NoticiaHomilías de Don Fernando Sebastián Festividad de san Marcelino Champagnat (Colegio Maristas-Málaga) Publicado: 02/06/2017: 11738 Homilía pronunciada por el Cardenal Fernando Sebastián en el día de San Marcelino Champagnat el marco del Bicentenario de los Hermanos Maristas, celebrada en el colegio de Málaga el 2 de junio de 2017. FESTIVIDAD DE SAN MARCELINO CHAMPAGNAT BICENTENARIO DE HH. MARISTAS (2 de junio 2017. Colegio Marista-Málaga) Todas las Eucaristías son celebraciones de Acción de Gracias. En la Eucaristía damos gracias a Dios por su Hijo Jesucristo, por su muerte y su resurrección, por el perdón de los pecados y la promesa de la vida eterna. Dios que por medio de su Hijo Jesucristo, promovió la Iglesia de Jesús, para facilitar la salvación de todos los hombres y mujeres del mundo, hace crecer en esta Iglesia continuamente brotes nuevos, personas e iniciativas nuevas, que fortalecen y multiplican la acción salvadora de la Iglesia en el mundo. Hoy, estamos reunidos en torno al Altar del Señor para dar gracias a Dios por una de estas iniciativas de su Providencia, de la que todos nosotros nos hemos beneficiado. Damos gracias a Dios por la existencia y las buenas obras de la Congregación de los Hermanos Maristas, les Petits Frères de Marie, como se llamaron originalmente. Hace ahora 200 años, en un pueblecito del Este de Francia, en la Diócesis de Lyon, un joven sacerdote, Marcelino Champagnat, junto con otros dos compañeros, comenzaron una obra educadora que poco a poco se ha extendido por el mundo entero. Con solo 27 años, aquel joven sacerdote descubrió en un muchacho moribundo la llamada de Cristo para que se dedicara a iluminar y educar con el conocimiento de Dios y el seguimiento de Cristo a los jóvenes tantas veces marginados y abandonados, víctimas de la pobreza y de la ignorancia, que es la peor pobreza. Aquella pequeña semilla, con la bendición de Dios y de la Virgen María, ha crecido hasta llegar a ser hoy una gran asociación educativa, presente en más de 80 países, con más de 3.500 miembros dedicados enteramente a la gran obra de la educación cristiana de la juventud, en más de 500 colegios y con casi 700.000 alumnos. Los Hermanos Maristas llegaron a España en 1886, en donde mantienen hoy 55 colegios, con casi 60.000 alumnos, atendidos por unos 600 Hermanos educadores. Yo soy ex alumno de uno de estos benditos colegios en donde adquirí mis primeros conocimientos y recibí mi primera y decisiva formación cristiana. En 1924, por expresa petición de San Manuel González al Superior General, el Hno. Nicóstrato, llegaron los Hermanos Maristas a Málaga y se instalaron modestamente en un edificio de la calle Sta. María, alquilado a la Diócesis. En el primer curso el colegio tenía solamente 25 alumnos. Después de pasar por varias sedes diferentes, desde 1948 están instalados en la sede actual, donde poco a poco, con ampliaciones sucesivas y un esfuerzo permanente, han ido configurándose las amplias instalaciones actuales. En estos 90 años de presencia en nuestra Ciudad, podemos pensar que casi 50.000 familias malagueñas se han visto favorecidas por la labor evangelizadora y educadora de los Hermanos Maristas. Su obra se ha visto fecundada por la sangre de los mártires. En 1936, seis Hermanos, de los nueve que formaban entonces la Comunidad, ofrecieron su vida por ser fieles a la fe y a su vocación religiosa y educadora. Ellos son y serán siempre intercesores y modelos en la vida y en la labor del colegio marista en nuestra ciudad. Ante estos hechos admirables no podemos menos de responder con un gran sentimiento de acción de gracias. Damos gracias a Dios por la vida y la vocación de San Marcelino Champagnat, damos gracias a la Congregación de Hermanos Maristas que han continuado y ampliado su obra en el mundo entero, damos gracias a todos los Hermanos que han sido educadores aquí en Málaga, sembrando la fe y la paz en tantos corazones y en tantos hogares malagueños. Los Hermanos Maristas saben muy bien que para los cristianos, la única educación verdadera es la que se arraiga y se alimenta del conocimiento de Cristo y de la vida espiritual de cada persona. De hecho, San Marcelino, no fundó colegios reglamentados como tienen que ser por fuerza los colegios actuales, sino colegios familiares, bien cercanos a las parroquias, en los que los niños pudieran conocer a Jesucristo y llegar a amarlo y seguirlo como norte y maestro de su vida. Con la piedad cristiana, la pedagogía marista, cuenta siempre con la presencia de la Virgen María. Ella es la Superiora de la Comunidad educativa, la primera educadora, porque es también la primera discípula de Jesús. Ella nos enseña y nos ayuda a ser fieles a la enseñanza de Jesús en todos los momentos de nuestra vida, y a vivir siempre en íntima comunión con El, cumpliendo sus mandatos e imitando sus ejemplos. Con la piedad cristiana y la devoción filial a la Virgen María, la pedagogía marista inculca en sus alumnos la sencillez y la honestidad, la laboriosidad y la generosa responsabilidad por el bien de los demás. El buen alumno marista es a la vez buen cristiano y buen ciudadano. No se puede ser una cosa sin la otra. El desarrollo, la tecnificación, los cambios sociales y culturales no deben sobreponerse ni deben debilitar estas notas de la identidad marista que son a la vez el fundamento y la meta, la verdadera justificación de vuestra existencia y de vuestra labor en la Iglesia y en la sociedad. De la vida y del espíritu de San Marcelino y de sus primeros compañeros nos llega el gran mensaje de la educación cristiana, creed en Jesús, vivid siempre junto a El, con la ayuda y el ejemplo de la Virgen María, buscad en El la iluminación y la fortaleza para ser personas cabales, según la voluntad de Dios, en todas las circunstancias de la vida, tanto en la vida privada como en la vida pública, en la vida familiar como en la vida profesional, sed siempre y en todo buenos cristianos y seréis también buenos padres de familia, buenos profesionales y buenos ciudadanos. Con la fuerza y la alegría que nos da la contemplación de nuestra historia, os animo a todos a seguir trabajando con ilusión en este campo de la educación cristiana. A vosotros, Hermanos, que mantenéis en vuestra vida la vocación y el carisma de san Marcelino, a los profesores laicos que colaboráis con la Comunidad Marista en la obra educativa, y a vosotros, padres de alumnos, os animo a redoblar vuestro trabajo y vuestra dedicación en esta labor educativa, cada vez más necesaria y más exigente. Y a los jóvenes que estáis ahora en período de formación y educación os animo a desarrollar sentimientos de sana ambición y de esfuerzo animoso. En estos años tenéis que proyectar y poner los fundamentos de la calidad y la valía de vuestras vidas. En el Colegio y en la tradición marista tenéis una gran ayuda y una gran oportunidad para aprender a ser personas justas, positivas, diligentes y animosas, en comunión con Jesús y en unión con los mejores modelos de humanidad que se pueden encontrar. De nuevo volvemos a nuestro punto de partida. Por todas estas cosas buenas que enriquecen nuestra vida, damos gracias a Dios y a la Virgen María por Cristo, con Cristo y en Cristo, por los siglos de los siglos. Amén.