Está oscuro y siento frío.
Ni un rayo penetra la piedra que sella el sepulcro.
La roca en la que duermo me arrulla con caricias de páramo helado.

Oscuridad y silencio. Frío y entrega.
Ya no estáis a mi lado y siento frío. Lejos del cantar de los lamentos, del calor de vuestras lágrimas, del abrazo del madero.
Más no temáis por mí. Llega el momento. Es el altar de mi ofrenda, la hora buscada.

Quietud, abismo, silencio y frío.
Espacios que se abren colmados de vacío.
Allí donde los clavos abrieron su camino, la sangre derramada, los brillos extinguidos...
Vacío y más vacío, hasta dejarlo todo.
Vacío que he de ser,
para albergar la dicha de vernos Padre e hijo.

Ana Medina
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