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Ordenación de presbíteros

Publicado: 15/09/2001: 1007

Ordenación de presbíteros

S.I. Catedral, 15 de septiembre de 2001

Queridos Paco, Rafael y Salvador:

Hoy somos muchos los que nos alegramos con vosotros, y con vosotros damos gracias a Dios, por vuestra ordenación sacerdotal. Vuestros padres y familiares, vuestros hermanos presbíteros, vuestros formadores, las parroquias a las que habéis servido como diáconos, la comunidad eclesial toda.

Porque el sacerdocio es un don inmenso del amor de Dios. Para vosotros, para la diócesis, para la Iglesia y para la humanidad.

Hoy, por la ordenación, surge algo “extraordinario” en vuestra vida. Seréis ordenados, ungidos y luego enviados. Empezaréis a ser representación de Jesucristo.

            1.- El Sacramento del Orden transforma cualitativamente vuestra existencia cristiana y vuestra relación con Jesucristo. Esta misteriosa realidad, que se consuma por la recepción del Sacramento del Orden, está expresada de distintas formas, con distintas palabras, en la liturgia y en la doctrina de la Iglesia. Un ejemplo, el de PDV, 15:

“Los presbíteros son una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor… Existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre… son llamados a prolongar la presencia de Cristo. Único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado”.

La fuerza del Espíritu nos transforma en Jesucristo por el Sacramento recibido. Ordenados, nuestra vida encuentra plenitud en Jesucristo. Es quien llena de sentido nuestra existencia, nuestros proyectos y trabajos, nuestro sufrimientos y alegrías. En quien encontramos la fuente inagotable de nuestra esperanza y el ardor de nuestro amor.

2.- La Iglesia sabe que el sacerdocio es GRACIA. Viene graciosamente de Dios (“Pero la gracia de nuestro Señor se ha desbordado con la fe y el amor que me ha dado Cristo Jesús” –1 Tim 1, 14--). Por eso requiere en el ordenado actitudes de reconocimiento, de gratitud, de disponibilidad, de correspondencia. El Espíritu no os va a faltar nunca. La imposición de manos, el carácter sacerdotal, la oración de la Iglesia, el contacto con la Palabra y con la Eucaristía… Pero la Iglesia, por mi ministerio, os pide que manifestéis ante el pueblo cristiano vuestra disposición. Os voy a preguntar enseguida por algunas actitudes sin las cuales la Iglesia no procedería a vuestra ordenación:

+ si estáis dispuestos a desempeñar siempre, de por vida, el ministerio sacerdotal, en comunión y colaboración fraterna con el Obispo y el presbiterio, dedicados plenamente a apacentar el pueblo de Dios, con absoluta disponibilidad y dejándoos guiar por el Espíritu.

+ si aceptáis como forma propia de vida la vida de los apóstoles, sintiéndoos llamados a vivir el seguimiento de Jesucristo con evangélica radicalidad, en íntima comunión fraterna y con disponibilidad misionera.

+ más en particular, si en vuestro proyecto de vida figura como primera ocupación el “ministerio de la Palabra”, que significa y supone el estudio de la Palabra, el compromiso de vivirla y el empeño en anunciarla con “sabiduría”.

+ de forma muy especial, os voy a preguntar por vuestros deseos sinceros de ser siempre hombres de oración, de profunda oración: alabando a Dios, “hablando palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor” (San Juan de la Cruz), intercediendo por el pueblo, enseñando al pueblo a orar, a comunicarse con Dios; procurando que vuestras parroquias vivan y se expresen como comunidades de oración, orando sin desfallecer. El sacerdote tiene que ser hombre de oración y maestro de oración.

+ en una palabra, la Iglesia quiere saber de vosotros, en este momento de vuestra ordenación, si es vuestro propósito firme y serio permanecer unidos, y cada día más, a Cristo Sumo Sacerdote. Y, por tanto, si queréis seriamente reproducir en vosotros las actitudes de Él: ofrenda total al Padre hasta el sacrificio de la Cruz y dedicación igualmente a la salvación de los hombres nuestros hermanos.

En definitiva, todo debe quedar matizado en vuestra vida por la caridad pastoral que es la sintonía e imitación de Cristo Pastor, que da la vida dándose Él (pobreza), sin pertenecerse (obediencia) y como Esposo (que da sentido a la castidad). Así, toda vuestra vida se hace sacramental, signo de Cristo.

3.- Ser “representación sacramental de Cristo”, “transparencia suya en medio del pueblo”, “prolongación de su presencia” como Cabeza y Pastor de la Iglesia. Todo eso significa ser sacerdote. Vivir y promover la “espiritualidad de comunión” en las comunidades. Compadecerse e inmolarse hasta el despojo de sí mismo por todos, y más preferentemente por los más pobres.

            ¿No se nos pide algo imposible? Para vuestras solas fuerzas humanas, sí. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia… pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, “no podemos hacer nada”(Jn 15, 5). Y Cristo nos ha prometido estar siempre con nosotros. Como San Pablo, también nosotros podemos decir: “todo lo puedo en Aquel que me conforta”, o “sé a quien me he confiado”.

            Contamos también con la oración y el estímulo de las comunidades cristianas. Y nos ilumina la misión evangelizadora que compartimos con los presbíteros y los demás fieles cristianos.

A la Santísima Virgen os encomendamos a vosotros con las palabras del Papa Juan Pablo II:

“Oh Madre de los sacerdotes, acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio; protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio” (PDV, final).

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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