«Entré en la Congregación en el año 1978. Mi vocación es una llamada, una gracia de Dios, un don que Dios me hizo y me sigue haciendo cada día», afirma Madre Dolores, quien tenía otros planes para su vida: «en mi mente y en mi corazón tenía otros planes, entre los que estaba el formar una familia pero, Dios que todo lo puede, cambió mi forma de pensar cuando leí la vida de la Madre Petra de San José y descubrí mi vocación. Quedé impresionada co esta gran mujer y de ella podría resaltar muchísimas virtudes. La primera es que era una mujer llena de fe y amor a Dios y tenía un corazón lleno de misericordia, sobre todo hacia los más débiles de la sociedad. A pesar de tantas dificultades, seguía adelante sin mirar el cansancio. Y también destacaría su entrega incondicional a Cristo, confiando siempre en Dios y en san José. Una mujer entregada totalmente a Dios y a todos los necesitados de la sociedad. En la homilía de la celebración de beatificación, san Juan Pablo II la nombró "apóstol Josefino del siglo XIX" y "mujer de corazón de fuego"».