DiócesisHomilías Mons. Dorado

Fiesta de la Inmaculada

Publicado: 08/12/1999: 1080

1.- En pleno tiempo litúrgico de Adviento, cuando ‟salimos animosos al

encuentro del Señor‶, la Iglesia pone ante nuestros ojos la figura de María en el
radiante misterio de la Inmaculada Concepción.

Es una fiesta luminosa, cargada de optimismo y esperanza, que celebramos
este año en la víspera del Gran Jubileo del ño 2000, en el que la Iglesia se alegra –e
invita a todos a la alegría– con una profunda alegría interior y que se manifiesta
exteriormente por la Salvación de Dios en su Hijo Jesús nacido de María Virgen.

‟Esta alegría jubilar no sería completa si la mirada no se dirigiese a Aquella que,
obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios‶
(IM, 14).

Ella, que vivió y celebró el primer jubileo, el ‟primer año de gracia‶de la historia
de la Iglesia, nos revela las actitudes necesarias para celebrar nuestras fiestas
jubilares.

2.- Las lecturas de esta festividad de la Inmaculada son, ante todo, un canto a
la gracia de Dios que obtuvo en María una victoria limpia y total. El Génesis nos evoca
la gracia al inicio de la historia del pecado: junto a la promesa del futuro Salvador se
esboza la promesa de una mujer que va a ser su principal colaboradora. La lectura de
San Pablo nos evoca la gracia del final: estamos llamados a la plenitud de vida de la
que María goza de manera total y definitiva en la gloria de la Trinidad Santísima.

El Evangelio de Lucas nos evoca la gracia del presente, la gracia cotidiana.
María fue especialmente preparada por Dios para mantener su sí creyente desde el
inicio de su vida hasta su consumación. La gracia que recibió fue singular. Es la ‟llena
de gracia‶, ‟la santa e irreprochable por el amor‶.

3.- María supo reconocer las maravillas que el Espíritu Santo realizó en Ella y
en el mundo, y a la invitación del ángel a celebrar el Jubileo, a alegrarse: ‟Alégrate
María, llena de gracia, el Señor está contigo‶, respondió con el ‟Magnificat‶, que es la
mejor expresión de su vida y de su espiritualidad.

El Magnificat es un cántico de alabanza a Dios: ‟proclama mi alma la grandeza
del Señor‶, ‟que hace proezas con su brazo‶; celebra la santidad de su nombre: ‟su
nombre es santo‶, su misericordia con los humildes: ‟su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación‶, su amor de preferencia a los pobres y la realización de
las promesas hechas a Abrahám y su descendencia: ‟auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia‶.

4.- María admira y adora llena de alegría, ante todo, la grandeza de Dios
manifestada a través de la historia, revelada en la trayectoria de su relación amorosa
y fiel con el pueblo elegido, con la humanidad, con la Iglesia: ‟Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia‶.

Pero, al mismo tiempo, reconoce que es precisamente en Ella donde Dios
realiza la salvación de su pueblo. La Virgen, podríamos decir, es demasiado humilde
para reconocer su propia grandeza: ‟El Señor ha hecho obras grandes por mí, porque
ha mirado la humillación de su esclava‶.

Y sabe que el tiempo de salvación que Ella inaugura prolongará para siempre
su alabanza: ‟Desde ahora todas las generaciones me felicitarán‶.

Su acción de gracias se dirige a Jesús Salvador, al que lleva en su seno: ‟MI
espíritu se alegra en Dios, mi Salvador‶.

Por tanto, el Magnificat es esencialmente la alabanza de la salvación de Dios
y, al mismo tiempo, es también la alabanza de la salvación que Dios realiza en Ella.


5.- ‟El Año Santo debe ser un canto de alabanza único e ininterrumpido a la
Trinidad, Dios Altísimo por la Encarnación de Jesucristo‶, dice el Papa. Debe ser el
gran Magnificat de la Iglesia.

Pero, ¿cómo cantar un cántico al Señor en tierra extranjera? Es la pregunta que
se hacía el pueblo de Israel desterrado en Babilonia.

a). Tenemos que cantar nuestro Magnificat en una sociedad secularizada que
pretende borrar todas las huellas de Dios en la familia, en los medios de comunicación
social, en las escuelas, en los días de descanso festivos, ...

Ello no será posible si no tenemos una profunda experiencia de Dios, que es
Salvador, todopoderoso, santo y fiel. Para cantar nuestro Magnificat necesitamos
redescubrir la interioridad, el sentido de la oración, la meditación viva de la Palabra, la
experiencia viva de que Dios nos salva. Sin esta experiencia honda no tendremos nada
que decir al mundo moderno.

b). Tenemos que cantar un cántico de alabanza a Dios en un mundo que ha
perdido el sentido de veneración del Misterio y de la soberanía absoluta de Dios,
cerrado en su propio horizonte y que se centra exclusivamente en los valores del placer
o de la eficacia.

En este contexto el Evangelio de Jesucristo sólo se puede proclamar desde la
alegría y el entusiasmo del hombre deslumbrado por Dios y con una profunda vivencia
sacramental. No podemos convertir a Jesucristo en un simple modelo o maestro de
ética, ni caer en un simple moralismo.

María, en el Magnificat, anuncia algo más profundo y radical.

Anuncia la presencia personal de Dios entre nosotros, que nos trae el perdón,
que va a sanar nuestro corazón enfermo y que nos va a hacer participar del amor de
Dios.

Y esto se realiza hoy por los Sacramentos de la Iglesia celebrados con fe;
signos sencillos, pobres y desconcertantes en los que descubrimos que Dios nos salva
y camina con su pueblo.

c). Y ante un mundo en el que reina la injusticia y la pobreza, cantar el
Magnificat del Año Jubilar significa una opción preferencial clara uy decidida por los
pobres, un compromiso por la justicia y un esfuerzo por crear alla civilización del amor

Que la Virgen Inmaculada nos ayude a descubrir en el umbral del asño 2000 que
el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Y que nos enseñe a
bendecir a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la
persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales..

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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