DiócesisHomilías Mons. Dorado Creo en la vida eterna Publicado: 02/11/2003: 1147 Fiesta de los Fieles Difuntos: 2 de noviembre de 2003 Creo en la vida eterna Fiesta de los Fieles Difuntos: 2 de noviembre de 2003 1.- La fiesta de todos los Santos que celebramos ayer y el Día de los Difuntos, nos hacen pensar a todos en la “otra vida”. Vale la pela romper, siquiera una vez, con esta tiranía de la vida moderna que nos obliga a pensar solamente en las cosas de aquí abajo. Los días 1 y 2 de noviembre todos pensamos en nuestros difuntos, en su relación con nosotros, en nuestra propia situación al otro lado de la muerte, y en esos santos anónimos que todos hemos conocido y admirado. Para ser una persona de verdad madura, y para ser un cristiano cabal, hay que tener el valor de pensar de vez en cuando en la muerte y en el más allá de la muerte. Algún día, entre “los muertos de familia” estaremos nosotros. ¿Por qué ocultarnos esta verdad fundamental de nuestra vida? Si lo miramos bien, el único más allá de la muerte es la verdad de Dios y nuestro encuentro con Él. En la conciencia cristiana la seguridad de nuestra pervivencia más allá de la muerte es una convicción básica. Estas fiestas despiertan estas convicciones de nuestra fe y nos invitan a examinar nuestra vida a partir de la luz de la inmortalidad y del juicio de Dios. 2.- El tema de la vida eterna siempre ha sido algo oscuro y difícil de aceptar. Pero es que ahora, entre todos, estamos inventando un cristianismo que apenas tiene en cuenta la vida eterna ni el juicio de Dios. Hablamos tan poco de estas cosas que ya casi prescindimos de ella en la vida ordinaria y hasta en el lenguaje oficial de la Iglesia. Insistimos en las consecuencias terrenas y prácticas de la vida cristiana. Y está bien hacerlo. Pero esta eficacia terrena de la fe no podemos buscarla a costa del aspecto místico y radical de la fe como relación viviente con Dios, aceptación de su juicio sobre nosotros y obediencia a su voluntad santa y santificadora. En estos tiempos los cristianos debemos afirmar con claridad estas dos cosas: a). La esperanza de la vida eterna es esencial en la fe y en la vida cristiana.- Sin afirmar la Resurrección de nuestro Señor y Jesucristo y esperar la propia resurrección, el cristianismo deja de serlo y se convierte en otra cosa: poco más que un conjunto de buenos consejos para aliviar los males de este mundo. Esta fe explícita en la Resurrección nos distingue de los que no son cristianos mucho más que otras cosas. b). Y, en segundo lugar, la fe en la vida eterna no nos aleja de este mundo, sino que nos ilumina por dentro y cambia el modo de estar y vivir en la realidad. La esperanza es una virtud activa, dinámica y transformadora. Esperar la vida eterna es transformar poco a poco nuestra vida actual a semejanza de la vida que esperamos. Podemos hacerlo porque el Espíritu de Dios está en nosotros y nos ayuda poderosamente. 3.- La esperanza de la vida eterna es la fuente de la piedad, de la libertad y de la fraternidad. Sin ella el cristianismo se convierte en palabrería moralizante. Si dejamos de esperar y desear de verdad la vida eterna, terminaríamos como ateos prácticos, dominados por el egoísmo, incapaces de renunciar a nada material para conseguir los bienes espirituales del Reino de Dios. Podemos aprovechar este mes para hacer un examen serio de nuestro grado de esperanza real y efectiva. ¿Creemos de verdad en la vida eterna? ¿La deseamos? ¡Nos dejamos guiar por ella? ¿Somos capaces de renunciar a algo de este mundo para preparar con obras buenas el encuentro con Dios nuestro Padre? Puede ser que encontremos en este punto una de las zonas más débiles de nuestra vida cristiana. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Autor: Mons. Antonio Dorado Soto Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Conmemoración de todos los fieles difuntosDomingo V de Pascua Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir