Publicado: 29/03/2002: 1347

Viernes Santo

Año 2002; Ciclo A

            1.- El renovado encuentro con Cristo es la verdadera herencia del Jubileo. En este encuentro personal con el Señor somos purificados y renovados y recibimos también la fuerza y el ardor necesarios para afrontar la misión evangelizadora de la Iglesia en este nuevo milenio. Por eso es muy importante para llevar adelante nuestro Proyecto Pastoral Diocesano, es muy importante la contemplación del rostro de Cristo, para descubrir su rostro divino-humano doliente y resucitado, cuya luz nos descubre también el nuestro. Sólo desde una profunda experiencia de Cristo podrá la Iglesia, podremos nosotros, hacer resplandecer su rostro ante las generaciones del nuevo milenio, que nos piden a los cristianos de hoy, no siempre conscientemente, no solamente que les hablemos de Cristo, sino que en cierto modo se lo hagamos “ver”.

            “El Viernes y el Sábado Santos, la Iglesia permanece en la contemplación del rostro ensangrentado de Cristo, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la Salvación al mundo... la contemplación del rostro de Cristo en la hora de la Cruz... nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su Misterio, Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración” (NMI, 28 y 25).

            Hoy Viernes Santo es un día para la adoración y para el silencio. “Mirad el árbol de la Cruz en que está colgada la Salvación del mundo”. Se nos invita a estar junto a la Cruz y dar tiempo al asombro, a la gratitud y al arrepentimiento al contemplar al Hijo de Dios, hecho hombre, maltratado y ajusticiado en una Cruz. Una mirada, una genuflexión, un beso, serán el gesto externo que exprese y sostenga nuestra vivencia interior.

            2.- La mirada al Crucificado, al rostro doliente de Cristo, debe ser ante todo, una mirada de Fe. La fe nos hace reconocer en este hombre destrozado y abatido al Hijo de Dios. Este ser humano destrozado y fracasado es el Hijo de Dios. Es Dios. En su cuerpo, en su rostro, en sus gemidos, en sus palabras, se nos retrata Dios de cuerpo entero. “He aquí al hombre. He aquí a Dios”.

            Desde que Dios se nos ha revelado de esta manera en su Hijo Crucificado, nos ha dejado el encargo de reconocer su rostro en todos los abatidos, marginados y crucificados de la tierra. Quien adora a este Dios se abaja ante los pobres de este mundo.

            3.- La contemplación del Crucificado es también una mirada que “transforma y corrige nuestra mentalidad espontánea”. El himno másimportante del Viernes Santo dice así:

            “La gracia está en el fondo de la pena, y la salud naciendo de la herida”.

            Dios nos salva así. En el lugar y el momento en que los poderes de este mundo aniquilan al Justo, quedan doblegados por la fuerza del Amor de Dios, que trasluce en el amor de Jesús. En medio de este aparente fracaso, Dios consagra la Victoria. La Cruz de Jesús modifica nuestros esquemas mentales y nos obliga a una verdadera conversión. Aquí reside el escándalo de la Cruz. Aquí tropiezan quienes no aceptan a Jesús como Hijo de Dios.

            4.- La contemplación del rostro doliente del Crucificado es, en fin, una mirada de amor. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo”.

            Sólo un corazón que ama es capaz de sintonizar con el misterio del amor que es la Cruz de Jesús.

            Hay dos maneras de hacernos con este amor:

  • una nos es recomendada por el Kempis: “Si no sabes contemplar cosas altas, descansa en la Pasión de Cristo y habita gustosamente en sus llagas”.
  • la otra consiste en dedicarnos a curar las llagas de los“crucificados” de nuestro alrededor. En ellos se reproduce el Viernes Santo. En ellos está, en su edición auténtica, el Señor Crucificado. Ellos son expresión del rostro doliente del Señor.

Acerquémonos hoy respetuosamente ante la Cruz, símbolo de nuestra vida cristiana. Percibamos en lo más profundo de nuestro ser el mensaje que hoy nos ofrece, y al besarla, digámosle con los mismos sentimientos de la Liturgia hispánica:

“Por esta muerte gloriosa de tu Hijo y Señor nuestro, te alabamos, Padre y te damos gracias con todas nuestras fuerzas”. “Y te pedimos que derrames tu Espíritu de Vida sobre nosotros, que hoy veneramos la Cruz de tu Hijo, esperando su gloriosa Resurrección”.

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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