Verdiales en los Montes de Málaga

Publicado: 07/08/2012: 2644

Un rosario de coches, multicolor y asimétrico, son el signo inequívoco de que algo muy importante sucede en “la venta de Cárdenas”. La gente habla, se saluda, sonríe. Su rostro pregona alegría, ilusión, entusiasmo, vida.

Sus ojos brillan en aquel anochecer de los Montes de Málaga, bello escenario para una fiesta de verdiales: en lo más alto, las estrellas, blancas y brillantes chispas de topacio, y una luna llena, enamorada, radiante, risueña, encantada; al frente, a la derecha, las luces de neón de una ciudad que no duerme en las noches de verano; a la izquierda, la Axarquía, que tiene su atalaya en Comares, y desciende, acariciando a los pueblos de la ruta de la pasa para besar al Mediterráneo en Torre del Mar.

El ruido de un aeroplano, con sus luces zigzagueantes, desciende desde un cielo limpio, diáfano, brillante y, en el horizonte, se atisba la luz de un velero, que surca los mares, despacio, lentamente, casi sin querer. Y unas corcheas y semicorcheas nítidas, agudas, brincando por el pentagrama del espacio, juguetonas, rítmicas, melodiosas, salidas del seno del violín, al compás ternario de una mano virtuosa, son el signo sonoro del comienzo de la fiesta de verdiales.

Y aquella algarabía del pueblo que se divierte se hace unísona armonía de instrumentos, cuerpos y voces, que vibran y danzan, con duende y con garbo, cuando avanza la noche. Todos: niños, jóvenes y mayores, se apiñan, se dan calor, se miran y, en sus miradas, se transmiten lo que sienten: su historia centenaria, sus raíces multiformes, sus sentimientos íntimos, sus esperanzas y sueños más nobles, sus amores, sus penas, sus fatigas y sus fantasías, sus locuras, la crisis... Ha comenzado la fiesta, se ha abierto la llave de un encuentro privilegiado, que sólo lo cerrará el nuevo día o el agotamiento:


«Venga fiesta, venga fiesta
hasta que se rompa el suelo.
Si se rompen los zapatos,
pa eso están los zapateros».
 

¡Qué bello espectáculo! ¡Qué sinfonía y policromía! ¡Cómo celebra el pueblo la vida, cuando lo dejan vivir y amar!

Ya resuena el violín y la guitarra, con su cuerpo de mujer enamorada, lo abraza y le entrega sus acordes. En un fecundo diálogo, los instrumentos se engarzan en hermosas armonías, que hacen que la gente sienta cómo se remueve su alma. La bandurria y el laúd, los platillos y el pandero, con un ritmo trepidante, animan al cantaor, que arranca, cuando un joven bailaor saca a una linda muchacha para que baile con él, en una amorosa danza. ¡Qué profundas sus miradas! Se oía así:

«Anoche al fin comprendí
cómo, al quererte yo tanto,
se puede tanto sufrir
por un beso de tus labios».


Y continúa la fiesta. El pueblo vive la vida y aparca su trabajo para saborearla, para celebrarla, para agarrarla con rebeldía, con ternura, con cariño, con sabiduría, con pasión, en profundidad. A la madre del cielo, la Virgen del Carmen, cuya imagen ha presidido toda la celebración y ha salido en procesión desde Cárdenas a Maroto, le ruegan, le dan gracias, la vitorean, la veneran, le hablan con amor. Y, según se van marchando, agradecen a los venteros, que les han servido con cariño y calidad, la bondad de las viandas, los exquisitos alimentos y el trato cordial.

Que Dios, que es Amor y Padre- Madre que nos ama siempre, nos conceda vivir otro año más, en el que tengamos una vida digna, abundante y feliz - que eso es su Reino - en el que lo amemos y nos amemos todos, como Jesús nos amó: dando la vida, día tras día.

¡Qué corta se hizo la noche! Viene clareando el día. Un olor a pan caliente cabalga sobre la brisa del amanecer. La luna abandona la partida. El sol, galán celeste, seguirá siendo el rey otro día más. Ya brilla en el horizonte y se baña en la bahía. Málaga, hasta ahora ascua brillante, luciérnaga resplandeciente, cambiará sus tonos y será la amante del sol y la madre de cuantos quieran vivir bajo su techo azul. Cosmopolita, universal, la ciudad de Málaga abrirá sus brazos a todos aquellos que buscan la luz, la alegría, el amor. Su mar, amante lleno de vida, vientre de benditos frutos, celoso del sol naciente, con besos de espuma blanca, la enamora en la bahía.
 

Autor: Antonio Ariza Hurtado, sacerdote diocesano

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