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«Mientras se construyen escuelas, ¿se destruyen hogares?»

Publicado: 00/12/1990: 699

Carta Pastoral en la festividad de la Sagrada Familia (1990)

 Queridos diocesanos:

Nos alegramos que uno de los primeros objetivos de nuestros go­biernos democráticos haya sido la educación. Se han construido un gran número de edificios de acuerdo con las exigencias pedagógicas para alum­nos de Enseñanza General Básica, Formación Profesional y Bachillerato.

Por otra parte, las normas establecidas en la LODE y la puesta en marcha de la LOGSE ambicionan una amplia y profunda renovación de la enseñanza para todos. Y aunque muchos todavía dudamos de la confi­guración de la persona que se pretende, todos aceptamos que la mejor herencia que los padres pueden dejar para sus hijos es una buena educa­ción. Además, de ella depende en gran parte el futuro de España.

El esfuerzo, pues, de los gobiernos democráticos en lo que a la edu­cación se refiere, en términos generales, se ha hecho acreedor del aplauso social.

Resultados de la educación escolar

Sin embargo, los resultados inmediatos de la actual educación es­colar no son tan halagüeños como se esperaba. Quizás debamos esperar más tiempo. Por el momento una buena parte de nuestra juventud cho­ca contra el muro de la decepción y de la desesperanza, dejándose arras­trar por la irresponsabilidad o la inconstancia, cuando no atrapar entre las redes del alcohol, de la droga o del pansexualismo.

Muchos maestros y profesores se quejan, y no sin razón, del escaso resultado positivo de su labor, debido principalmente a la mínima o nula colaboración que los alumnos encuentran en el hogar. El duro trabajo de los educadores en el ámbito escolar se diluye o desaparece en pocos días

o semanas de convivencia familiar. Sin la colaboración de los padres por lo general la educación escolar queda a mitad de camino, si no es que resulta totalmente ineficaz.

Y este es el dato que parece escapar a los sucesivos Ministerios de Educación de nuestros gobiernos democráticos; porque mientras por un lado se construyen escuelas y se establecen normas para mejorar el ámbi­to de la educación escolar, se tiene la impresión que la familia merece poca atención y apenas recibe ayuda por parte de nuestros políticos, cuan­do no se entorpece su labor educativa.

¿Allanamiento de morada?

En lo que a la educación se refiere, la familia tiene unos derechos y unos deberes inalienables. No le es lícito a ningún Ministerio de Educa­ción, por competente que sea, «allanar esta morada». Lo que sí debe y puede hacer es ofrecer todos los medios posibles para que en esta «mora­da», es decir la familia, haya posibilidad real para educar a los hijos. En la medida en que el Gobierno haga posible un sueldo suficiente para cada hogar, una casa digna, unas horas libres para la convivencia y un respeto a los valores religiosos de la familia... entonces será señal que ha com­prendido que sin la colaboración de los padres la educación integral es imposible.

La familia como espacio preferencial de educación

La familia es la primera y más importante escuela de educación. La inmensa mayoría de pedagogos asegura que ya desde los primeros meses el niño es sujeto receptivo de educación; educación entendida como ca­pacidad de desarrollar los valores humanos que ya desde el momento de nacer todos llevamos dentro.

Educar no es sólo aprender o saber cosas; es, ante todo, ayudar, sin imposiciones despóticas, a que en el niño se configuren aquellas actitu­des que harán posible una vida armónica y creativa, tanto en relación consigo mismo, como en relación con los demás.

Por tanto, todo sistema educativo que prescinda, reduzca o niegue los derechos reales de los padres, está destinado al fracaso.

Inconvenientes

Nos encontramos ante el hecho que muchos padres parecen no estar suficientemente preparados para educar a sus hijos.

Es lamentable que, de vez en cuando, nos lleguen noticias de un gran número de niños maltratados por sus mismos progenitores. Tam­bién lo es que, a pesar de tantas facilidades y por culpa de algunos pa­dres, un porcentaje demasiado elevado de niños no asiste normalmente a clase o no pueden obtener el Graduado Escolar. Por otra parte, la incom­prensión y la intolerancia de muchos padres no consigue otra cosa más que alejar moral o físicamente a sus hijos del hogar. En otras palabras: hay demasiados padres que no están preparados para educar a sus hijos, ni hacen esfuerzo alguno para cumplir con uno de los primeros deberes familiares que les incumbe.

¿Qué hacer?

Ante todo, y repito, es imprescindible que el Gobierno ayude de una manera real y eficaz a los padres para que sepan y puedan educar a sus hijos; pero que, al mismo tiempo, evite todo aquello que pudiera ser sospechoso de intromisión en el hogar, así como lo que pudiera desinte­grar y denigrar la familia. Pero no podemos limitarnos a esperarlo todo de nuestros políticos. Es necesario que las instancias intermedias, apoya­das y respetadas, adopten una actitud creativa y organizada con relación a ofrecer a los padres aquella formación necesaria para hacer del hogar la primera y más importante escuela de sus hijos.

Por lo que a los cristianos se refiere, es necesaria su incorporación a las asociaciones y escuelas de padres; a la catequesis parroquial en cuanto no sólo forma y orienta a los padres en lo que a la fe de sus hijos se refiere, sino también en lo que a las virtudes humanas atañe.

La Diócesis y la familia

El próximo domingo, festividad de la Sagrada Familia, en todas nuestras Parroquias se hará, sin duda, alusión a la familia de Nazaret como punto referencial de toda familia cristiana. Es de esperar que las homilías de nuestros presbíteros orienten y estimulen a padres e hijos a convertir el hogar en un espacio educativo para todos y cada uno de sus miembros.

Además, los días 15, 16 y 17 del próximo mes de Enero el Departa­mento Diocesano de Pastoral en su Secretariado correspondiente organi­zará unas conferencias en el Museo Diocesano sobre el tema: «Familia, ¿para qué educas?».

En defensa de la institución familiar

En unos tiempos en que la familia se siente atacada en su unidad, en su fidelidad y en su integridad moral por parte de algunos medios de comunicación, y ante la inhibición de nuestros políticos, es necesario que nosotros, los cristianos, conjuntemos esfuerzos para que la llamada «cé­lula de la familia» se vigorice y desarrolle.

Cuando la institución familiar se siente protegida y ayudada en sus derechos y deberes, la misma sociedad se afianza y proyecta hacia una formación integral que hará posible a sus ciudadanos una convivencia pacífica y respetuosa en constante progreso.

Málaga, Diciembre de 1990. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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