NoticiaHistoria de la Iglesia La ruptura de la cristiandad (y IV). Consecuencias Publicado: 06/03/2015: 8561 Hasta el S.XV, el cisma fue evolucionando. Se suprime el nombre del Papa en las liturgias orientales, se va incrementando la ignorancia y los mutuos recelos entre ambos bloques. En el aspecto interno, las consecuencias del cisma fueron lamentables. El principio de la autocefalia niega un gobierno central en la Iglesia. Cada nación tiene su iglesia y cada iglesia nacional tiene su propio gobierno. La unidad de fe se reduce al contenido dogmático del símbolo nicenoconstantinopolitano y a los siete primeros concilios ecuménicos. La libertad de estas iglesias queda muy supeditada a la supremacía del Estado aún en cuestiones religiosas. La mayoría de sus teólogos reclaman independencia sin conseguirlo. El culto y la liturgia pecan de un excesivo ritualismo heredado de la primitiva Iglesia. La labor misionera en las iglesias separadas es prácticamente inexistente; cada iglesia se circunscribe a su propia nación y no se preocupa de evangelizar fuera de ella. El exagerado conservadurismo de estas iglesias reproduce un cristianismo anclado en siglos anteriores. Han existido desde el principio intentos de unión impulsados por los propios papas y por los emperadores bizantinos, pero los patriarcas orientales prefirieron seguir disfrutando de su total autonomía. Tres concilios ecuménicos han intentado la unión. El primero, el concilio II de Lyon (1274), en el que los emisarios del emperador Miguel Paleólogo aceptaron el primado romano, el resultado fue nulo. El segundo, el concilio de Florencia (1438-1445), que consiguió la unión con diversas iglesias, pero tal unión fue poco duradera por culpa de algún obispo oriental y de un pueblo que no aceptaba la unión con Roma. Por último, el Vaticano II (1962-1965), al que asistieron como observadores, los delegados de diversas iglesias orientales y se promulgaron dos decretos: el de Ecumenismo y el de las Iglesias Orientales. No había que acusar a nadie ni de cisma ni de herejías. Hay que partir de lo que nos une y no de lo que nos separa. Con Pablo VI se anularon las excomuniones.