DiócesisHomilías Mons. Dorado

La vida de los niños no-nacidos es de Dios

Publicado: 21/09/1998: 1122

Vigilia de Oración en Stella Maris ante el debate de ampliación de la Ley del Aborto

Hemos venido a orar, a pedir al Dios de la vida que ilumine la inteligencia y mueva el corazón de los parlamentarios ante la grave decisión que han de tomar dentro de unas horas. Si saliera aprobado uno cualquiera de los tres Proyectos de Ley que se han presentado con vistas a ampliar más la despenalización del aborto, la legislación española carecería de fundamentos éticos suficientes para garantizar la convivencia. El aborto no es un "problema de cristianos" o de creyentes, es un problema de todos, porque socaba los cimientos de la ética.

Entre los deberes primeros del Estado está la defensa de la vida, de toda vida. Y en especial, la defensa de la vida de los seres inocentes. Por eso se ve obligado, con frecuencia, a intervenir en favor de los niños, incluso frente a sus padres, cuando no los cuidan como es debido o cuando los maltratan. Son seres inocentes que necesitan protección.

Los no-nacidos son también seres humanos inocentes que necesitan hoy particular protección. Es ya doctrina común entre los sabios que desde el primer instante del embarazo existe una vida humana diferente de la madre. Pero con dolorosa frecuencia, dicha vida se ve agredida por sus mismos progenitores. El aborto, al impedirle que crezca, se desarrolle y nazca, es un verdadero asesinato, por muy duras que suenen las palabras. Y el Estado tiene el deber de proteger a estos inocentes, especialmente hoy, cuando el seno de las madres que debería ser el lugar más seguro, se ha convertido en el espacio más peligroso para un hijo. Ante esta especie de "guerra de los poderosos contra los débiles", como llama Juan Pablo II a las tendencias abortistas (EV 12), el Estado no puede permanecer neutral: debe proteger al niño no-nacido y prestarle la ayuda necesaria para que llegue a su pleno desarrollo.

Cuando tolera el aborto, lo permite mediante las leyes, pone al servicio de la muerte de los inocentes las instituciones sanitarias y amenaza con obligar a practicarle incluso a aquellos profesionales que legítimamente se niegan porque se lo prohibe su conciencia, el Estado pierde su legitimidad ética, que es la defensa de la vida; y especialmente de la vida de los débiles y de los inocentes.

El tema que se debate y se decide mañana afecta a los fundamentos mismos de la convivencia, porque lesiona el primero de los derechos humanos: el derecho a la vida, sobre el que se asientan todos los demás.

Nos hemos reunido en oración para dar gracias a Dios por el don precioso de la vida; para pedirle que nos convierta en personas que aman y defienden la vida; para reafirmar que sólo El es el Señor de la vida; para proclamar públicamente que toda vida es sagrada y que nadie puede arrogarse el derecho a quitar la vida a los niños no-nacidos; para levantar la voz contra unos Proyectos de Ley que consideramos contrarios al derecho natural.

"La gravedad moral del aborto procurado, dice el Papa Juan Pablo II, se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio; y en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se puede imaginar... Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y el cuidado de la mujer que lo lleva en su seno" (EV 58).    

Esperemos que la intercesión de tantas madres y esposas que han subido a los altares, de tantas otras mujeres cuya grandeza de alma sólo Dios conoce, y de la Virgen María, la Madre por antonomasia, nos enseñen a valorar, amar y proteger toda vida desde el comienzo mismo de su concepción en el seno de la mujer.

Diócesis Málaga

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