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Conmemoración de los fieles difuntos

Publicado: 02/11/2004: 1204

2 de noviembre de 2004

 Conmemoración de los fieles difuntos

2 de noviembre de 2004

1.- Dos temas íntimamente ligados entre sí se entreveran  en la Liturgia de la conmemoración de todos los fieles difuntos:

  • por un lado el recuerdo de los que duermen en el Señor,
  • y por otro la perspectiva de la vida eterna: ellos la han recibido; nosotros la esperamos.

2.- El recuerdo de los fieles difuntos en nosotros los cristianos, se hace oración. La nuestra es una oración de súplica, para que puedan llegar a la comunidad de los ciudadanos del Cielo.

           Es una oración de alabanza a Dios, que es admirable en sus santos; y, al mismo tiempo, es una oración de acción de gracias por el testimonio de su vida.

            Hoy, y en esta Eucaristía, y con esta misma oración de súplica, de alabanza y de acción de gracias, recordamos especialmente a los sacerdotes de nuestra diócesis que han muerto en el curso pasado.

            3.- Sin retirar de ellos –nuestros sacerdotes-- la mirada agradecida, vamos a centrarnos en la vida eterna que ellos nos recuerdan y nosotros esperamos.

            Porque hay en nuestros días cristianos que pretenden serlo sin creer en la vida eterna. Al menos no es el objeto de sus preocupaciones, cae muy fuera del horizonte de su atención. Incluso expresiones como “vida eterna”, “mundo venidero” o “los novísimos” del hombre, en otros tiempos tan familiares, les suenan tan extrañas como propias del lenguaje de un extraterrestre. La verdad es que aún en el interior de la Iglesia, en su enseñanza y catequesis, se habla poco de la vida eterna.

            Pero si algo es la Iglesia, lo es para anunciar la resurrección de los muertos a la vida eterna y suscitar la esperanza en ella, con todo lo que de ahí se deriva para la vida de los hombres. O también, podemos decir lo mismo pero de otro modo, para anunciar al Dios de vivos y no de muertos. Queramos o no queramos reconocerlo, cuando entre nosotros muere la fe en Dios en el corazón, o se va apagando de manera que apenas significa algo en él, muere y se apaga la esperanza de la vida eterna en el sentido cristiano.

            Una oración judía del tiempo de Jesús se dirigía así al Señor:

            “Dios que resucitas a los muertos…”. Con estas palabras el orante definía con toda precisión a quien invocaba, no a una vaga divinidad de la que apenas nada se sabe, sino al Dios Todopoderoso, amigo fiel de los hombres sin los que por amor no ha querido ser Dios.

            Por la resurrección de su Hijo Jesús a la vida inmortal, Dios sacó a la luz del todo quién y cómo es: Aquel que tiene todo su gozo y su alegría en resucitar a los muertos, por Jesús y en Jesús, el primer resucitado, a la vida inmortal y dichosa.

            Difícilmente se explica la pretensión de ser cristiano y poner en la sombra o negar la vida eterna. En realidad lo que se hace es arrinconar a Dios, hacer de Él un “dios ocioso” que para nada interviene en el mundo y poner en su lugar al propio hombre que va buscando una sociedad justa, libre y fraterna.

El cristianismo no es pura y simplemente una ética; es la historia del Dios Vivo con el hombre, historia que se concentra en Jesucristo.       

El hombre es el destino del amor de Dios o, como decía San Ireneo, “la gloria de Dios es el hombre viviente”. De ahí nace una ética muy peculiar.

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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