Todos están de acuerdo en que hay que cambiar, en que, si no se cambia nada, nada podrá cambiar.

Pero no se cambia por miedo, porque no está claro qué hay que cambiar, porque no va a servir para nada cambiar, porque…Y así multitud de justificaciones. El hecho, es que el tiempo pasa, las dificultades se repiten, al final todo sigue igual, aunque esa no sea la intención.

Creo que ha llegado el momento de dejar de quejarnos, de dejar de encogernos de hombros, de dejar de echarle la culpa a los niños porque vienen poco motivados, de dejar de culpar a los padres porque pasan del tema, de achacar nuestros males a la sociedad que no ayuda, a veces hasta la propia Iglesia, que, por miedo a quedarse sola, rebaja cada día más el evangelio, dando la sensación de que todo vale.

Si te enfrentas a la realidad, ésta te cambiará, porque la realidad nos cuestiona, nos duele, nos afecta provocando en nosotros deseos e ilusiones que nos impiden permanecer indiferentes, insensibles, o mirar para otro lado.

Algunos al oír estas palabras pueden pensar y decir: eres negativo, pesimista, exigente o radical…

¡Puede ser verdad¡ Pero una cosa está clara, si no cambias, si nada cambia, nada cambiara.

Siempre nos queda el consuelo de que nos pase como a los ninivitas, que escucharon la invitación que le hizo Jonás de cambiar y cambiaron. Y nosotros, tenemos a uno más grande que Jonás, Jesús, que de nuevo hoy te dice, nos dice: “Conviértete (cambia) y creed en el evangelio” … Así comienza el cambio.
Hermanos, si queréis… ¡Cambiad¡ Cambiad aunque el miedo a todo siga igual no desaparezca, aunque el resultado no sea el que esperáis; aún así merece la pena cambiar para que algo cambie.