DiócesisHomilías Mons. Dorado

El Señor os ha perdonado. Haced vosotros lo mismo

Publicado: 27/12/1998: 1116

Fiesta de Sagrada Familia
Catedral


1.  "Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto" (Mt 2,13).  Con es-tas palabras nos presenta el evangelista San Mateo una de las pági-nas más amargas de la vida de la Sagrada Familia, cuya fiesta cele-bramos hoy. Apenas ha visto la luz en un establo de animales, el Hijo de Dios tiene que salir huyendo y marchar fuera de su patria, “porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Los estudiosos se preguntan qué base histórica hay debajo de este pasaje del Evan-gelio.

A nosotros nos importa su contenido de fe. Y vemos que Dios no ahorra a la familia más querida por Él, a la familia de su Hijo, ningún tipo de sufrimientos. No sólo tiene que nacer el niño lejos de su hogar, sino que los padres no consiguen hallar un lugar apropiado para que venga a la vida. Y cuando todo parece bien encaminado por la solidaridad de los pastores y los Magos, tienen que marchar lejos de su patria en esa condición tan dura que es la vida de los emigrantes pobres.

Como vemos, la confianza en Dios y la certeza de su presencia salvadora en el amor de los esposos no ahorra las pruebas ni los sufrimientos a la familia creyente. Lo que cambia es la manera de vivir semejantes situaciones: ponerse a la escucha, descubrir qué nos pide Dios que hagamos y saber que contamos con su fuerza.  Pero sin olvidar que el seguimiento de Jesús, que nos lleva hasta la plenitud de vida (cf Jn 3,15; 10,10), pasa por la cruz y el sacri-ficio personal en favor de los hermanos (cf Jn 15,12-13). Pues sólo aceptando la cruz es posible sobrellevarse unos a otros y asentar sólidamente la convivencia familiar sobre “la misericordia entraña-ble, la bondad, la humildad, la dulzura y la comprensión", poniendo "por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada", como ha dicho san Pablo en la segunda lectura (Col 3,12.14). Porque como seres humanos que somos, todos tenemos nuestros defectos y pecados, y por eso no es extraño que en el seno familiar surjan incomprensiones y conflictos entre los esposos y entre éstos y los hijos.

Hombre muy realista, san Pablo introduce un elemento nuevo de toda convivencia, imprescindible para la vida familiar, y que está un tanto olvidado en el mundo de hoy: el perdón.


2. "Perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo" (Col 3,13). No se refiere el Apóstol a que ninguno de los cónyuges o de los hijos tenga que aceptar de forma pasiva y sumisa nada que lesione su dignidad humana o atropelle sus derechos. En los casos de malos tratos, que especialmente este año han llenado páginas muy dolorosas de la prensa, hay que acudir a los organismos que tiene establecidos la sociedad. Y es de alabar el endurecimiento de las penas para los autores de los malos tratos domésticos.

Pero dicho esto con toda claridad, considero necesario insistir en el tema del perdón mutuo. La mentalidad divorcista que prima en nuestro ambiente, ha debilitado la necesaria estabilidad del matrimonio. Se habla sólo de derechos y nunca de deberes; se habla mucho de exigencias personales y casi nunca de perdón. El resultado de esta manera de enfocar las cosas es el de llegar a la ruptura como algo irremediable y el de olvidar los indecibles sufrimientos por los que acechan a los hijos de los matrimonios rotos.

Cuando hay amor, y tal es el caso de la inmensa mayoría de las parejas que decidieron un día unir sus vidas, casi todos los problemas pueden resolverse con tal de que se afronten a su debido tiempo y se busque la ayuda necesaria. Por eso tenemos que insistir en que, en muchos casos, hay soluciones menos dolorosas y traumatizantes que el divorcio u otro tipo de ruptura. Pero es necesario estar dispuestos a pedir perdón y a acudir a Dios para saber perdonar.

Con frecuencia, los cónyuges no consiguen dialogar ni resolver sus diferencias solos. Y por eso la comunidad cristiana ha ido creando todo tipo de recursos para ofrecer alguna ayuda eficaz. Los diversos movimientos familiares cuentan con equipos de vida en los que se van desarrollando los valores humanos y las actitudes evangélicas entre los cónyuges. Han descubierto también diversas formas de fomentar el diálogo entre los esposos y entre los padres y los hijos a través de los encuentros conyugales y familiares. Han ido creando los Centros de Orientación Familiar, en los que un personal bien preparado en las diversas disciplinas humanas ofrece su saber y tiempo de manera gratuita a quienes necesitan ayuda para abordar los graves asuntos de la convivencia familiar. Son hechos normales, de los que no hay que avergonzarse ni extrañarse, pues a convivir se aprende.


La fiesta de la Sagrada Familia de este año se celebra con el lema "La Familia, espacio de reconciliación", porque desea inculcar una actitud de esperanza y de perdón como medida eficaz no sólo para resolver los conflictos, sino también para poder anticiparse
a ellos. Es una invitación a desarrollar sentimientos de confianza y de aceptación mutua, que logren reavivar el amor entre los miem-bros de la familia y dar a los hogares la estabilidad necesaria para el crecimiento sano y armonioso de los hijos.

Vosotros, familias cristianas, sabéis bien que esto es posible y tenéis que decirlo con vuestro estilo de vida y vuestro humilde testimonio. Para ello, necesitáis escuchar lo que os dice San Pa-blo: “enseñaos unos a otros con toda sabiduría, exhortaos mutuamen-te. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de El" (Col 3,16-17). Es decir, necesitáis que cada hogar sea una pequeña Iglesia, en la que se ora, se intenta vivir el espíritu de las Bienaventuranzas y se confía en Jesucristo para que nos transforme el corazón.


3. “Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón", sigue diciendo san Pablo (Col 3,15). Esa paz que anunciaron los ángeles de Belén a los pastores (cf Lc 2,14) y que era el primer deseo del Resucitado a los suyos (cf Jn 20,20-21). Esa paz que es un fruto del Espíritu Santo (cf Ga 5,22) y que brota de saberse amados y perdonados por Dios. Porque la familia no podrá ser espacio de reconciliación si los miembros que la componen no están reconciliados con Dios, consigo mismos y con los demás.

El Papa Juan Pablo II nos ha propuesto a los cristianos que durante este último año del siglo XX busquemos el rostro de Dios Padre, para mejor conocerle y más amarle. Y lo concreta de la siguiente manera: "En este... año el sentido del 'camino hacia el Padre' deberá llevar a todos a emprender, en la adhesión a Cristo Redentor del hombre, un camino de auténtica conversión, que com-prende tanto un aspecto “negativo" de liberación del pecado, como un aspecto "positivo" de elección del bien... Es éste el contexto adecuado para el redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la penitencia en su significado más profundo" (TMA 50).


Sólo desde la experiencia del perdón encontraremos la fuerza necesaria para perdonar y el amor suficiente para poner nuestras mejores energías al servicio de la reconciliación en el seno de la familia y en la sociedad. Esta es una de las aportaciones más valiosas que podéis hacer las parejas cristianas al matrimonio y a la familia: el sentido del perdón; la capacidad de pedir perdón y de perdonar.

En el humilde José tenemos un testigo privilegiado de cómo se deben afrontar los problemas familiares: considerando las diversas situaciones desde la confianza en Dios, que hace posible la con-fianza en los demás. Y pudo hacerlo porque era de un varón justo, reconciliado con Dios y con lo mejor de sí mismo. María, por su parte, nos enseña a vivir la dificultad sin dejarnos ganar por el desaliento ni por la desesperanza. Por muy duras que sean las situaciones que nos depara la vida, viene a decirnos, debemos conservar la paz de quien confía en Dios.

Desde su absoluta confianza en Dios y su delicado amor de esposos, desde su esfuerzo por seguir confiando en el otro a pesar de todo, supieron construir ese espacio de honda humanidad que fue la Sagrada Familia, donde el Hijo iba creciendo en estatura, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2,52).

Que la familia de Nazaret "nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social" (Pablo VI).

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