Santa Hildegarda de Bingen, luz en la oscuridad

No es una santa popular por estos lares la que celebramos este 17 de septiembre. La fuerte connotación teutónica de su nombre es sin duda una barrera que a los latinos nos cuesta superar.
Y por supuesto que debemos hacerlo, porque la vida de esta interesantísima mujer es un ejemplo actual de vida cristiana, valioso como pocos para animarnos a hacer presente el Evangelio en medio de la vida cotidiana.
Nació en 1089 la ciudad de Bermersheim, en el estado alemán de Renania. Con tan solo 8 años se vinculó como oblata a la abadía de Disibodenberg donde profesó en 1115. Como recuerda Benedicto XVI en la carta apostólica con la que proclamó a nuestra santa de la semana como doctora de la Iglesia Universal, por cierto, junto al español Juan de Ávila, Hildegarda era: «delicada en la salud física, pero vigorosa en el espíritu. Se empleó a fondo por una adecuada renovación de la vida religiosa. Fundamento de su espiritualidad fue la regla benedictina, que plantea el equilibrio espiritual y la moderación ascética como caminos a la santidad (...) Dentro de los muros claustrales atendió el bien espiritual y material de sus hermanas, favoreciendo de manera particular la vida comunitaria, la cultura y la liturgia. Fuera se empeñó activamente en vigorizar la fe cristiana y reforzar la práctica religiosa, contrarrestando las tendencias heréticas de los cátaros, promoviendo la reforma de la Iglesia con los escritos y la predicación, contribuyendo a mejorar la disciplina y la vida del clero».
Agraciada con visiones místicas, sus abundantes escritos son una herencia espiritual sin parangón. Su voz resonaba con fuerza frente al mismísimo emperador y ante los papas a causa de las desviaciones de la Iglesia.
Murió a la edad de 81 años.
Una no tan oscura Edad Media
La vida de Hildegarda de Bingen viene a rebatir viejos mitos interesados sobre la oscuridad de la Edad Media. Se insiste en presentar al cristianismo como culpable de un supuesto retraso cultural e intelectual cuando fue precisamente la Iglesia en esta época la principal difusora de los libros e impulsora del arte y la investigación universitaria.
¿Y la mujer? ¿Era siempre un cero a la izquierda? Tampoco, si leemos la vida de Santa Hildegarda. Sus conocimientos eran excepcionales en los más diversos ámbitos: teología, ciencias naturales, música... Desde su abadía, su voz resonaba con fuerza en los lugares centrales de toma de decisiones en el imperio y en la Iglesia. El papa la autorizó a escribir y a hablar en público y, a pesar de su débil salud, se implicó en numerosos viajes para predicar en plazas públicas y en catedrales.
Predicaba una sustancial igualdad entre hombre y mujer y achacó la caída en el pecado a la inmoderada pasión de Adán hacia la mujer en lugar de a la debilidad de Eva. ¿A que te interesa leer más sobre ella? La fe siempre es luz.