Dedicado a la docencia, este doctor de la Iglesia fue maestro de otra lumbrera de la historia del catolicismo, nada menos que de santo Tomás de Aquino. Como filósofo y teólogo, su búsqueda de la verdad lo llevó a inspirarse, no solo en autores cristianos, sino también musulmanes y paganos. Pero su teología no se quedaba solo en el plano teórico, sino que dejó testimonio de su experiencia de Dios con escritos místicos de gran altura. En el ámbito de la ciencia, destacó como naturalista, aplicando el método experimental.

Murió en 1280 y su cuerpo descansa en Colonia (Alemania).

Patrón de los científicos

Para san Alberto no había conflicto alguno entre ciencia y fe, y por eso es patrono de los científicos. Con motivo de su festividad, la joven malagueña Mª Carmen Martín Astorga, investigadora en terapias celulares en salud humana y veterinaria de la UMA y miembro de Pastoral Univesitaria, comparte su testimonio:

«El ejemplo de san Alberto Magno me estimula cada día a buscar la voluntad de Dios en medio de mi trabajo y vocación científica. Él es Magno por la grandeza de su espíritu: vivía lleno de gozo porque era un hombre de intensa y continua oración, con profundo amor a la Eucaristía y con gran devoción por María. Fue ella la que, en momentos de dificultad en sus estudios durante su juventud, salió a su encuentro dándole una memoria prodigiosa.

San Alberto Magno dedicó toda su vida al estudio y la investigación de varias disciplinas con espíritu sencillo y humilde, analizando todo desde su fe, pues todas ellas conducen necesariamente a la Verdad, al Creador. Ese diálogo entre la fe, la ciencia y la cultura es también el motor de Pastoral Universitaria de Málaga. Estudiantes, Profesores y PAS vivimos juntos el espíritu evangélico y el compromiso cristiano. Facilitamos la atención pastoral, asistencia y formación religiosa, para que podamos integrar nuestra vida con la fe. Como señaló Benedicto XVI, san Alberto Magno “tiene mucho que enseñarnos aún. […] Nos recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad».