DiócesisHomilías Mons. Dorado

Fiesta de la Inmaculada

Publicado: 08/12/2001: 1011

1.- Casi en el comienzo de un nuevo curso, y en un nuevo milenio, después de unos días de Ejercicios, nuestro Seminario, como toda la Iglesia, celebra con especial solemnidad la fiesta de la Inmaculada. Su memoria evoca en nosotros nobles deseos en este nuevo curso.


2.- En primer lugar, su vida nos reafirma en la primacía de Dios en nuestra vida.
En un mundo que permanentemente se construye frágiles "becerros de oro" María nos
evoca el amor apasionado a Dios y también el amor apasionado a Cristo. A Cristo sólo
se le puede amar con pasión. Y el amor apasionado a la Iglesia, que es el nombre
plural de Cristo, como la llamaba Pablo VI. En el corazón del sacerdote diocesano
crece con vigor el amor a la Diócesis; un amor que se hace incondicional, sin regateos
ni discusiones. Y un tercer amor al pueblo: este pueblo nuestro que camina muchas
veces sin pastor, según la expresión de Jesús.

La imagen del Buen Pastor, el hijo de María, que preside nuestra capilla, nos
confirma que de estos tres amores se nutre cada día el corazón del sacerdote. Esta
casa es escuela y lugar de este amor hasta el sacrificio, como nos lo enseña el Beato
D. Manuel González, el Rector Vidaurreta y el Diácono Duarte. Somos herederos de
santos. Pastores desprendidos y abnegados, sacerdotes enteros, sacerdotes
servidores, sacerdotes santos.

3.- María, la Inmaculada, ha ido templando generaciones de sacerdotes. Tenerla
presente en los días de trabajo nos hace bien y nos limpia de adherencias que
desfiguran la imagen verdadera del pastor, que aquí se debe fraguar.

Un pastor se hace de amor. "Oficio de amor es el nuestro", decía San Agustín.

Y así se desprende de la conversaciónd e Jesús con San Pedro, en las arenas,
junto al lago. María también amó a Dios y se puso a servir con todas sus fuerzas al
proyecto de Dios. "Servidora", se llamó Ella. "Servidor" se llamó Jesús. Y con inmensa
satisfacción San Pablo se llamaba siervo de Jesucristo.

No digo que ser sacerdote sea fácil. Y os lo digo a los seminaristas. No es fácil.
Y si lo fuera, tal vez no merecería la pena serlo. No es fácil hoy y se requiere oración
a fondo, fe, coraje y valentía, coherencia y mucha humanidad. Y esperanza a prueba,
y amor desmedido.

Pero ser pastor es apasionado y sencillo. Es decir, su vida es una vida trenzada
de pocos cabos. "Amar y servirâ" es el lema de Jesús. Y el lema de María. La mayor
originalidad que podemos aportar después de 20 siglos es "Amar y servir en todos"
como decía San Ignacio.

El amor y el servicio exigen capacitación. Estudiar a fondo es un modo de amar
a Dios, y a nuestro pueblo y a su cultura.

Un modo extraordinario de amor que ejerció el Señor fue "enseñar". Enseñaba
con paciencia y largamente. La cueva de estudio, por eso, es un altar de amor.

4.-  Hoy, de nuevo y con fuerza, os pido a los seminaristas que miréis a Cristo,
como nos recuerda el Papa: "Los ojos fijos en Cristo", dice la carta a los Hebreos.
Vuestra talla es la misma que la de Cristo.

Y con Él "mar adentro", sin miedo, sin complejos, con la humildad que genera
esperanza.

Sin ilusión y entusiasmo no merece la pena ser pastor. Vuestra fuerza es el
nombre del Señor y el testimonio de vuestra vida con el Eespíritu de María Inmaculada.

Si vivimos esto, presiento que más jóvenes emprenderán la subida hacia esta
casa, fudnndada sobre las montañas. Nuestra vida será un reclamo.

5.- "Mar adentro" es nuestra tierra malagueña, sus hombres y mujeres, los niños
y jóvenes. Y sobre todo los pobres. Nuestra barca es la Iglesia diocesana, que el
Espíritu empuja y en la que nuestras manos reman. Y María nos acompaña.

"Dios no quiere que falten nunca buenos pastores. Dios no quiere que lleguemos
a vernos faltos de ellos".

Ojalá que el Señor no deje de suscitarlos y consagrarlos. Ciertamente que si
existen buenas ovejas habrá también buenos pastores, pues "de entre las buenas
ovejas salen los buenos pastores" (San Agustín).

Así ocurre esta tarde con la presencia aquí de familias cristianas para ofrecer
al Señor siete acólitos y lectores.

Con estos deseos nos presentamos ante el Señor en la Eucaristía del día de la
Inmaculada Concepción.

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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