DiócesisHomilías Mons. Dorado

Por la fe, convertimos cada hogar en una Iglesia doméstica

Publicado: 15/10/2000: 902

Jubileo de las Familias


1. «¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor!». Como los israelitas peregrinaban al Templo de Jerusalén, la Casa de Dios, así en esta mañana un numerosísimo grupo de familias cristianas habéis peregrinado a la Catedral que simboliza muy especialmente a nuestra Iglesia diocesana de Málaga.

Con alegría os recibo en el nombre del Señor Jesús, queridas familias que integráis los distintos movimientos y asociaciones familiares y familias que estáis muy presentes en la vida de las respectivas parroquias.

Con alegría os anuncio que Dios os acoge y os concede la gracia del Jubileo, conmemorativo de la Encarnación de Jesucristo, que estamos celebrando este año toda la Iglesia universal. El Señor os invita hoy a una sincera conversión y a renovar la fidelidad a la vocación a la que habéis sido llamados.


2. “Cada Jubileo es como una invitación a una fiesta nupcial” (IM 4). Estas palabras, tomadas de la Bula Incarnationis mysterium, cobran su sentido más profundo hoy, cuando acudís en familia a celebrar la Eucaristía y a pedirle al Señor, con el Salmo 89, que "nos sacie de su misericordia y así toda nuestra vida será alegría y júbilo". Es vuestro Jubileo, vuestra fiesta. Por eso habéis venido toda la familia. En algunos casos, hasta la tercera y cuarta generación. Y lo primero que se me ocurre cuando os contemplo en esta Iglesia Catedral, es dar gracias a Dios con vosotros y vosotros.

Gracias a Dios por ese amor silencioso y cálido, que habéis desarrollado con esfuerzo y con fidelidad. Ese amor que se renueva cada día en mil detalles silenciosos, que dan alegría y solidez a la convivencia y configuran el ambiente en el que los niños crecen sanos y seguros de sí.

Gracias por esa ayuda mutua constante, que lleva al otro a descubrir lo mejor de sí mismo y a ponerlo al servicio de la comunidad. Esa ayuda que, con palabras del manifiesto que vais a hacer público dentro de un rato, es “el marco en el que la persona se siente comprendida y valorada”, el amortiguador para “la ansiedad que crea una sociedad competitiva y frustrante”, “el lugar en que el ser humano consigue un contacto profundo”.

Gracias, porque vuestro papel ha sido y está siendo decisivo a la hora de sacar adelante a la sociedad española. Con austeridad y coraje, os habéis hecho cargo de las personas mayores que no contaban con una protección social suficiente; de los parados, que sobreviven como pueden con pequeñas ayudas del Estado o sin ayuda ninguna; de los enfermos crónicos, para quienes no hay aún respuestas sociales aceptables; de los jóvenes enganchados en la droga, que han podido contar con la ayuda desinteresada y heroica de sus padres.

Gracias, porque compartís con Dios la delicada misión de dar la vida y cuidarla, y de vuestros hogares ha salido esa juventud sana y generosa que llena nuestras aulas y se enrola en todo tipo de voluntariado. Esa juventud que ha descubierto en la familia, en su familia, el valor más estimable y prestigioso de cuantos configuran su existencia. 

Gracias, porque todos estos logros no han resultado fáciles ni han sido un regalo. Sabéis mucho de largas vigilias a la cabecera de un enfermo, de paciencia y escucha con los hijos, de momentos de confusión que habéis superado con el diálogo y la confianza, de dificultades para llegar a fin de mes que no os han quitado la alegría. Ello ha sido posible porque habéis afrontado juntos la vida y sus momentos más duros, sabiendo que el otro estaba a vuestro lado, con la confianza puesta en Dios y usando la inteligencia, complemento natural de un amor maduro. Es lo que atestiguan los 25 y los 50 años que algunos de vosotros celebráis y que os agradecemos de verdad.

Sé que existen los malos tratos, las situaciones en las que el diálogo se ha roto, la infidelidad, los abandonos, la pérdida de confianza en Dios y en el matrimonio fiel. Son realidades que vemos todos los días, pues son las únicas que salen a la luz. Nos deben preocupar, porque detrás de ellas hay seres humanos que sufren. Mas no son el reflejo de todas las familias. Ni siquiera de la mayoría. La mayoría sois vosotros, las familias que aceptan y superan la dificultad de convivir, de criar y educar a los hijos. Pero que saben abordar estos problemas con sabiduría y con amor; saben dialogar y renovar su confianza en el otro; y pasan por esta tierra haciendo el bien. Hoy es un día para dar gracias a Dios por el don de la familia, y especialmente de la familia cristiana.

Hay que evitar que el ruido de unos pocos más o menos traumatizados llegue a desmoralizar a los más y a poner sordina a sus logros, conseguidos con la fuerza y el amor que da la fe. Pues verdaderamente tenemos motivos para dar gracias a Dios y para mirar el futuro con esperanza, siguiendo la estela de los grandes creyentes.


3. “Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia” (Hb 11, 8), nos ha dicho la segunda lectura. Vista con ojos humanos, la historia de Abraham parece una aventura insensata. Pero se apoyó en la fe y aquel extranjero sin tierra y sin hijos se convirtió en fuente de bendiciones para todos.

También nosotros nos sentimos extranjeros en el seno de una cultura que se ha cerrado a Dios. Y son numerosos quienes pregonan, en nombre de una palabra mágica y sin ningún contenido que denominan “progreso”, que nuestra manera de entender la familia no tiene ningún futuro; que, si queremos ser modernos, nos unamos a quienes pretenden enmendar la página a lo que nos dicta la razón iluminada por la fe; y que hay que hacer lo que hace todo el mundo. Pero la fe nos asegura que el amor gratuito y sin factura, la fidelidad a la persona amada, la ayuda generosa al otro incluso cuando el otro no la valora, el sacrificio para criar y educar a los hijos y la unidad del matrimonio estable entre personas de diferente sexo son valores sin fecha de caducidad. Aunque cambie la manera de encarnarlos y de vivirlos.

Por la fe, convertimos cada hogar en una iglesia doméstica; en una comunidad de vida en la que se ora, se comparte absolutamente todo, se ama al otro por sí mismo, se medita la Palabra de Dios y se vive el espíritu de las Bienaventuranzas.

Por la fe, acudimos cada domingo a celebrar la Eucaristía, abriendo el corazón al alimento del Cuerpo del Señor y de  la Palabra compartida. Y acudimos, siempre que sea necesario, al sacramento del perdón, que nos renueva y fortalece para el seguimiento de Jesucristo.

Por la fe, acudimos al Señor en los momentos difíciles de la enfermedad, la crisis, los desalientos o de la pérdida de un ser querido, sabedores de que Jesucristo, por el sacramento del matrimonio, está vivo y presente en nuestra existencia compartida, y nos dará siempre su auxilio para salir adelante.

Por la fe, nos abrimos a los valores nuevos que la sociedad va descubriendo. Pero también por la fe levantamos la voz para rechazar cuanto nos parece que, lejos de ayudar al hombre a ser más libre y más humano, le desorienta y desquicia, arrancándole de su fundamento estable, que es la ley de Dios.

Finalmente, por la fe vais a decir con humildad y alegría, al renovar hoy vuestras promesas, que el matrimonio fiel y estable, entre personas de diferente sexo, es el camino que desemboca en la familia; y la única unión que permite a la persona nacer y educarse en su ambiente más propicio.

No lo olvidéis: todo esto es posible “por la fe”; esa fe con que los seglares tenéis que impregnar vuestro ambiente, las leyes que hacen posible nuestra convivencia, y la educación que reciben vuestros hijos. Pues la celebración del Jubileo se termina, pero todos estáis llamados a imitar a la Sagrada Familia y a la Santísima Trinidad. El día que iniciasteis vuestra vocación matrimonial, vuestro amor fue insertado en el misterio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

4. Nos ha dicho el evangelio según San Lucas que María y José “así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”  (Lc 2, 39). Es lo que vais a hacer cuando termine la celebración, volver a vuestro ambiente. Pero hay que abandonar los miedos y los complejos, pues las verdaderas familias del futuro sois vosotros. Es necesario abrir la mente y el corazón a los nuevos valores que vamos descubriendo entre todos, pero sin perder la confianza en la grandeza y la belleza, nunca fáciles, del matrimonio cristiano.

Proclamad el Evangelio de la familia con la vida y con la palabra. Como dijo el Concilio, conviene que os asociéis, pues estando asociados, será más fácil ayudarse los unos a los otros y la labor de todos será más eficaz. Nuestra Diócesis ha descubierto la necesidad de potenciar el apostolado de las familias en favor de las familias, porque sois el mejor camino para evangelizar a nuestro mundo. Igual que ha sido la familia la que ha asumido el peso de sacar adelante a la sociedad ante las dificultades económicas, es también una comunidad clave para la nueva evangelización que pide el Papa.

La Iglesia os necesita a las familias, porque sois un camino de evangelización privilegiado. Os invito a todos a ser apóstoles de Jesucristo. Y lo seréis si, al estilo de María y de José, reserváis en vuestros hogares un lugar de privilegio a Jesucristo y le permitís crecer en vuestro corazón, en vuestra inteligencia y en vuestra vida. «En la medida en que la familia acoge el Evangelio y madura en su fe, se hace comunidad evangelizadora» (Juan Pablo II en «Familiaris Consortio»).

Confiad, confiad siempre en Dios y que nada ni nadie os separe de la roca que os fortalece, que es Cristo el Señor. Y en María Santísima encontraréis la ternura, la cercanía y la generosidad que son necesarias para vivir sin cansancio la vocación a la santidad a la que os ha llamado nuestro Señor Jesucristo.

Diócesis Málaga

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