DiócesisHomilías Mons. Dorado

Vigilia de la Inmaculada

Publicado: 00/12/1999: 1692

En miles de lugares se celebra esta noche la Vigilia de la Inmaculada. En todos los templos del mundo católico los hijos de la Iglesia se reúnen hoy en torno a María para saludarla con alegría como ‟bendita entre todas las mujeres‶y como ‟llena de gracia‶.

Nosotros nos unimos en Málaga a esa coral inmensa de las voces de todos los
fieles del mundo.

1.- Este año la proclamamos la ‟hija predilecta de Dios Padre‶.

Queremos proclamar que María es la obra maestra de Dios. Ella es la persona
humana en la que Dios se ha empleado más a fondo:

- El Padre la llamó y la colmó de su amor desde el primer instante de su vida
humana.

- El Hijo, Jesucristo, le otorgó una salvación plena que no conoció pecado
alguno en esta vida.

- El Espíritu Santo hizo de Ella una mujer enteramente fiel al proyecto de Dios.

María es una mujer enteramente de Dios: la Hija amadísima del Padre, la Madre
de Jesús, la Esposa del Espíritu Santo. En ella todo fue Gracia:

‟El Señor hizo en mí maravillas‶. María es una mujer agraciada.


2.- Pero María no fue sólo una mujer singularmente agraciada. La gracia de la
Purísima fue una gracia correspondida; fue también generosamente colaboradora.

- La colaboración de María aparece ya prefigurada en la lectura del Génesis bajo
la forma sencilla e ingenua del antagonismo de María con la serpiente, símbolo del mal
y del pecado.

- Ella acogió la llamada a ser en Cristo santa e irreprochable por el amor.

- Y su respuesta activa quedó explícitamente consignada en el relato del
Evangelio de Lucas: ‟Aquí está la esclava del Señor, hágase en mía según tu palabra‶.


3.- La Gracia de Dios, a la vez victoriosa y correspondida en María, resulta para
nosotros especialmente estimuladora.

- El antagonismo de María con el mal y el pecado nos estimula a luchar contra
toda forma de corrupción. No podemos adoptar una postura pasiva ni escéptica. Dios
se ha hecho hombre en Jesús para combatir el mal que se llama egoísmo, frivolidad,
explotación, infidelidad, injusticia o corrupción.

A cada uno de nosotros nos corresponde detectar y combatir en nuestra vida
y en nuestro entorno, los brotes de corrupción y de pecado.

- María, la mujer Santa, nos recuerda nuestra vocación a la Santidad. No
podemos excusarnos alegando que el ambiente social es desalentador y que el
ambiente eclesial es poco motivador. A pesar de que nuestra naturaleza sea débil, Dios
nos sigue llamando a la santidad. Y la gracia que Jesucristo nos brinda tiene virtualidad
para provocar y sostener en nosotros una respuesta generosa. Celebrar la fiesta de la
Inmaculada Concepción, equivale a despertar el dinamismo que nos orienta hacia la
auténtica santidad evangélica.

-Por último, el Sí de María y el ‟hágase en mí según tu voluntad‶, nos revela el
gesto de una mujer que, ante la propuesta de Dios, renuncia a su proyecto privado y
se deja ‟expropiar‶por el Señor para contribuir a su proyecto salvador.

- Para María no cuenta tanto el honor de ser Madre del Mesías, cuanto el
servicio a la liberación integral de su pueblo. Al igual que para la Purísima, para
nosotros no existe ninguna forma de pureza que no se transforme en amor, en
abnegación y en servicio, especialmente a los más pobres.

Al celebrar la Vigilia de la Inmaculada, os invito a renovar con María y con toda
la Iglesia, esta tercera etapa de preparación al Gran Jubileo el Año 2000.

- Con una generosa aspiración a la santidad, como corresponde a los hijos de
Dios, nuestro Padre.

- Combatiendo la corrupción y el pecado, en una actitud de conversión y de
dejarnos reconciliar con Dios en el Sacramento de la Penitencia.

- Y viviendo con intensidad la virtud de la caridad, haciéndonos voz de todos los
pobres del mundo.

‟En este tiempo en particular, la Virgen nos impulsa a ser testigos
valientes del Evangelio de la vida, de la dignidad de la persona, de los
valores de la familia y de la cogida de todos losqyue necesitan ayuda,
asistencia y consuelo‶(Juan Pablo II).

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo