DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo de Resurrección

Publicado: 31/03/2002: 972

Año 2002

Domingo de Resurrección

Año 2002. Ciclo A

            La Resurrección de Jesucristo es para los creyentes el acontecimiento central de toda la historia humana. Todos los demás acontecimientos saludables son para nosotros reflejo y efecto de aquel acontecimiento central.

            Creer en el Resucitado y testificar esta nuestra fe constituyen la médula de la vida cristiana. La fiesta de Pascua que hoy celebramos quiere alimentar nuestra fe y robustecer nuestro testimonio.

            Después de celebrar la Semana Santa de la Pasión y Muerte del Señor, “la Iglesia mira ahora a Cristo Resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino, confesando con comprensible temor su amor a Cristo: “Tú sabes que te quiero”. Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por Él: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”.”. (NMI, 28).

            Y después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia lo hace también hoy con los labios y con el corazón de miles de hombres y mujeres actuales que han hallado en Jesucristo la luz que guía sus pasos y la Verdad que da sentido a su existencia. Los encontramos en nuestras parroquias, participando en la Eucaristía del Domingo, visitando a los presos y a los enfermos, preparando a las parejas que van a contraer matrimonio y explicando el Evangelio con sus obras y sus palabras.

            Porque nos convoca Él, Jesucristo, el Señor Resucitado. Pues la Resurrección, que sus seguidores confesamos y proclamamos con absoluto realismo y seriedad, ilumina el misterio del hombre y de la vida. Es el Sí de Dios a Jesús de Nazaret y a su opción por el hombre, en especial por los marginados, los pecadores y los empobrecidos. Condenado por todos los tribunales humanos, Dios le ha resucitado y está vivo.

            Ahora el Resucitado nos garantiza que dar la vida por los demás, muriendo a sí mismo, es el camino que nos conduce a desarrollar lo mejor que Dios ha puesto en nosotros. En Él el amor ha prevalecido sobre el odio, el bien sobre el mal, la luz sobre las tinieblas y la vida ha vencido a la muerte. Nuestra existencia no se agota en el placer ni camina hacia la nada. Sabemos que procede de Dios, está en las manos de Dios y va al encuentro con Dios.

            Por eso esperamos contra toda esperanza, como Abrahám. Porque el Señor ha resucitado el bien es más consistente que el mal, la verdad es más sólida que la mentira, la alegría es más radical que la tristeza, la generosidad es más genuina que el egoísmo, la gracia es más poderosa que el pecado,  la vida es más definitiva que la muerte.

            Sabemos que en el momento presente, los humanos tenemos que dar respuesta a retos formidables, como la situación de pobreza de la tercera parte de la humanidad, la erradicación de la violencia y del terrorismo, las tendencias destructivas y el olvido de Dios que hay en el seno de las sociedades ricas. Pero lejos de caer en la desesperanza, de resignarnos ante esta falta de humanidad o de refugiarnos en nuestra vida privada, apostamos por trabajar para que avance la justicia y la implantación de los derechos humanos y se anuncie a Jesucristo.

            El Señor Resucitado está especialmente presente y operante en su comunidad eclesial. También en ella comprobamos cada día la mediocridad, el miedo, el aferramiento a seguridades humanas, la fragilidad de su experiencia de Dios, la deficiente sensibilidad para con los pobres, la infidelidad de todos nosotros. Pero el Espíritu la conduce a encontrarse cada día con el Resucitado. El Espíritu la despierta y renueva cada día y suscita en ella nuevas energías y nuevas iniciativas y nuevos santos. Jesucristo está vivo en el interior de la Iglesia.

            La fe en la Resurrección produce dinamismo, alegría, testimonio. Ser evangelizadores y testigos no es una consecuencia moral onerosa. Es una necesidad vital y un despliegue espontáneo. Se evangeliza y se es testigo “casi sin pretenderlo”. Así lo hicieron las primeras comunidades cristianas. Así lo haremos también nosotros.

            En la Vigilia Pascual nos entregaron una vela encendida en el Cirio Pascual, símbolo de Jesucristo Resucitado y de la fe en Él. A lo largo de los cincuenta días de Pascua, la Iglesia nos irá llevando a fortalecer nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Resta por hacer que cada uno dejemos brillar la pequeña luz de la esperanza y de la bondad en nuestra casa, en la parroquia, en el trabajo, en el barrio y en el grupo de amigos.

            ¡El Resucitado nos garantiza que el mal ha sido vencido en su raíz y puede ser vencido también hoy!

+ Antonio Dorado Soto,

 Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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