El año 203 fueron arrestadas, junto a otros catecúmenos, durante la persecución del emperador Severo. Perpetua era una joven madre de origen noble y Felicidad era su esclava. Ambas se habían convertido gracias a la predicación de Sáturo.

El testimonio de su propio martirio es una joya de la tradición cristiana. En ellas se relata cómo Perpetua se enfrentó con fe firme y valiente a su padre, que trató de convencerla para que renegase de su fe. Al estar Felicidad embarazada, y no permitir la ley ejecutar la pena máxima a una mujer en este estado, se retrasó su martirio hasta el nacimiento del bebé. Luego, fueron echadas a las fieras ante el regocijo popular y, luego, rematadas por los gladiadores.

La historia de las santas Perpetua  Felicidad tiene hoy una enseñanza muy actual. Y es que, aunque podamos juzgar a los romanos por su brutalidad en la aplicación de la pena capital, al menos su derecho protegía al niño por nacer, algo que nuestro sistema jurídico acaba de echar por tierra. Hoy sigue siendo necesario el testimonio cristiano del sí a la vida frente a la cultura de la muerte de las políticas injustas y las masas enfervorecidas.