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Clausura

Publicado: 23/09/2013: 9683

•   Micro-relato de Lorenzo Orellana, sacerdote

La hermana puso la llave del locutorio en el torno y lo hizo girar. La madre recogió la llave y pasó con su pequeña al locutorio. Cuando la niña vio a las monjas tras las rejas, sorprendida, exclamó: «Mamá, ¿qué han hecho para estar en la cárcel?»

La hermana puso la llave del locutorio en el torno y lo hizo girar. La madre recogió la llave y pasó con su pequeña al locutorio. Cuando la niña vio a las monjas tras las rejas, sorprendida, exclamó: «Mamá, ¿qué han hecho para estar en la cárcel?»

Sor Clara contempló a la pequeña y dijo: «Mónica, voy a intentar explicarte por qué estamos aquí. ¿Tú diste algo tuyo a una compañera?» «Sí», respondió la niña. «¿Y, alguna vez, no te sucedió que después te entraron ganas de quitárselo?» La cría abrió los ojos y asintió.

Sor Clara añadió: «Nosotras, un día le dimos nuestras vidas al Señor, y le dijimos que queríamos encerrarnos para estar rezando siempre por los niños, por los jóvenes y por todos. Pero para que no se nos olvidase esta promesa, se nos ocurrió poner las rejas. Y desde entonces estas rejas nos recuerdan que tenemos que amar al Señor y rezar por todas las personas». «¿Y ya no se pueden abrir?», preguntó la cría.«Sí, se pueden abrir. Mira, las voy a abrir para darte un beso». 

Sor Clara sacó una llave y abrió las rejas, se acercó a Mónica y la abrazó. Al concluir la visita, la religiosa cerró las rejas. Y cuando madre e hija se dirigían hacia la puerta, la niña se volvió aprisa, se acercó a las rejas, las besó y sonrió a las monjas. «La verdad es el alma del misterio», dijo Sor Clara mientras la pequeña se alejaba.

Autor: Lorenzo Orellana, sacerdote

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