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Misa Exequial por D. Miguel León Rodríguez

Publicado: 14/02/2005: 1914

14 de febrero de 2005

 Misa Exequial por D. Miguel León Rodríguez

14 de febrero de 2005

            1.- En el Prefacio V del Tiempo de Cuaresma le decimos a Dios:

 

“Es justo bendecir tu nombre ahora que, en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de Cristo, Maestro y Modelo de la humanidad reconciliada en el amor”.

 

            La vida cristiana de Miguel León, iniciada el día de su Bautismo y dedicada por entero como sacerdote al servicio del Pueblo de Dios en nuestra diócesis, especialmente a los más pobres, ha sido esa larga peregrinación que ha querido seguir la vida de Cristo, que es el Maestro y el Modelo de todos nosotros.

 

            Ha experimentado la misericordia de Dios que es liberación y promesa, que ahora se ha hecho realidad plena en el abrazo paterno de Dios nuestro Padre. Allí ha encontrado a los suyos y a los muchos hermanos sacerdotes y seglares con los que convivió y trabajó durante más de 50 años de sacerdote.

 

            Al meditar la Palabra de Dios que hemos proclamado, queremos acoger el mensaje de vida cristiana que nos ofrece la muerte de un sacerdote muy querido.

 

 

            2.- Nuestra existencia está dirigida hacia la luz pascual.

 

            En medio de tantas dificultades propias y ajenas como experimentamos, nuestra vida tiene vocación de eternidad, hacia una realidad que se hará presente un día más o menos cercano. Nuestra vida se encamina hacia el Cielo, hacia la Resurrección, “hacia la luz pascual”, como nos dice el Prefacio.

 

            Es necesario que lo tengamos siempre presente, porque es la seguridad de que podemos vivir con esperanza, en camino hacia la promesa de Dios que Jesucristo, con su muerte y Resurrección, nos ha conseguido.

 

            El Pueblo de Dios vivió el camino a través del desierto. Liberado de la esclavitud de Egipto llegó a la Tierra Prometida. No hubiese podido soportar la dura realidad del Sinaí si no hubiese confiado en la promesa de llegar a conseguir esa meta.

 

El más allá es el horizonte que debemos tener presente en nuestra existencia cotidiana para no desfallecer en el camino.

 

 

3.- “Seguimos los pasos de Cristo”.La muerte nos ayuda a dar a cada cosa el sentido que tiene y su justo valor. Pero, además, nos hace ver a los creyentes la importancia de ser fieles seguidores de Jesucristo.

 

Seguimiento que se hace vida en nosotros cuando acogemos el espíritu de las Bienaventuranzas y el Mandamiento nuevo, el mandato de celebrar la Eucaristía y el envío misionero que nos hace ser testigos y profetas.

 

Seguimiento que es, como nos recuerda la Carta a los Filipenses, “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”.

 

Seguimiento que nos hace discípulos del Maestro que nos invita a estar con Él y aceptar el envío apostólico.

 

Seguimiento que implica que estemos dispuestos, por amor a Jesucristo, “a renunciar a nosotros mismos, cargar con la Cruz y seguirle”. Así lo ha querido vivir Miguel, haciendo el bien a todos, compartiendo lo que tenía y viendo en el otro, sobre todo en el pobre, a Jesucristo.

 

 

4.- Debemos “escuchar tu Palabra”.

 

El cristiano es la persona iluminada sobre todo por la Palabra de Dios. Ya en el Deuteronomio, Dios manda a los israelitas que “escuchen su voz”.

 

En este tiempo de Cuaresma, el consejo reiterado de la Iglesia es que escuchemos la Palabra, porque Ella es la que nos libera, la que nos transforma, la que nos indica el camino del seguimiento de Jesús.

 

Escucharlo en lo más interior de nuestra persona, para seguirlo. Esa Palabra que ahora resuena con total luz y fuerza en nuestro hermano Miguel y lo transforma en poseedor de la Luz y de la Paz para siempre.

 

Jesús dijo: “quien escucha la Palabra, tiene Vida eterna”; esa vida eterna crece en nosotros como Don y en el momento de la muerte se hace plenitud de vida para siempre.

 

            En esta Eucaristía damos gracias a Dios que ha hecho de Miguel un buen testigo de este modo de vivir.

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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