nos ha concedido. En Santa María de la Victo­ria encontramos, a la vez, un ejemplo y una intercesora para poder llegar a la victoria definitiva que se nos ha prometido en Cristo Jesús.

Palabra viva y eficaz

La Palabra de Dios que se nos ha proclamado en esta celebración nos recuerda que, en Cristo Jesús, el primogénito entre muchos herma­nos, y junto a El, siendo la primera después de El, la Virgen María, por la fe en el Señor hemos sido predestinados, llamados, justificados y glorifi­cados (Rm 8, 28-30).

En el evangelio se nos ha recordado, a su vez, que todo el misterio de salvación se desarrolla dentro de un marco histórico concreto con nom­bres propios de personas y lugares (Lc 1,1-23). Por esto, la Palabra de Dios, siempre viva y eficaz (Hb 4,12), nos da a comprender que la salva­ción, iniciada en Cristo y por Cristo, desde el primer momento de su virginal concepción en el seno purísimo de la Virgen María, continúa desarrollándose en nuestra historia concreta entre altibajos, contradiccio­nes y aciertos, tabores y calvarios, muerte y vida. Porque el Enmanuel es realmente el «Dios con nosotros» siempre.

Desde la fe, he podido comprobar esta misteriosa y, a veces, des­concertante presencia de Dios a través de algunos acontecimientos acae­cidos en estas últimas semanas; acontecimientos que a muchos de voso­tros, como a mí mismo, nos han sumergido en la perplejidad, quizás en la desorientación, cuando no en la indignación, expresada en un silencio punzante. Todo esto ha podido ser una invitación del Señor, llamándo­nos de nuevo a su encuentro, pasando de la cruz a la luz.

Aprovechando la festividad de la Madre, Santa María de la Victo­ria, bajo cuya mirada comprensiva y alentadora el obispo puede comuni­carse confiadamente a sus diocesanos, quiero referirme de una manera precisa a lo acontecido.

Además, vosotros tenéis derecho a saber si es o no cierto lo que se ha dicho o escrito sobre vuestro pastor; y yo, por mi parte, tengo el deber de decíroslo con sinceridad y franqueza, aunque mi voz sea silenciada ahora por aquellos mismos medios que han usado y abusado de mi nom­bre.

El derecho a la queja

María, la madre de Jesús, sufrió y se quejó. Recordad, si no, sus palabras en la pérdida y hallazgo del Niño en el templo.

Jesús más de una vez se indignó, se estremeció, lloró y tuvo miedo. Y lo manifestó visiblemente, tal y como nos lo cuentan los evangelios.

Pablo, el Apóstol de los gentiles, fue víctima de ataques e incomprensiones de algunos que se llamaban cristianos. En sus cartas, sobre todo en la segunda a los corintios, escribió párrafos cargados de indignación, a la vez que hacía una autodefensa de su persona, no tanto en ventaja propia, sino para afirmar la fe de las comunidades que había fundado y a las que servía con autoridad apostólica.

Quisiera que ahora Dios me concediera la delicadeza de María, la valentía y decisión de Jesús y la claridad de Pablo, no para defender con miras humanas mi honor personal, sino para afianzar vuestra fe, una de cuyas dimensiones es la comunión con aquel que ha sido puesto por Dios para ser vuestro ejemplo y maestro, a través del ministerio episcopal. Todo esto le pido a Dios. Y a vosotros, paciencia y comprensión, a la vez que vuestra corrección fraternalmente evangélica, si así lo estimareis opor­tuno.

A favor de todos los malagueños

Un pequeño artículo que entregué a algunos medios de comunica­ción, titulado «Provocación en la Costa del Sol», escrito el día 28 de julio, con motivo del XVII aniversario de la muerte del querido Cardenal Herrera Oria, desencadenó una serie de reacciones y comentarios.

Muchos conocéis el artículo. Otros, entre los cuales se encuentran algunos periodistas e informadores locales y nacionales, creo que jamás leyeron el artículo en su totalidad. Se fiaron de comentarios de terceras personas, de algunos titulares sensacionalistas o de algún que otro co­mentario escuchado por azar en alguna que otra emisora. Y, a pesar de todo, se atrevieron a opinar, creo yo, de la manera más desafortunada.

Debe quedar claro que como obispo de esta Diócesis y como mala­gueño de corazón jamás estuve, ni estaré contra el turismo. Todo lo con­trario. Admiro y acepto con orgullo y gratitud a Dios que esta querida tierra malagueña ofrezca un marco geográfico, climatológico y, sobre todo, humano, que la hace, sin duda, uno de los lugares más singulares, her­mosos y acogedores para el turismo español, el turismo europeo y el de otros continentes.

Estoy a favor del turismo, sobre todo, porque gracias a la construc­ción, a los servicios, a la organización de congresos y encuentros festivos y dignos..., muchas familias malagueñas han encontrado un medio de trabajo honesto.

Y copiando una frase del apóstol Pablo, aunque en un contexto totalmente diferente, permitidme pediros que «soportéis un poco más mi necedad» por lo que de autoelogio pueda contener lo siguiente:

Como ha recordado un informador en estas últimas semanas, cuan­do, hace unos años, ciertos grupos terroristas colocaron explosivos en nuestra costa con el fin de ahuyentar a los turistas, mi voz fue una de las pocas que se levantó contra ellos, retándolos abiertamente al decirles que lo único que conseguían era arrancar el pan de la boca de los hijos de los trabajadores de Málaga.

La difamación

Pero la cosa todavía va más allá.

Algunos periodistas que escriben para la llamada «prensa amari­lla» y «revistas del corazón», abusando del gesto de recibirles y hacerles algunas declaraciones, no sólo me han humillado personalmente (cosa que no tiene mayor importancia), sino que, negándose a entregarme los originales para revisarlos y corregirlos en lo que no fuera objetivo preci­so, han podido sembrar desorientación doctrinal y moral entre algunos católicos.

La mala intención de un medio de comunicación concreto, a quien parece interesarle más la venta de ejemplares y la fama, que la dignidad de las personas, no debe haceros dudar, queridos malagueños, que la doctrina que enseña vuestro obispo en los puntos que fueron malintencio­nadamente presentados y que, por tanto no hago de ninguna manera míos, no es otra que la doctrina de la Iglesia.

En comunión con la Iglesia universal

Y pasando ya a puntos concretos, debo deciros que, ante todo, como lo he explicitado ya en otras ocasiones, reitero mi condenación contra el aborto; condenación moral que uno a la de todos los obispos españoles y de una manera singular y especialísima, a la que reiteradamente ha he­cho el Papa. Además, felicito y aplaudo a todos aquellos médicos y perso­nal ayudante que se han opuesto y se oponen a colaborar de una manera directa o indirecta en provocar el aborto.

En segundo lugar, según es probado científicamente, algunos de los métodos anticonceptivos son abortivos. Los matrimonios cristianos que hayan sido generosos en su paternidad responsable, deben atenerse a los métodos naturales de control de natalidad. En caso de conflicto de valores, deberá seguirse la propia conciencia rectamente orientada y for­mada, según la doctrina moral de la Iglesia.

En tercer lugar, la castidad evangélica es una virtud que atañe a todo cristiano, a cada uno según su propio estado. Además, debemos recordar que la virginidad y el celibato son posibles en aquellas personas a quienes Dios ha llamado al estado de vida consagrada, tal y como la entiende la Iglesia. Dicha llamada supone siempre una especial gracia de Dios, que se fortalece por la oración y la ascesis cristiana.

Finalmente, y en cuanto a la educación sexual de los niños y jóve­nes se refiere, los católicos debemos atenernos a lo que, en los últimos años, ha dicho la Santa Sede a través de los siguientes documentos:

-Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe acerca de ciertas cuestiones de ética sexual. Fecha: 15 de ene­ro de 1976.

-Orientaciones educativas sobre el amor humano. Pautas de edu­

cación sexual. Es un documento dado por la Sagrada Congrega­

ción para la Educación Católica, el 1 de noviembre de 1983.

En la doctrina expuesta en estas declaraciones y orientaciones, el llamado «autoerotismo» es considerado, aceptando posibles atenuantes, como verdadera falta moral grave.

Esta es la doctrina de la Iglesia, a la que me adhiero y os predico. Esto es lo que os enseño como representante de Jesús, el único y verdade­ro maestro.

Distinguid, pues, con toda nitidez esta doctrina de cualquier otra interpretación que algunos pueden hacer de mis enseñanzas, tergiver­sando la verdad a veces con manifiesta mala intención.

Soy para vosotros

No puedo terminar sin daros a todos las gracias por vuestra ora­ción, por vuestro apoyo y por vuestra comprensión en estas últimas se­manas de intenso sufrimiento para mí.

Si me he sentido obligado a puntualizar lo expuesto, ha sido para que, superando la grotesca caricatura que algunos han hecho de vuestro obispo, además de haberle encasillado injustamente en no sé qué ten­dencias o partidos, dobléis vuestra ilusión de trabajar por la Diócesis, a la que he sido llamado a servir como sucesor de los apóstoles.

Además, me ha parecido que esto lo podía hacer precisamente hoy, día de nuestra Patrona, cuando tantos malagueños llenáis la Iglesia Cate­dral, significando la gran familia diocesana, dentro de cuya intimidad el obispo puede hablar a sus diocesanos, como un padre abre el corazón a sus hijos.

Y si bien unos no lo pidan, algunos no lo quieran y otros hagan nuevamente burla de ello, a todos los que, sabiéndolo o no, han podido colaborar en la difamación y en el estado confuso de cosas, les ofrezco sinceramente mi humilde perdón.

Antes de dejaros unos minutos para la contemplación de la Palabra de Dios, permitidme, queridos malagueños, deciros que, de la mano de la Virgen de la Victoria y con la fuerza que nos viene de la Eucaristía que ahora celebramos, os reitero el ofrecimiento de mi persona y mi vida para vuestro crecimiento en la fe y en la caridad del Señor.

Málaga, 8 de Septiembre de 1985

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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