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Los ministerios femeninos en la primitiva Iglesia

Publicado: 17/01/2014: 3663

En el Nuevo Testamento aparecen varias mujeres seguidoras de Jesús, al que acompañaron durante los tres años de su vida pública

Después de la Resurrección del Señor, unas abrieron sus casas para las reuniones cristianas y para la celebración de la Eucaristía, otras participaron en el anuncio del Evangelio (Rom 16, 1-3).

Esta inicial participación de las mujeres en el ejercicio del apostolado, originó dos formas de instituciones: los "órdines" y los ministerios. Los "órdines" tenían una doble manifestación: las vírgenes y las viudas. Las vírgenes hacían voto privado de castidad y con los años dieron origen al monacato femenino. Las viudas realizaron un excelente papel en lo asistencial y en el ejercicio de la caridad.

La otra forma de institución fue la realización de determinados ministerios: las profetisas y las diaconisas. Las profetisas inicialmente se dedicaron a enseñar, a bautizar y a distribuir la Eucaristía; gozaron de gran predicamento ante el pueblo. Fue el montanismo el culpable de la desaparición del profetismo femenino.

Las diaconisas aparecen en el siglo II. Tuvieron amplia resonancia en el Oriente cristiano, especialmente en Siria. Eran designadas por el obispo que las consagraba imponiéndoles las manos.

Ayudaban al obispo en la liturgia bautismal en el rito de la unción con el óleo a las mujeres, en la inmersión en el agua y en la instrucción posterior de las recién bautizadas. Otras misiones de las diaconisas eran: la de amortajar a las difuntas, visitar y confortar a las enfermas, vigilar la puerta de entrada al templo, recibir las ofrendas de las misas. En el Occidente, el diaconado femenino no tuvo la importancia del Oriente. Se ha discutido mucho sobre el rito de la imposición de manos del obispo; modernamente se interpreta como una especie de sacramental ordenado al ejercicio de un ministerio muy valorado en su época.

El ministerio de las diaconisas entró en decadencia con la frecuencia del bautismo a los niños y con la consagración a Dios en la vida monástica.

Autor: Santiago Correa, sacerdote

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