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Con la fuerza del Espíritu (En la ordenación de diácono)

Publicado: 11/01/1998: 1049

En la ordenación de diácono

1.- El Evangelio que hemos proclamado relata la presentación en público de
Jesús de Nazaret. Dice que había una gran expectación entre el pueblo, y muchos se
preguntaban si aquel profeta extraño y austero, Juan Bautista, no sería el Mesías, el
Salvador que esperaban.

Él, Juan, lo negaba y añadía enseguida: "yo os bautizo con agua, pero ya está
llegando, ya está en medio de vosotros, el que puede más que yo: Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego".

Un día llegó Jesús al Jordán confundido entre la g ente. Y dice San Lucas que
bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma, y que se oyó una voz del Cielo que
dijo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".

Él, el niño de Belén, Jesús de Nazaret, que "pasó haciendo el bien" el que curó
a los enfermos, habló de Dios a los pobres y a todo el que quiso oírle; el que perdonó
a la Magdalena y proclamó las Bienaventuranzas, el Crucificado del Calvario a quien
luego vieron resucitado y vivo, es el Hijo amado de Dios, el Unigénito.

Ha venido como Salvador o Mesías, para bautizarnos y purificarnos en el
nombre de Dios Padre, para darnos el Espíritu Santo prometido, para hacernos hijos
suyos en el Hijo, hombres y mujeres libres.

Al conmemorar el Bautismo de Jesús, que nos revela quién es Él, la Iglesia
pretende también ayudarnos a reavivar nuestra fe y a tomar conciencia de nuestro
propio Bautismo. Por el Bautismo y la Confirmación somos hijos de Dios y templos
vivos del Espíritu Santo; por el Bautismo Dios nos ha liberado del pecado, que nos
hace esclavos, y del miedo a la muerte, que nos paraliza. Por el Bautismo somos parte
del Pueblo de Dios, de la Iglesia, que tiene que continuar la misión de Jesús en nuestro
mundo.

2.- Como dice San Pedro en la Segunda Lectura que se ha proclamado,
Jesucristo es el "Ungido de Dios por la fuerza del Espíritu Santo", el "Señor de todos",
que ha venido a traer la paz.

Con estas palabras presenta algunos rasgos de la misión de Jesús: traer la paz.
Es una expresión que el Nuevo Testamento emplea también para referirse al perdón.
Es la paz con Dios, la unión de amor y amistad con Él, la Nueva Alianza que alcanza
su plenitud en la persona de Jesucristo, en quien Dios y el hombre se han unido para
siempre. Y de la que participamos nosotros por el Espíritu Santo que se nos da en el
Bautismo; el Espíritu Santo que derrama el amor de Dios en nuestros corazones, que
nos inserta en la comunión de la Santísima Trinidad.


Es la libertad mayor que puede conseguir una persona: la libertad para amar
gratuitamente, con la fuerza del Espíritu, con la que los discípulos de Jesús podemos
pasar por el mundo "haciendo el bien" si acogemos el don de Dios y permitimos que
Dios esté con nosotros.

Es la libertad interior que nos impulsa luego a liberar a todos los oprimidos por
el diablo: por el pecado, por las consecuencias del pecado, por la falta de fraternidad
y de humanidad.


3.- Estas palabras cobran vida hoy de una forma visible y particular en la
ordenación de Juan de Jesús.

Querido Juan de Jesús: mediante el Sacramento del Orden, la Iglesia te habilita
para ejercer el ministerio de Diácono, que es ser servidor de la Palabra de Dios,
animador de la caridad y del servicio en la comunidad cristiana y ministro del culto.
Todo ello como un paso que te encamina al sacerdocio. Dentro de la misión de la
Iglesia, cuando recibas el presbiterado, se te va a confiar la misión especial de
representar sacramentalmente a Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Es decir,
vas a ser ungido por el Espíritu Santo para renovar entre los hombres los gestos de
Jesucristo: el gesto del perdón de los pecados, la oferta de la salvación y de la gracia
de Dios mediante los Sacramentos, la proclamación del Reino de Dios y el cuidado
amoroso del rebaño.

Considera, pues, el don que recibes y procura servir al Pueblo de Dios de
acuerdo con este Don.


4.- En la Primera Lectura, el profeta Isaías ofrece algunos rasgos básicos que
deben adornar la vida del presbítero. Él trata de hacer una especie de retrato espiritual
del futuro Mesías, que vale también para quien va a ser su presencia sacramental en
medio de la comunidad.

En primer lugar, y a la luz de esos textos, el sacerdote tiene que ser el hombre
del Espíritu, que se deja transformar y guiar por el Espíritu Santo; es el hombre "ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo"; un hombre con el que está Dios y que
siempre está con Dios. Un "hombre de Dios", como dice San Pablo a su discípulo Tito.

Su estilo y su espíritu tiene que ser paciente y delicado, sin dureza ni
prepotencia. No se trata de convencer por la fuerza de sus gritos, sino mediante la
paciencia y la bondad; con la sabiduría evangélica de la Cruz; sin perder la alegría ni
la ilusión ente las dificultades.

Un hombre siempre dispuesto a sostener a quienes vacilan. Cuando hay tantos
cristianos con una fe pobre y lánguida, tiene que ser capaz de cuidad esa fe y de
alimentarla con grandeza de alma, para "no quebrar la caña cascada, ni apagar el
pábilo vacilante", tratando e comprender al otro y de soportarse a sí mismo.

Pero siempre con la firmeza y la fuerza de Dios, especialmente cuando se trate
de promover el derecho y la justicia en medio del pueblo, manteniendo sin orgullo, pero

con entereza, la actitud de quien sigue proponiendo el Evangelio con libertad, sin
miedo y con esperanza para descubrir nuevas iniciativas para evangelizar.

Se trata de una misión nada fácil. Pero no olvides que Él te ha llamado, está
contigo siempre y te lleva de la mano.

5.- La Iglesia te confía la misión de proclamar el Evangelio con obras y con
palabras, a llevar la luz de la fe a los hombres, a ayudarles a ser verdaderos hom bres
libres, hijos de Dios y hermanos de todos.

El Señor te envía a ser un a bendición para todos, siguiendo los pasos de la
Virgen, esa mujer dócil al Espíritu, a quien millones de creyentes llaman bendita cada
día.
 

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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