Publicado: 25/12/1995: 1076

NAVIDAD, año 1995

Misa de medianoche

 1.- Nos hemos reunido esta noche santa para celebrar el Misterio del Nacimiento de un  Niño, del Hijo de Dios hecho hombre. Para los que tienen fe, Navidad es el gozo sin límite de saber y sentir que “Dios-está-con-nosotros”. Y por eso nos sentimos felices y nos felicitamos: porque la felicidad del hombre está en poseer a Dios. Y Jesús es nuestro. “Nos ha nacido un Niño” y “Un Hijo se nos ha dado”, repetimos con Isaías

            Y el Ángel de Belén proclama: “Os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”. El rostro de la Felicidad es la Alegría. Por eso la Iglesia  rebosa de gozo en la noche de Navidad al unísono con la Virgen del Magnificat, consciente de tener a Jesús dentro de sí: “Mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador”.

            Aquí y ahora celebramos el Misterio de la Navidad. Aquí y ahora, este puñado de creyentes del siglo XX, reunidos en la Catedral de Málaga, nos hacemos contemporáneos del Nacimiento del Señor, asistimos en la Fe y bajo los velos sacramentales a este gran acontecimiento y recibimos la misma gracia, el mismo consuelo, la misma alegría, la misma convicción y la misma fortaleza que recibieron María y José, y los ángeles, los testigos primeros y más cercanos del Niño Jesús.

            2.- Para adentrarnos en el Misterio de Navidad y quedar impregnados por él, tenemos la guía segura de la Palabra de Dios que nos ofrece la Liturgia de esta noche.

            El profeta Isaías canta el momento central de la historia humana en la imagen de la restauración de Israel por manos de un Niño, que tendrá en su centro la Fuerza de la Paz.

            San Pablo, en la carta a Tito, contempla el Misterio de Belén como la espléndida manifestación de la gracia de Dios. Es decir, de su Amor Salvador hecho invencible sonrisa de niño, que viene a enseñarnos con sólo su presencia, a cuánto debemos todavía renunciar y en qué generosa actitud tenemos que abrirnos a su Gracia.

            El Evangelio de San Lucas nos propone, con la sugestión pedagógica de un “pesebre viviente”, la contemplación del Misterio de Belén, en tres escenas: el Nacimiento del Niño, el anuncio del Ángel y la Visita de los Pastores.

            a). El Nacimiento del Niño.

            San Lucas empieza su relato mencionando al más poderoso entre los grandes de la tierra: al emperador Augusto. Ordenar un censo en todo el mundo significaba un gesto de ilimitada soberbia propio de quien se cree su dueño total.

            Contrasta con la prepotencia y el supremo orgullo del César, la suprema humildad y pobreza de José, María y el Niño, que van lejos de su tierra, en un viaje largo e incómodo, a declarar como unos insignificantes números más en el inmenso registro del Imperio de Augusto. Así nace Dios en la tierra: fuera del hogar. Sin hospedaje, sin cuna. Jesús se inserta en el mundo, en la condición humana, como pobre. La primera opción que hizo Jesús en su vida humana fue ésta: nacer pobre. Y no fue una opción pasajera, porque la pobreza le acompañó hasta la cruz, que fue la expresión máxima de pobreza.

            No fue sólo pobreza material –que lo fue--, sino que se trata de la pobreza de los siervos, del mundo de los servidores, de los humildes.

            Para expresar la suprema pobreza, San Lucas acierta con la palabra que ha inmortalizado su relato: el Pesebre, que es la máxima y más sincera expresión del Sermón de la Montaña.

            b). El anuncio del Ángel es la voz de Dios que revela a los hombres la gloria de su Hijo. Y el primer anuncio es a los pastores, que eran entonces la clase social más humillada y no siempre de buena reputación

            A los pastores les revela el sentido de la Navidad: “Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Es decir, no hay más Salvador, ni Mesías, ni Señor que el Niño del Pesebre. No los emperadores, no los Augustos ni los poderosos. La historia da la razón al Ángel: Augusto acababa de inaugurar su Altar de la Paz en la Roma omnipotente. El “ejército” del cielo, los ángeles, avisan que la Paz de los hombres, indivisiblemente unida a la gloria de Dios, tiene su Altar en el pesebre de Belén. La afirmación de que Jesucristo es el único Salvador resume todo el pensamiento de San Lucas, como el de San Pablo. El hombre no se salva a sí mismo, ni por otros salvadores que no sean el Único Dios. Si de veras queremos la Paz, hay que seguir el camino de Belén.

            c). En la visita de los pastores podemos contemplar la diligente prontitud para aceptar y verificar el mensaje del Ángel; y el milagro y la grandeza de su Fe, que ve un niño acostado en un pesebre y reconocen al Señor de la gloria.

            En el gozo con que los pastores comunican a los demás su experiencia y la expresan con cánticos de alabanza, San Lucas ve prefigurado el entusiasmo con que los primeros cristianos vivían y propagaban la fe.

            Y en primer plano, María, la Virgen Madre, con José, inseparable del Niño, está “como en pasmo”, en silencio contemplativo, personificación y modelo de la Iglesia, actuando en su más alto ejercicio que es contemplar, vivir e irradiar el misterio de Dios-con-nosotros.

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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