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Canonización de María Eugenia de Jesús

Publicado: 31/05/2007: 1937

Su Santidad el Papa Benedicto XVI presidirá la ceremonia en la Basílica de San Pedro de Roma el 3 de junio de 2007.

Durante una ceremonia desde Roma, que será trasmitida por Popular TV, el Papa Benedicto XVI dará a conocer la canonización de la madre María Eugenia de Jesús, fundadora de la congregación de las religiosas de la Asunción.

La Asunción está presente en Málaga a través de tres comunidades: la del colegio, situado en el barrio de Pedregalejo; la de El Palo, al servicio del centro educativo antes mencionado, de la parroquia y del barrio; y una tercera en la Urbanización de «El Olivar», cerca de Torremolinos, que acoge a las hermanas mayores, y donde éstas siguen evangelizando con la oración y el testimonio.

Cristina González Carrasco, quien ha sido superiora general durante doce años, nos acerca el carisma de la congregación, con la ayuda de las religiosas que conforman las comunidades de El Palo y Pedregalejo. «Nuestra fundadora respondió a la llamada de Dios en su vida fundando, en 1839, una congregación apostólica que uniera la acción a una actitud profundamente contemplativa. Junto con otras tres jóvenes, concibió un proyecto de vida centrado en la educación y enraizado en la oración. Para ella, las mujeres que se entregaran a la misión de educar necesitaban, más si cabe, una fuerte vida de adoración».

La comunidad de Málaga fue la primera de la Asunción en España y fue fundada por la misma María Eugenia, ayudada por la familia Loring. Con una espiritualidad centrada en Jesucristo, el Verbo hecho carne para devolver la dignidad al ser humano, las religiosas de la Asunción consideran única a cada persona, y plantean la educación como el método para que cada uno sea plenamente lo que Dios quiere que sea, realizando así su misión en la sociedad en la que vive. La pedagogía educativa de la Asunción está, por tanto, vinculada a la visión del hombre y del mundo creados a imagen de Dios.

Las religiosas herederas del carisma de María Eugenia viven esta tarea de forma comunitaria. Tanto la misión como la contemplación se viven en profunda fraternidad. «En esta unidad entre nosotras y con Cristo, María, la madre del Señor, juega un papel decisivo», dicen las religiosas. «Asimismo, nuestra fundadora nos dejó un gran amor a la Iglesia. Sentir con ella ha sido siempre luz y fuerza para la congregación».

Más información en religiosasdelaasuncion.org

María Eugenia Milleret

María Eugenia de Jesús (1817-1898), fundadora de las Religiosas de la Asunción, será canonizada por Benedicto XVI este domingo 3 de Junio del 2007.

Nacida en una familia burguesa, en 1817 en Metz (Francia), tras la derrota definitiva de Napoleón y la Restauración de la Monarquía, Ana-Eugenia Milleret no parecía estar destinada a trazar un camino espiritual en la Iglesia de Francia.

Su padre, liberal y seguidor de las ideas de Voltaire, desarrolla su actividad como banquero y en la vida política. Ana-Eugenia, dotada de una gran sensibilidad, recibe de su madre una educación que le da un carácter fuerte y el sentido del deber. La vida familiar desarrolla en ella una curiosidad intelectual y el espíritu romántico, un interés por las cuestiones sociales y una amplitud de mirada.

Esta educación, lejos de la Iglesia, de Cristo, de la escuela, está marcada por una gran libertad unida a un gran sentido de la responsabilidad. La bondad, la generosidad, la rectitud y la sencillez aprendidas junto a su madre, le llevará a decir más tarde que su educación era más cristiana que la de muchos católicos piadosos de su tiempo. Según la costumbre, como su contemporánea George Sand, Ana-Eugenia asistía a la Misa los días de fiesta y había recibido los sacramentos de la iniciación cristiana sin comprometerse a nada. Su primera comunión fue, con todo, una gran experiencia mística para Ana–Eugenia en la que ya se encontraba todo el secreto del futuro. Solo más tarde, captará el sentido profético de esta experiencia y reconocerá en ella el fundamento de su camino hacia una pertenencia total a Cristo y a la Iglesia.

Vivió una juventud feliz, aunque no faltó el sufrimiento. La muerte de un hermano mayor que ella, la de una hermana pequeña, una salud frágil y una caída que le dejará sus secuelas, marcaron su infancia. Ana-Eugenia mostrará una madurez superior a la de su edad, sabrá esconder sus sentimientos y hacer frente a lo que va viniendo. Más tarde, tras un periodo de gloria, tendrá que enfrentarse al fracaso de los bancos de su padre, a la incomprensión y separación de sus padres, a la pérdida de toda seguridad. Ana-Eugenia tiene que abandonar la casa de su infancia e ir a París con su madre, mientras que su hermano Luis, su gran compañero de juegos, se marchará con su padre.

En París, junto a su madre a la que adoraba, la verá afectada terriblemente por el cólera que se la llevó en unas horas, dejando a su hija de 15 años sola en el mundo, en una sociedad mundana y superficial. En esta situación y a través de una búsqueda angustiosa y casi desesperada de la verdad, Ana-Eugenia llegará a su conversión sedienta del Absoluto y abierta a lo trascendente.

A los 19 años, Ana–Eugenia asiste a las Conferencias cuaresmales en la Catedral de Nuestra Señora, en París, predicadas por el Padre Lacordaire, joven pero ya conocido por su talento como orador. Antiguo discípulo de Lamennais —habitado como él por la visión de una Iglesia renovada jugando un papel nuevo en el mundo— Lacordaire comprende su tiempo y quiere cambiarlo. Conoce los interrogantes y las aspiraciones de los jóvenes, su idealismo y su ignorancia sobre Cristo y la Iglesia. Su palabra llega al corazón de Ana-Eugenia, responde a sus propios interrogantes y despierta en ella una gran generosidad. Ana Eugenia ve a Cristo como Liberador universal y su Reino en la tierra a través una sociedad fraterna y justa. «Me sentía realmente convertida --escribe-- y sentía el deseo de entregar todas mis fuerzas, o mas bien toda mi debilidad, a esta Iglesia que desde entonces me parecía que era la única que poseía aquí abajo el secreto y el poder del bien».

En este momento, conoce a otro predicador, también antiguo discípulo de Lammenais, el Padre Combalot, que escogerá como confesor. El Padre Combalot se da cuenta que tiene ante a él a un alma privilegiada y designa a Ana-Eugenia como fundadora de la Congregación que él soñaba desde hacía tiempo. Insistiendo en que esta fundación es la voluntad de Dios y que Dios la había escogido para realizar esta obra, el Padre Combalot convence a Ana-Eugenia para que asuma este proyecto: una obra de educación. El P. Combalot está convencido de que solamente a través de la educación, se podrá evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente cristianas y así transformar la sociedad de su tiempo. Ana-Eugenia acepta este proyecto como un deseo de Dios y se deja guiar por el P. Combalot.

A los 22 años, María Eugenia se convierte en Fundadora de las Religiosas de la Asunción, entregadas a consagrar toda su vida y todas sus fuerzas para extender el Reino de Cristo en el mundo. En 1839, con otras dos jóvenes, Ana-Eugenia Milleret empieza una vida comunitaria de oración y de estudio en un apartamento de la calle Férou, muy cerca de la Iglesia de San Sulpicio en París. En 1841, abren la primera escuela con el apoyo de Madame de Chateaubriand, Lacordaire, Montalembert y sus amigos. Años más tarde la comunidad contará con 16 hermanas de cuatro nacionalidades.

Maria Eugenia y las primeras hermanas de la Asunción quisieron unir lo antiguo y lo nuevo: unir los antiguos tesoros de la espiritualidad y de la sabiduría de la Iglesia con una nueva forma de vida religiosa y de educación que respondieran a las necesidades de las mentalidades modernas. Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir valores evangélicos a la cultura naciente de una nueva era industrial y científica. La Congregación desarrollará una espiritualidad centrada en Cristo y en el misterio de la Encarnación, a la vez profundamente contemplativa y profundamente apostólica. Será una vida vivida en la búsqueda de Dios y en un fuerte compromiso apostólico.

La vida de María Eugenia de Jesús fue larga, una vida que atravesó casi todo el siglo XIX. Amaba profundamente su tiempo y quería participar activamente en su historia. Progresivamente todas sus energías se fueron unificando, de una u otra manera, en el desarrollo y la extensión de la Congregación, la obra de su vida. Dios le iba enviando hermanas y amigos. Una de las primeras fue una irlandesa, mística y amiga íntima a la que María Eugenia, al final de su vida, la llama «la mitad de mi ser». Kate O’Neill, en religión Madre Thérèse Emmanuel, se considera como co-fundadora. El P. Emmanuel d’Alzon, que llegó a ser el director espiritual de María Eugenia poco después de la fundación, será para ella padre, hermano, amigo según las etapas de la vida. En 1845, el P. d’Alzon fundó los Agustinos de la Asunción y los dos fundadores se ayudaron mutuamente a lo largo de 40 años. Los dos tenían don de gentes y trabajaron en la Iglesia con numerosos laicos. Juntos, en seguimiento de Jesús, religiosas, religiosos y laicos han trazado el camino de la Asunción y forman parte de la inmensa nube de testigos.

En los últimos años de su vida, M. María Eugenia de Jesús experimentará poco a poco el debilitamiento físico, vivido en la humildad y en el silencio, en una vida totalmente centrada en Jesucristo. El 9 de marzo de 1898 recibe por última vez la comunión y en la noche del 10 de marzo se duerme dulcemente en el Señor. Será beatificada por Pablo VI, en Roma, el 9 de febrero de 1975.

Hoy, las religiosas de la Asunción, están presentes en 34 países: 8 en Europa, 5 en Asia, 10 en América y 11 en Afrecha. Las Religiosas, unas 1250, forman 170 comunidades a través del mundo.

La rama laica –«Asunción Juntos»– formada por Amigos de la Asunción y Comunidades o Fraternidades de la Asunción, es numerosa: unos miles de Amigos y algunos centenares de Laicos comprometidos según el Camino de Vida.

Texto de Manuel Luengo

Autor: Revista Diócesis

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