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Semblanza del sacerdote Felipe Reina leída en su funeral

Publicado: 08/09/2024: 127

Catedral

Tras la Eucaristía corpore insepulto que el Sr. Obispo de Málaga presidió en la Catedral el viernes 6 de septiembre por el sacerdote Felipe Reina Hurtado, su hermano en el presbiterado Alfonso Crespo leyó la siguiente semblanza.

SEMBLANZA DEL RVDO. D. FELIPE REINA HURTADO

D. Felipe Reina Hurtado nace en Encinas Reales (Córdoba), el 8 de octubre de 1948.

Con diez años, ingresa en el Seminario Conciliar de San Pelagio, en Córdoba, donde completó los estudios eclesiásticos. Fue ordenado por Mons. Cirarda, en su pueblo natal, el 2 de junio de 1974. Su familia, una familia numerosa, muy unida en todos los acontecimientos familiares de dolor y alegría, se había traslado, años antes, a vivir a Málaga, manteniendo siempre unos estrechos lazos con su pueblo. Felipe, también terminará por trasladar su ministerio desde la diócesis de Córdoba a la de Málaga.

Felipe ha desarrollado «una intensa labor parroquial».

Sus primeros diez años de ministerio sacerdotal se desarrollan como vicario parroquial en Priego de Córdoba. Felipe llevará siempre en su corazón este primer destino y su vinculación con el presbiterio cordobés. Agradecemos vivamente las múltiples manifestaciones de condolencia y las oraciones de hermanos sacerdotes de Córdoba.   

En 1984 se traslada a la diócesis de Málaga, en la que se incardina en 1992. Su primer encargo pastoral en nuestra diócesis fue el de Vicario parroquial de Santa María de la Amargura en la capital. Dos años después será nombrado párroco de Ntra. Sra. del Buen Aire y Belén, donde permanece tres años. Vuelve a la Parroquia de Santa María de la Amargura como párroco en 1989 hasta 2010. Año en el que pasará a la Parroquia de Santa Inés, donde permanece cinco años. Después será nombrado párroco de los Santos Mártires y San Juan.  

Felipe, ha sido sobre todo un pastor que ha conocido a sus ovejas por su nombre. Las parroquias por las que ha pasado conservan su recuerdo con gratitud. Para él, la Amargura, Bonaire y Belén, Santa Inés, los Mártires o San Juan, más allá de un territorio parroquial, son un elenco de personas con rostros concretos, que lleva en el corazón y en esa memoria prodigiosa para los nombres y las relaciones.  Su buen gusto y su valentía a la hora de afrontar retos, ha facilitado que los templos parroquiales por los que ha pasado, queden embellecidos y con mejores disposiciones para el servicio pastoral. Las parroquias de la Amargura y de los Santos Mártires son un signo patente.

Felipe podía pasearse por las calles y comercios de su parroquia, saludando por su nombre a muchos de sus feligreses. Últimamente, su paso ligero y sus continuos desplazamientos de la Catedral a los Santos Mártires, San Juan y el Santo Cristo, nunca le impidieron el encuentro con su variada feligresía, incluidos conocidos de sus antiguas parroquias y multitud de cofrades. Saludaba por su nombre a quien le pedía una limosna o preguntaba por un familiar enfermo a quien la vida había dejado varado en una esquina del centro histórico. 

Felipe ha sido un pastor con olor a oveja. Un hombre cercano y acogedor, de una riqueza humana que facilita el trato y genera amistad cultivada con fidelidad. Muchos nos hemos visto favorecidos por ella. 

En su ministerio no ha faltado su atención a la pastoral educativa y su servicio en los colegios de la Fundación docente Santa María de la Victoria.

Felipe ha prestado «un dilatado servicio a la diócesis en diversos órganos corporativos de gobierno y consejo»:

Su currículo tiene una amplia hoja de servicios a nuestra diócesis. Ha participado en todo los consejos consultivos, bien por designación episcopal o por elección de los hermanos presbíteros. Ha sido miembro electo del Consejo Pastoral Diocesano, del Colegio de consultores, del Consejo del Presbiterio, del Consejo de Asuntos Económicos.

Felipe ha sido siempre un hombre de consejo y de consenso. Sus opiniones equilibradas y su capacidad de hacer fácil lo que complica nuestra limitación humana, se ha puesto de manifiesto en estos servicios pastorales. Él sabía desbloquear ante un buen café una situación difícil y aflojar con su sonrisa bonachona cualquier situación tensa. Felipe pertenece a ese grupo de personas necesarias para favorecer una mejor convivencia. Ello, le ha hecho ser muy querido por los obispos con los que ha colaborado, y muy apreciado y buscado por los hermanos presbíteros y los mismos seminaristas con los que trataba. Los feligreses que han disfrutado de su pastoreo tendrán siempre dibujada en la memoria su sonrisa que generaba empatía y confianza. Su sencillez, era la antesala de una buena conversación, donde podíamos compartir su opinión siempre equilibrada o un juicio siempre verdadero pero cargado de benevolencia. 

La historia de todas las comunidades humanas, también la diocesana, han necesitado siempre a personas que sepan tender puentes y suturar heridas… Felipe ha sido una de ellas. La diócesis, y muchos compañeros, le agradecemos este servicio, tantas veces callado y oculto. Las feligresías de las parroquias que ha pastoreado se han beneficiado de sus consejos, cargados de sentido común, de su sana alegría y su humor contenido, como buen cordobés.  Echaremos de menos encontrarle en cualquier esquina y, a pesar de las prisas que a todos nos llevan, detener el tiempo ante un café… Felipe sabía conjugar el tiempo, sin apretarlo en las prisas de las tareas pendientes sino facilitando siempre el encuentro con las personas, siguiendo la sabiduría bíblica que nos narra el libro de los Proverbios.    

Felipe ha ejercido «dos servicios pastorales especialmente exigentes y delicados»

Hay encargos pastorales en una diócesis que requieren un tacto especial: el amplio campo de las Hermandades y Cofradías y la formación de nuestros seminaristas. Felipe, que ha estado siempre dispuesto a servir, ha ofrecido su delicadeza en el trato y su capacidad de empatía y dialogo en ambas realidades.

Felipe ha sabido comprender y acompañar una de las realidades más ricas y complejas de nuestra diócesis: la religiosidad popular, expresada en el vasto mundo de las Hermandes y Cofradías. Ha sido Subdelegado y después Delegado de Hermandades y Cofradías, durante diez años: su relación con las corporaciones de Pasión y de Gloria, su acompañamiento de las diversas cofradías en las distintas parroquias donde estuvo destinado, ha favorecido una mayor sintonía diocesana del mundo cofrade y ha promovido siempre un deseo de mejor formación, cuidando especialmente una celebración litúrgica de la fe con fuste teológico, purificando cualquier afectación superficial. 

Felipe entendió muy bien, y llevó en su corazón, el mundo cofrade, sintetizando su labor en un trípode que puede sustentar cualquier programa pastoral que se diseñe en torno a la religiosidad o catolicismo popular: «promover, purificar y acompañar con una mejor formación» esta rica realidad social y religiosa que vertebra la historia de nuestra ciudad y muchos de nuestros pueblos. Felipe conoció en profundidad el mundo cofrade, y el mundo cofrade encontró siempre en él un interlocutor válido, un pastor cercano y un clima de amistad que facilita la resolución de problemas.  

El Seminario es «el corazón de la diócesis». La promoción de vocaciones y el acompañamiento de las mismas, es una tarea prioritaria para cualquier sacerdote y la oración por nuestro Seminario y la colaboración con su labor formativa un dulce deber de todo cristiano. 

Felipe promovió la pastoral vocacional, alentó y acompañó vocaciones, y sus comunidades parroquiales fueron siempre generosas en la oración y la colecta por nuestro Seminario. 

Nombrado director espiritual de nuestro Seminario, a este delicado servicio pastoral prestó su mejor disposición, su discreción y su sana alegría. Su acompañamiento espiritual se ha fundamentado siempre en la cercanía y el respeto, en la disponibilidad y el consejo oportuno, al estilo de las exhortaciones de san Pablo a su discípulo Timoteo. 

Felipe tuvo siempre muy presente el encargo del Maestro Jesucristo, que envió a sus discípulos «de dos en dos»; el supo tejer lazos de fraternidad y promover la riqueza de un presbiterio armónico y preocupado por el hermano sacerdote.    

Felipe, por último, ha prestado un servicio específico muy significativo

En 2007, es nombrado canónigo de la S. I. Catedral, la Iglesia Madre que hoy nos acoge, y donde ha prestado diversos servicios, siendo en la actualidad Vice-Deán.

Felipe ha saboreado la Liturgia, bebiendo en la mejor teología conciliar y haciendo gustar a sus comunidades de la riqueza de la celebración de los sacramentos, que tienen su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Supo convertir la celebración en catequesis. En esta Catedral ha animado los cantos, ha dirigido las celebraciones litúrgicas, colaborando con los diversos prefectos de Liturgia, sabiendo prestar siempre un servicio discreto y de comunión. Echaremos en falta su alegre presencia en la procesión del Corpus.  

Felipe, celebra este año sus Bodas de Oro sacerdotales y, quizás, con este motivo, ha hecho el único exceso que le conocemos: ha emprendido la peregrinación definitiva a la casa del Padre, para participar en las Bodas del Cordero, adelantándose al Año Jubilar que pronto iniciaremos. En esta Eucaristía, fuente de comunión y misión, expresamos nuestra acción de gracias por la vida y servicio ministerial de Felipe. Felipe, gracias por tu intenso servicio al pueblo de Dios y por tu bien hacer como hermano sacerdote. Has sabido enriquecer nuestra diócesis y fortalecer su presbiterio.  

Tú que a muchas personas “has hablado de Dios…”; ahora, “háblale a Dios de nosotros”.

Santa María de la Victoria. Ruega por nosotros. 

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