DiócesisHomilías Mons. Dorado

Navidad (Misa de medianoche)

Publicado: 24/12/1970: 1113

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido aquí, en la santidad de la casa de Dios, para celebrar el
nacimiento de Cristo. Hemos de estar en Paz y apartar de nuestro ánimo todo lo que
sea extraño, para dejarnos invadir profundamente por la luz y el gozo de este misterio.

I. La Buena Nueva de la Navidad.

En esta noche se nos comunica a todos los hombres una ‟Buena Noticia‶, una
buena nueva. Los cristianos sabemos que ese hecho sencillo y humilde del nacimiento
en Belén de un niño pobre es el acontecimiento más importante de toda la historia
humana. Ese niño ‟envuelto en pañales y recostado en un pesebre‶es nuestro
Salvador.

La Liturgia de hoy nos lo recuerda con insistencia:

‟El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; habitaban tierras de
sombra y una luz les brilló‶, nos dice proféticamente Isaías.

El Salmo Responsorial nos invita a cantar, a alegrarnos, a vitorear porque ‟hoy
nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor‶.

‟Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres‶,
repite San Pablo.

Y resuena en lo hondo de nuestra alma el anuncio del Ángel: ‟No temáis, os
traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy os nacido un Salvador‶.

II. Las Esperanzas del hombre de hoy.

Esta noticia ya es vieja para nosotros. Pero debemos dejarnos sorprender por
su perenne novedad para experimentar el gran gozo de la salvación cristiana y poder
anunciarla con entusiasmo a los hombres que, en el vacío de sus vidas y en sus
ambiciones humanas, sienten una inconfesada Esperanza en Aquel que únicamente
puede llenarlos y colmarlos hasta rebosar, en Jesucristo.

El anuncio de la Salvación del hombre por Jesucristo no será aceptado ni
atendido, en este año, por muchos hombres, necesitados de salvación, pero que han
puesto sus esperanzas en otras realidades muy distintas.

Y nosotros mismos, los cristianos, tenemos que hacer un esfuerzo de
purificación de nuestra fe para no dejarnos influenciar por los criterios de un mundo
secularizado que fácilmente puede hacernos olvidar que Jesucristo es el Salvador y
que ‟no hay otro hombre bajo el cielo por el que tengamos que salvarnos‶.
III. La salvación cristiana:

Pero, ¿cómo se realiza y en qué consiste la salvación que nos ofrece
Jesucristo?

En medio de las dificultades, del desconcierto y de la confusión por las que
atraviesa hoy la misma comunidad eclesial, la Navidad nos ayuda a recobrar unas
certezas fundamentales, de las que tenemos que tomar una conciencia cada vez más
lúcida.

1. Al contemplar el misterio de Navidad, aprendemos que, en Jesucristo, Dios
asume todo lo humano, con sus deficiencias y miserias, y también con sus
perfecciones, llevando a la humanidad, después de haberla curado, hasta su plenitud
última y trascendente. Dios se ha hecho hombre de verdad, se la solidarizado con la
humanidad. Dios no nos salva desde fuera, sino entrando en la espesura de la
condición humana. Y por eso la Iglesia, continuadora de la salvación de Jesucristo, no
puede desentenderse de los problemas, de las necesidades y del sufrimiento de los
hombres.

2. La meditación profunda del nacimiento el Señor nos hace descubrir que sin
Jesucristo no tiene salida posible la inspiración mesiánica que anima a la humanidad.
Porque, mientras los distintos medios de salvación humana liberan al hombre de un
mal parcial, con medios humanos, la salvación conseguida por Jesucristo lo libera de
un mal absoluto, como es el de la privación de Dios; y mientras aquellos sólo liberan
al hombre provisionalmente, la salvación cristiana lo libra de la muerte, concediéndole,
ya desde ahora y para la eternidad, la ‟comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo‶.

Y por eso la Iglesia nos advierte constantemente contra el peligro de poner
nuestra Esperanza en las soluciones puramente humanas y nos estimula a un
desprendimiento radical de todo lo humano. Todo lo humano es imperfecto y los
cristianos tenemos la obligación de perfeccionar cada día más el mundo.

3. La Navidad, en fin, nos enseña que por la Encarnación de Jesucristo, Dios
no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, que cada hombre es una imagen y
sacramento de Dios.

Y por eso la Iglesia nos recuerda constantemente la dignidad de todo hombre,
que no se basa en su posición social, en su cultura o en su dinero, sino en el hecho de
que ha sido divinizado, de alguna manera, por la Encarnación de Jesucristo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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