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Domingo II de Adviento

Publicado: 05/11/1993: 886

Domingo II de Adviento

5 de noviembre de 1993

Este Segundo Domingo de Adviento nos actualiza la figura de Juan Bautista, el profeta de la Esperanza.

Para iluminar la figura de Juan, San Marcos cita el texto del Libro de Isaías que escuchamos en la Primera Lectura:

  • es el consolador del pueblo.
  • la voz que grita en el desierto: preparad un camino al Señor, sin encumbradas arrogancias ni deprimentes humillaciones, sin líneas torcidas, donde se encuentre a un mismo nivel con los Reyes Magos de Oriente y los pastores de Belén.
  • es el pregonero de  la fiesta y de la Buena Noticia que señala con voz fuerte: “aquí está vuestro Dios”. Como servidor de Cristo, no busca su propia razón personal, su interés ni su gloria.

El éxito inicial fue masivo: con amable hipérbole dice Marcos, que “salía hacia él toda la región de Judea (los del campo)y todos los de Jerusalén (los de la ciudad)”.

            Juan es el buen misionero que lleno de Dios en el desierto hace llegar la voz del desierto al corazón del pueblo y de la ciudad.

            Quizá en este Adviento, ante el nuevo anuncio de que viene el Señor y la llamada a que preparemos el camino, nuestra pregunta noble y generosa es la misma que dirigían al Bautista: “¿qué podemos hacer?”, qué significa hoy preparar el camino del Señor y allanar sus senderos?

            Como Juan hace 2000 años, se nos vuelve a repetir hoy:

a). Debemos reconocer nuestro pecado y convertirnos (Lc 3, 3-6).

Porque todos tenemos parte de culpa en la mala situación de nuestro mundo y en el sufrimiento del otro: por nuestro afán desmedido de dinero o por nuestra irresponsabilidad en el trabajo; por nuestro individualismo egoísta o por nuestra pasividad; o por nuestra comodidad disfrazada de prudencia. En el fondo, porque hemos olvidado el amor entrañable de Dios nuestro Padre. ¡Dejaos perdonar por Dios en el Sacramento de la Penitencia, para que Él cambie el corazón de cada uno!

b). “El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene” (Lc 3,11).

En su primer viaje a España decía esto mismo el Papa Juan Pablo II en Barcelona, con un lenguaje más actual: el que tenga dos sueldos pingües, que deje uno; el que tenga dos trabajos, que deje uno; el que eche horas extras que las deje. Sólo así otros hermanos encontrarán su puesto en la mesa de la vida. Frente a una Navidad del despilfarro, se impone el am r austero y realista. Todos podemos hacer algo en la actual situación de crisis socio-económica.

c). “No exijáis más de lo que está fijado” (Lc 3, 13).

Estas palabras se las dirigía a un grupo de funcionarios de la administración pública. Pero sirven igualmente para todo empresario, para todo trabajador, para todo comerciante. La corrupción creciente en nuestra sociedad tenemos que erradicarla entre todos: cumpliendo con nuestro trabajo, dando el peso y la calidad justos, frenando el afán de lucro y la estafa en los impuestos.

d). “No hagáis extorsión a nadie” (Lc 6, 14).

Esto se lo decía Juan a un grupo de soldados que acudía a él con toda nobleza y rectitud. Pero nos lo dice también a todos los que tenemos alguna responsabilidad, a los que tienen algún poder. Poco importa que éste se base en el dinero, en la fuerza, en la ciencia o en los votos. Para un cristiano cualquier poder sólo se justifica como servicio a los demás, especialmente a los más débiles. Aprovecharlo para el fraude, la explotación, el amiguismo, la corrupción o la explotación, es prostituirlo. No se trata de proteger los intereses propios o del grupo, sino de buscar el bien común.

            Como podéis ver es el mismo mensaje que nos anunciaban los Obispos españoles en un reciente y espléndido documento titulado “La Verdad os hará libres”, y que nos actualiza con su suprema autoridad el papa Juan Pablo II en su última encíclica sobre el fundamento y las exigencias de la moral. Éste es el camino que hay que preparar y recorrer para que nos encontremos en la Navidad con el fascinante esplendor de aquella Buena Noticia que es Jesucristo mismo.

+ Antonio Dorado Soto,

 Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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