DiócesisHomilías Mons. Dorado Misa Crismal Publicado: 30/03/1972: 1057 Misa Crismal Año 1972 Queridos hermanos sacerdotes y seglares: La eficacia salvadora de la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que celebramos en esta Semana Santa, se nos aplica a nosotros principalmente a través de los Sacramentos, signos prácticos de la Gracia. Como sabemos todos, el contenido salvador, misterioso, de los Sacramentos, se nos expresa y hace inteligible a través de sus elementos más externos: la materia y las palabras de los mismos. Uno de los elementos naturales que más se utilizan en los ritos sacramentales es, sin duda, el aceite. En esta Misa, llamada Crismal, ocupa un lugar destacado la bendición y consagración del aceite, que luego ha de usarse en el Bautismo, la Confirmación, la Unción de los enfermos y en las ordenaciones de sacerdotes y Obispos. ¿Qué significación cristiana tiene el aceite que la jerarquía consagra y bendice en esta Misa para ser utilizado en los Sacramentos? El hecho de que la aplicación de los elementos naturales en los Sacramentos vaya siempre acompañada de palabras, pone de manifiesto que, si bien estas sustancias, por su propia naturaleza, son aptas para evocar ciertos efectos espirituales, su significación religiosa concreta y profunda sólo es inteligible desde la explicación que nos ofrece la misma Palabra de Dios. La unción con aceite, en el plano religioso, ha sido considerada como símbolo de alegría y de respeto, y se utiliza como rito de curación y de consagración. Nos fijaremos en su carácter ritual. I. La Unción de los enfermos. El aceite, utilizado como medicina para la curación natural de ciertas enfermedades, es el símbolo que usan también los apóstoles en las curaciones milagrosas de muchos enfermos (Hch 6, 13), en cumplimiento de la misión –y como signo de la misma- que les confió el Señor de predicar el Reino de Dios (Mt 10, 1). Estas unciones, practicadas por los Apóstoles probablemente por mediación de Jesús, las sigue valorando la Iglesia en el Sacramento de la Unción de los enfermos. La carta del apóstol Santiago prescribe que los presbíteros unjan con aceite al enfermo en nombre del Señor: “y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor le curará; y si ha cometido pecado, le perdonará” (Sant 5, 15). La unción, hecha en el nombre del Señor, salva al enfermo haciéndole participar de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, bien por la curación o el fortalecimiento para afrontar la muerte. II. La unción, rito consecratorio. La unción, en la Sagrada Escritura, tiene especialmente un carácter consecratorio; es un rito de consagración. El sentido de este rito, aplicado a los sacerdotes, reyes y profetas, era declarar por un gesto externo que estos hombres habían sido elegidos por Dios para ser sus instrumentos en el gobierno de su Pueblo, y estaban poseídos por el Espíritu Santo. El tema de la unción adquiere toda su importancia al ser aplicado al Mesías, título que viene a ser equivalente a Ungido, y que se aplica con toda propiedad al Señor. 1. Jesús, el Ungido. Nuestro Señor es el verdadero Ungido, el Mesías esperado. Este título es tan propio de él que su traducción griega –Cristo- va a ser en la Iglesia parte integrante de su nombre: Jesucristo, con el cual se designa su condición de Profeta, Sacerdote y Rey y su obra de Salvación. Es cierto que Cristo no se designó a sí mismo expresamente como Mesías ante el Pueblo durante su vida pública. La razón de este “secreto mesiánico” hay que buscarla en que Jesús no quería dar a la masa ocasión de ligar a su persona falsas esperanzas mesiánicas. Porque sus compatriotas judíos se imaginaban al Mesías conforme a las ideas dominantes del tiempo, como rey terreno, como liberador del yugo de la dominación extranjera y como autor de prosperidad material; y Él debía realizar su obra mesiánica a través de su muerte, su Resurrección y su Ascensión a los cielos. Sí se aplica en cambio este título después de su Resurrección (Lc 24, 26). ¿Qué significado tiene el título de Ungido o Mesías en Jesucristo? - Cristo es el Ungido porque ya desde la Encarnación queda poseído por el Espíritu de Dios, que le conduce y guía su vida. Los Evangelios hacen constar la presencia del Espíritu Santo en los momentos más importantes de la vida de Jesús: en su origen (Lc 1, 1-4); en la oración (Lc 10, 21-22); en las tentaciones en el desierto (Lc 4, 1 ss); en la Pasión. Esta misma conciencia de fidelidad al Espíritu se manifiesta en su obediencia total al Padre, aún cuando su voluntad sea dolorosa y se exprese a través de los pecadores: Jn 44, 30; 6, 38; 14, 30. - La misma Unción es un título para expresar su Misión. Una misión que coincide en gran parte con las esperanza de su Pueblo; por eso se aplica el texto de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” (Mc 4, 18 ss.). Pero que se va a realizar de una forma totalmente diferente, inesperada, misteriosa: con su muerte y su Resurrección. Por eso, como hemos dicho antes, elude públicamente este título de Mesías: para evitar malas interpretaciones. 2. La Unción sacerdotal. Nosotros, los cristianos, hemos sido ungidos, como Cristo, en el Bautismo y en la Confirmación. Pero quiero referirme ahora, antes de que los sacerdotes renovemos nuestros compromisos, a la especial unción que hemos recibido en la ordenación sacerdotal. El ministerio sacerdotal ha sido objeto en los últimos años de estudios, de críticas y de interpretaciones que no siempre han aportado mayor luz, sino, a veces, confusión y polémicas. Tal vez porque, como en el caso de la concepción mesiánica de los judíos, el tema no se ha abordado en todo momento desde la fe, sino desde las diversas expectativas e intereses humanos. Siguiendo el paralelismo con la Unción de Jesucristo, podemos destacar ciertos aspectos esenciales del ministerio sacerdotal: - El sacerdocio tiene su origen en una llamada de Dios que elige a los que quiere para confiarles la misión de servicio pastoral de su Iglesia. - El sacerdote es un “segregado para el Evangelio de Dios”, como atestigua San Pablo (Rom 1, 1; Gál 1, 15). Es un cristiano a quien Dios invita a dejarlo todo para consagrarse a una especial misión de servicio en la Iglesia de Cristo. - Debemos destacar nuestra especial consagración a Dios, fruto de su elección, que debe traducirse en una clara conciencia y deseo de ser guiados en todo momento por su Espíritu, de vivir en una gozosa intimidad con Él y una creciente fidelidad a sus sugerencias. - Esta Unción es también un envío, una misión para un servicio especial en la Iglesia, con poderes sacramentales, que hace de nosotros instrumentos de la acción misma de Dios en los hombres. ¿Cuál es el contenido de nuestra misión? Pablo VI lo recordaba de una forma descriptiva a los predicadores romanos en el comienzo de la Cuaresma: “Él, el Sacerdote-Apóstol, es el testigo de la fe, el misionero del Evangelio, el profeta de la esperanza, el centro de promoción y referencia de la comunidad, el constructor de la Iglesia de Cristo, fundada sobre Pedro. Y he aquí finalmente su título propio, humilde y sublime: él es el pastor del Pueblo de Dios, el obrero de la caridad, el tutor de los huérfanos y de los pequeños, el abogado de los pobres, el consolador de los que sufren, el padre de las almas, el confidente, el consejero, el guía, el amigo de todos, el hombre para los demás y, si hiciera falta, el héroe voluntario y silencioso”. El estilo del sacerdocio de Cristo, que es el del Siervo de Yahvé, debe ser también nuestro estilo. Y por eso, el ministerio sacerdotal es siempre un servicio difícil y arriesgado, con un desprendimiento radical de nosotros mismos para entregar la vida por los demás. Expuestos siempre al odio, al desprecio y a la incomprensión, contando con la única fuerza de Dios. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Misa CrismalMisa Crismal Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir