Nacen en nosotros nuevas posibilidades porque hoy ya es Adviento. La Palabra de Dios despierta en nosotros sueños que incluso con la rutina se habían “dormido”.

En medio de tantas decepciones y zancadillas de la vida, una gran novedad está por llegar. No podemos dormirnos sino estar en pie de espera, dispuestos a romper las cadenas del pecado para que, en sus manos, Él nos moldee. Somos su pueblo y cada uno necesita su venida.

Israel, acomplejada tras el exilio, no percibe que Dios sea capaz de hacer nada nuevo. Pero, desde el fondo de su propia decepción, surge un suspiro de una última esperanza: “ojalá rasgases el cielo y bajases”; finalmente, se siente recreada por el cariño de un Dios cercano que le perdona.

Nuestras vidas, arrastradas al pozo de los problemas, de las desesperanzas e injusticias, ahora esperan ser modeladas de nuevo por el alfarero que más nos ama. Cuatro semanas escasas; no hay tiempo que perder para no perder el tren de nuestro cambio. No somos caso imposible para Dios pero no debemos resistirnos. Creemos que ya vino, que vendrá y que cada día viene a nuestra vida; no sabemos el momento pero hay que estar vigilantes y dispuestos a cambiar.

En esta Eucaristía dominical, mientras esperamos el Domingo sin ocaso, viene a reconciliarnos con Él y con su Iglesia, y a decirnos que es el Señor de la Historia. Hoy es posible una nueva vida porque comienza el Adviento.