DiócesisHomilías Mons. Dorado

Homilía ordenación sacerdotal

Publicado: 28/06/1998: 1263

1.- Queridos Andrés, Juan de Jesús y Elías, que queréis ser consagrados para el santo ministerio de presbíteros de la Iglesia de Dios.


Queridos sacerdotes, familiares y amigos que habéis colaborado con la llamada
y la gracia de Dios en la maduración de estos tres candidatos al sacerdocio.

Bienvenidos todos a esta fiesta del Espíritu, a esta celebración gozosa del
misterio de nuestra Iglesia que cuenta siempre con la presencia de Cristo Sacerdote,
que nos mantiene unidos por la fe y el amor y se hará especialmente presente en la
consagración de estos jóvenes y en el ejercicio futuro de su ministerio santificador.


2.- El fragmento del Evangelio de Mateo que hemos escuchado nos sitúa en el
corazón de lo que estamos haciendo en estas vísperas de la fiesta de San Pedro y San
Pablo.

‟¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Y vosotros, quién decís que
soy yo?‶.

Son preguntas esenciales; queridos ordenandos que, como a todos los
sacerdotes, os remiten a lo más profundo de vuestra vida y del ministerio que vais a
recibir. Preguntas que nos descubren nuestra verdad y nos invitan a encontrarnos con
su Verdad.

La pregunta de Jesús a Pedro, que os hace hoy a vosotros el mismo Señor: ‟Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?‶., nos pone de manifiesto que vuestra vida y
vuestro ministerio sacerdotal consisten en decir a Jesucristo.

Decir a Jesucristo en la plenitud de su humanidad real y en su misterio de Hijo
de Dios, Redentor y Señor único, sin escamotear, silenciar o desfigurar nada: ésa es
nuestra misión como presbíteros, que debe conducirnos a ‟vivir a Cristo, en Él y por
Él‶, a que nuestro vivir sea Él, puesto en el centro de nuestra experiencia personal y
comunitaria.

A la luz de esto debe ser revisada toda nuestra vida y nuestra acción pastoral:
la predicación, la catequesis, los Sacramentos, la oración y la Liturgia, la vida cotidiana
y el servicio a los pobres. ¿Es Jesucristo, en toda su verdad, en su encarnación y
redención, en su realidad total a quien entregamos –‟decimos‶– y hacemos presente
en nuestra vida y en nuestra acción pastoral?

3.- Pedro contestó a la pregunta con una espléndida confesión de fe que Jesús alabó,
llamándole bienaventurado, porque se lo había revelado el Padre: ‟Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo‶.Sobre esa fe había que construir la Iglesia. Decir a Jesús Mesías
era confesarle el Salvador nuestro, en quien se cumplen los anhelos de todos los
hombres y mujeres, de todas las generaciones y de todos los pueblos, de todas las
religiones y de los más nobles deseos de la humanidad. Era proclamarle el gran don
de Dios a los hombres y la respuesta de Dios a la creación entera, el único nombre en
el que podemos ser salvos.

A esto, de manera principal, ha de conducir todo en nuestra vida, a esto debe
arrastrarnos a cada uno el momento que vivimos: a conocer más y más a Jesucristo,
a amarle y vivirle en nuestra vida, a entregarlo a los demás, a que sea conocido y
amado por los demás. Esto es lo que verdaderamente importa. Es ese conocimiento,
valorado por encima de cualquier otra cosa, e impregnado de un profundo amor, lo que
capacitó a San Pedro y a San Pablo para llevar a cabo su impresionante obra
evangelizadora, como hoy necesitamos y nos urge. Necesitamos, por encima de todo,
en nuestra vida y en nuestro ministerio sacerdotal, ahondar en la autenticidad de la fe,
arraigar y fortalecer esa autenticidad que exige un encuentro y una comunión personal
con Jesucristo, vivida en la Iglesia, y una acogida real y gozosa de la verdad entera del
Evangelio que nos entrega en su Iglesia.

Decir a Jesucristo. ‟Yo nunca me cansaría de hablar de Él‶, decía otro
enamorado de Jesucristo, Pablo VI, en la homilía pronunciada en Manila, que recoge
hoy el Oficio de Lectura.

4.-Y ¿cómo decir a Jesucristo? Los presbíteros no somos delegados ni
funcionarios, ni instrumentos de Cristo. Somos su imagen, como un icono, una
representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor. ‟Los presbíteros son
llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su
estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que le ha
sido confiado‶(PDV, 15).

Decir a Jesucristo siendo como una transparencia suya. Por eso, sólo la plena,
limpia y sincera relación con el Cristo viviente, Apóstol del Padre, entregado por
nosotros, servidor de todos hasta la muerte, puede devolvernos a los sacerdotes la
conciencia de nuestra misión y el gozo de su ejercicio. Sólo Jesucristo es el tesoro que
nosotros podemos ofrecer y ser su imagen es lo que da consistencia a nuestras vidas.
Al margen de Jesucristo el sacerdote no es nada.

El Ritual de la Ordenación Sacerdotal, como oiremos a continuación, insiste en
que el ejercicio de nuestro ministerio exige, al mismo tiempo que alimenta y configura
nuestra condición de ser imagen y representación sacramental del Señor, de decir a
Jesucristo con nuestra vida.

En vuestra función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro, ‟procurad creer
lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis‶.

Al celebrar la Eucaristía y los Sacramentos, ‟daos cuenta de lo que hacéis e
imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y
resurrección del Señor, os esforcéis en hacer morir en vosotros el mal y procuréis
caminar en una vida nueva‶.

Y en toda vuestra acción pastoral tened siempre presente el ejemplo del Buen
Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir.

Después de la confesión de fe, Jesús les va a explicar a los primeros discípulos
lo que significa seguirle y cómo tenemos que decirle:

‟El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su
Cruz y me siga... Mirad, el que quiera ganar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y poer el Evangelio, la salvará‶.

Eso mismo os lo recordará hoy al deciros: ‟Conforma tu vida con el misterio de
la Cruz del Señor‶.

La encomienda sagrada que hoy váais a recibir será para vosotros una cruz. Y
por eso mismo un vínculo profundo con Jesucristo que se ofrece cada día en vuestras
manos para la salvación del mundo. Él os dará fortaleza para caminar a su lado,
sosteniendo con amor el peso de la humanidad y de la esperanza para todos.

Que el Señor os unja hoy sacerdotes con el Espíritu de la santidad y del celo
misionero. Y que Él nos transforme a todos en hombres de certezas, de iniciativas, de
entrega, de firmeza y de esperanza, entusiastas, alegres, desprendidos y fieles hasta
la muerte.

Y que María, nuestra Madre uy Maestra, os acoja y acompañe siempre
ayudándoos a ser sacerdotes a imagen y semejanza de su Hijo Jesús.

Autor: Mons. Antonio Dorado Soto

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